Era compañera de Paulina Lebbos. No eran grandes amigas, pero las habían juntado algunos trabajos de la facultad. Y fue una de las primeras en salir a pedir justicia, pero hoy, a pesar de que la fecha le duela, prefiere mantenerse alejada. La recuerda a su manera y todavía está impactada por lo que pasó, al igual que su familia. Por eso, P. no quiere que sus comentarios aparezcan con nombre y apellido. “Es actualizar todo ese sufrimiento, y volver a afligir a mi familia”, se disculpa la joven.

P. es oriunda de un pueblo del interior tucumano. Dice haber ido algunas veces a El Abasto en aquella época, principalmente al pub La rubia tarada y al boliche Gitana. “Lo que recuerdo era que había mucha, muchísima gente por todos lados y era lógico por la cantidad de propuestas que había. Tal vez había algo de descontrol, depende quien lo mire, pero nada extraordinario para un lugar al que concurríamos tantos jóvenes. Había de todo”, comenta. Para ella no hay dudas: “defenestraron la zona, que no tenía nada que ver. Lo que le pasó a Paulina le podría haber pasado a cualquiera y en cualquier lado. Estigmatizaron El Abasto como un lugar lleno de peligros, pero en realidad parecía un intento por desviar la atención. El problema había sido otro”, reflexiona la treintañera y compara la situación con un hecho de actualidad. “Es algo similar a lo que pasó en Ranchillos la semana pasada. ¿Qué tiene que ver el carnaval con que un irresponsable haya atropellado y matado a esa gente y después haber huido? El problema no es el baile, sino la falta de controles viales, por ejemplo”.

Diez años después, P. ha superado el miedo “post-Paulina”. En ese momento ella y su entorno, sobre todos las chicas, tomaron consciencia de los peligros que corrían en la noche. “Durante muchos años no pude tomarme un taxi si iba sola. Por suerte ya lo superé, porque la vida sigue”, finalizó.