Sobre un largo sendero de tierra aparecen caminando cinco chicos. Con sus buzos “canguros” y sus gorras, apresuran el paso. Ya son las cinco. Un grupo de mujeres adolescentes pregunta: ¿por dónde sale la marcha? “Por acá a la vuelta, en la Casa Pastoral”, responden otros. “Ellos vienen al Vía Crucis. Los estamos esperando”, esclarece Blanca Ledesma, Madre del pañuelo negro.

Esos chicos son adictos en recuperación del programa “Ganas de vivir”, que empezó en 2012 con el trabajo de psicólogos sociales del Ministerio de Desarrollo Social y de la Secretaría de Prevención en Adicciones. La “Hermandad de los barrios”, un colectivo que integra vecinos de 14 barriadas humildes, organizó el miercoles un Vía Crucis, aprovechando la Semana Santa. El punto de encuentro fue en la Casa Pastoral de La Costanera, para compartir un mate cocido mientras esperan la llegada de la gente.

La idea fue de la organización “Capilla del Movimiento”, de Villa Urquiza. Lo llamativo de este “camino de la cruz” fue no solamente rememorar el padecimiento de Jesucristo, sino el de los propios adictos al “paco” y el de sus familiares, así como criticar la falta de respuestas por parte del Estado a la hora de abordar la problemática de las adicciones.

Uno de los militantes, Fernando Pérez, se contactó con el cura Javier Paz para que pudieran llevar la Virgen de la Merced y que su imagen encabece el Vía Crucis. “La presencia de la Virgen y de la Cruz serenan muchísimo. La Iglesia pretende acompañar y apoyar a estos chicos. Y las autoridades deben brindar la contención necesaria”, expresó el religioso.

“Pensamos al principio en hacerlo durante el Día de la Memoria, junto con las otras Madres de detenidos-desaparecidos. Pero nuestro reclamo iba a quedar en segundo plano”, explica Noemí “Mimí” Orellana, una madre del Pañuelo Negro.

En noviembre marcharon por el barrio El Sifón. En diciembre, desde plaza Urquiza hasta plaza Independencia, para llegar a Casa de Gobierno y exigirle al PE una política integral contra las adicciones. Esta es la tercera marcha interbarrial contra las drogas.

Un largo recorrido

“¡Jéssica, sumate a la marcha!”, exclaman los vecinos a una de las casas. Entonces aparece por la ventana una chica. Saluda y se incorpora a la procesión.

“En estas condiciones vivimos nosotros. Cuando viene gente de otros lados no pueden creer el estado de abandono en el que nos encontramos”, cuenta una vecina, que intenta sortear un charco de agua verdosa. No hay piedras para cruzarlo, así que la única opción que queda es enchastrarse en el barro putrefacto.

El Vía Crucis recorre toda La Costanera, pasa por El Trébol y por el nauseabundo basural en la barranca del Río Salí. En medio de los desperdicios, los perros callejeros ladran a la multitud, que camina vestida con pecheras que rezan “No a la droga” mientras ellos oran el Padrenuestro.

Agachados, apoyados sobre sus rodillas, muchos chicos miran la gente pasar. Algunos se persignan cuando ven a la Virgen de la Merced. Pero no entran a la columna. Otros juegan al futbol en una canchita próxima y parecen no advertir la larga hilera de gente, que ya lleva más de cien personas.

“No se animan a participar porque tienen miedo. Miedo a enfrentar eso que les hace tanto mal”, dice, preocupada, Beatriz Carnero, del grupo Familias en Acción.

“¿Qué dice ese cartel?” pregunta un chico. “En contra de las adicciones”, responde el otro. Se miran y entran a la marcha.

El recorrido termina en la comisaría 11ª, en avenida Benjamín Aráoz y Coronel Suárez, donde, según denuncia la “Hermandad de los Barrios”, detienen a los jóvenes adictos y los torturan. “A Jesús lo clavan en la cruz en la XI Estación, como a nuestros chicos”, compara María Berro, madre de Juan, de 15 años, adicto al paco desde hace tres.

Allí presentan un petitorio que está centrado en tres aspectos: más patrullajes en los barrios, un trato humanizado al joven adicto y, en el caso de su detención, que se garantice asistencia médica y derivación a una institución de salud. “Muchos chicos llegan a la comisaría con síndrome de abstinencia o en estado de consumo, con episodios psicóticos breves. Venimos a repudiar la violencia que ejercen los policías sobre ellos”, denuncia el psicólogo social Emilio Mustafá, que se desempeña en dispositivos de salud de abordaje territorial en Los Vázquez y El Trébol.

En la comisaría, J.C. prende una vela junto con sus amigos, en nombre de los que ya no están. “Hoy estoy acá por los que murieron y por los que se suicidaron. Conocer el ‘paco’ es lo peor que le puede pasar a un ser humano”.