El mate es, casi siempre, el hilo invisible. A veces también puede serlo un pucho bajo las estrellas, una partida de truco o una cerveza helada como prólogo de las excursiones del día. Pero lo ideal, coinciden todos, es cuando lo que une es la palabra. El nombre y el lugar de origen bastan como carta de presentación y, después de eso, a charlar. Como si se conocieran desde siempre y superando cualquier diferencia idiomática. Porque así, dicen, el viaje se multiplica: se anda el camino propio y el del otro, y una misma experiencia vale por el número de relatos oídos.

El ámbito natural para que esa atadura suceda son los hostels. Así lo ratifica la buena cantidad de turistas argentinos y extranjeros -este fin de semana la ocupación fue casi total- que han elegido esta modalidad de alojamiento en su paso por Tafí del Valle. No sólo los convocan las tarifas económicas: cuando eligen hospedarse en un hostel, afirman, se están asegurando también que el disfrute del paseo por los paisajes naturales tenga su correlato puertas adentro.

“En un hotel no hay más posibilidades que la de llegar a tu habitación, bañarte y dormir, sin necesariamente convivir con nadie. En lugares como estos, en cambio, conocés gente y la comunicación es fácil: no se puede estar solo en un hostel”, grafica Rafael Ligamonte, de 24 años, que es oriundo de Brasil, pero ha llegado a Tucumán desde Santa Fe en su camino a Iruya. “Es un ámbito rico porque nos da la chance de intercambiar información del viaje y experiencias de vida. Y así nos aconsejamos qué hacer en cada lugar, qué excursiones tomar, qué comidas probar. La vivencia del otro nos ayuda a planificar la nuestra”, agrega su compañera de viaje, Yasmin Fazzio (19).

Ambos han elegido hospedarse en Nómade, una casa colorida y llena de plantas cercana a la terminal de ómnibus cuyos dueños admiten que tienen por objetivo brindar una experiencia de comunidad a los turistas. Para eso incluyen dentro de su servicio el desayuno y la cena, esta última con una particularidad: es netamente casera, con pan amasado y recién sacado del horno.

Esa delicia, reconocen con una sonrisa Mariana Stella (23) y Pilar Nolasco (24), es la ligazón más fuerte. “En la mesa coincidimos 23 personas de diferentes lugares. Si bien no hablábamos entre todos, se van formando grupos y, probablemente, se arman algunos planes. Es un lugar que te invita a conocer al otro. Nosotras, por ejemplo, conocimos aquí una pareja y nos sumamos a su recorrido, en una caminata de Tafí a El Mollar”, cuentan las jóvenes, que viven en el conurbano bonaerense y tienen a Salta como destino final.

El verdadero sentido

El momento de encuentro por excelencia es el anochecer, cuando cada grupo regresa de sus paseos a bañarse o preparar la comida. Entonces se conocen las caras detrás de los bolsos o camperas que durante el día habían guardado lugar en las habitaciones compartidas. “El desayuno también te obliga a estrechar vínculos porque todos estamos recién levantados, con la cara destruida, así que generás confianza a la fuerza”, teoriza, entre risas, Agustín Larrea (29). Él y Juan Manuel Campos (28) llegaron al hostel La Cumbre desde la Capital Federal y, aunque quieren recorrer el norte, prefieren tener un itinerario abierto a las indicaciones o sugerencias que escuchen de sus ocasionales compañeros de ruta.

“En estos alojamientos se dan situaciones lindas. En uno de San Miguel de Tucumán tuvimos un desayuno bilingüe con un chico de Inglaterra y otra de Holanda. Ellas hablaban en inglés y nosotros en castellano, pero igual nos entendíamos. Es otra forma de viajar y de convivir; se dan circunstancias ideales para la charla y entonces, al tiempo que conocés otras experiencias, disfrutás del otro”, explica Campos, mientras recibe un mate de Ramón Aguirre (57), un rosarino que acaba de acercarse y que admite que de otra forma no hablaría con desconocidos.

El camino a Jujuy de las porteñas Camila Cabana, Daniela Domínguez, Camila Fiorito y Nazarena Casilla también contempla paradas en distintos hostels. “Es una experiencia positiva, buena onda. Estás obligada a compartir la habitación y el baño con otra gente, entonces quieras o no hay intercambios”, resumen.

Pero, sin dudas, el que tiene más anécdotas para contar es Daniel Carrazano, uno de los dueños de La Cumbre, que recuerda con frecuencia la vez que en el comedor -de dimensión mediana- llegaron a juntarse visitantes de 12 países. “La interrelación es lo que más me sorprende. A nosotros nos deslumbran las historias de los europeos y a ellos nuestra falta de estructura: que seamos capaces, por ejemplo, de abrir una cerveza con el mango de un cuchillo –describe-. Nosotros viajamos con los que se alojan, ellos se empapan de nuestras vivencias: ese es el real sentido de un hostel”.