Hace menos de un mes un joven de 20 años murió ahogado por nadar allí. Pese a la tragedia, y también a la prohibición, los tucumanos continúan bañándose en ese lugar.

Un día antes de la Nochebuena, Eliseo del Jesús Ramayo, de 20 años, perdió la vida en el lago San Miguel, del parque 9 de Julio. Cuando llegó el personal del 911 ya no había nada que hacer para rescatarlo. Se cree que habría sufrido un calambre, aunque no se descarta que haya sufrido un episodio de epilepsia. Era un día de altas temperaturas, como lo había sido el 8 de febrero -también del año pasado- cuando un hombre de entre 20 y 30 años también se sumergió en ese pequeño espejo de agua. Fue anotado como NN y no trascendieron sus datos luego de que sus familiares lo identificaran en la morgue.

Nadar en el lago San Miguel está prohibido y por ello no hay guardavidas. Dada esa norma no hay bañistas sino, técnicamente, infractores.

Casi tres semanas después de la muerte de Aramayo llegó a la Redacción de LA GACETA un video en el que se pueden ver al menos 10 personas bañándose en el lugar. La mayoría, niños. Se ve a los adultos que los acompañan, en la orilla, despreocupados. “Es impresionante la falta de cuidado que tiene la gente del municipio”, criticó Pedro Martínez, de Consciencia Ambiental Tucumán y autor de la filmación. ¿Dónde estaban los encargados de cuidar el lugar cuando murió Ramayo y cuando se filmó el video?

Consultado al respecto, el secretario de Servicio Públicos de la Municipalidad, Carlos Arnedo, explica que hay cuidadores permanentes. “Los guardianes del parque tratan de contener a la gente, pero las personas son despreocupadas. Se enojan. Es algo que nos supera”, apuntó. Los “guardianes” son trabajadores municipales, por lo que poco pueden hacer en caso de quienes entran al lago.

La Policía, según el funcionario, no siempre da respuestas: “llamamos. No siempre van”. En contraste, fuentes de la fuerza afirman que los patrullajes son constantes, en especial en el puente peatonal y cerca del lago. “De 7 a 23 hay móviles constantemente”, dicen.

“Doy fe”

LA GACETA recorrió el lugar y efectivamente encontró decenas de personas bañándose. Pese a ser un día de semana a la tarde, no se vio la presencia ni de policías ni de guardianes. Las personas consultadas en el margen del lago aseguraron que se trata de una escena común, y que son muchos más los bañeros los domingos.

“No se suelen ver policías ni guardianes. Llevo tres horas acá y no vi ninguno”, señala Víctor Lazarte, quien dice visitar el parque frecuentemente. Más allá, Pablo Pérez y Johana Bustamante dan la misma versión: “siempre hay gente en el lago. Los fines de semana se pueden ver hasta 100 personas adentro. Hace rato, incluso, casi se ahoga un chiquito”.

También concuerdan dos vendedores de la zona que prefieren mantenerse en el anonimato para evitar represalias. “Vienen más a bañarse que a pescar”, coinciden.

Cuidarse más

Además de estar prohibido bañarse, la poca higiene es otra de las razones que debería desalentar a quienes quieren mitigar el calor en el lago San Miguel. En los márgenes se ve una gran cantidad de basura, dudosamente benéfica para la salud. El agua parece más la de un desagüe que la de una pileta.

El lago inaugurado el 21 de febrero de 1961 por el entonces gobernador, Celestino Gelsi, también padece el vandalismo. El propio Arnedo recuerda: “tras una limpieza a conciencia del espejo de agua, en mayo repusimos las barandas. Las robaron al poco tiempo”.