En la cama, su hábitat por obligación, Ricardo Falú seguía teniendo la cabeza filosa. Y apetito por hablar todo: de la enfermedad rara que lo aquejaba, de la Justicia, de la política por supuesto. En los últimos tiempos y hasta el día de su muerte (21 de diciembre de 2015), su dormitorio ubicado en un edificio imponente de Barrio Norte se había convertido en un punto de encuentro de abogados, amigos y dirigentes. Allí y con las limitaciones de un tratamiento incómodo, Falú daba cátedra, asesoraba y recordaba sus experiencias en los tres poderes del Estado. Fue ministro en el Poder Ejecutivo de Ramón Bautista Ortega; jefe de los fiscales y defensores oficiales; vocal de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán (el más joven de la historia) y diputado nacional (como tal, integró el heterogéneo grupo Talcahuano que renovó la Corte menemista durante la época inaugural de la presidencia de Néstor Kirchner). Luego y desencantado del kirchnerismo, se había refugiado en su estudio jurídico, donde ejercía una influencia inmensa sobre el fuero penal. A finales de 2014, recibió a dos periodistas de LA GACETA. Estaba de buen humor, pero no daba tregua a la crítica ni disimulaba su malestar con quienes consideraba que habían ganado la partida. Y de esa conversación “sin filtro” salió esta -versión reducida de- entrevista inédita.
- En 2001, yo había anticipado que no iba a continuar en la vida política y no me creyeron. Y la razón es que veía que iban a seguir ganando “los otros”. Ganaron ellos, lo aceptemos. Creo que hay dos variables que han fallado en estos tiempos y que son muy claras en el período kirchnerista: la educación y el trabajo.
- Cuando se critica la educación, el kirchnerismo sale con un montón de obras.
- No, pero la educación es básicamente el alumno como sujeto central en el sistema. Y el alumno ha dejado de serlo tanto en la universidad como en las escuelas primarias y secundarias. Si bien es cierto que hay un presupuesto extraordinario para la educación, este está destinado mayoritariamente a actividades que vamos a llamar “paraeducativas”: obras, escuelas, cursos, extensiones universitarias, bla, bla, bla. Pero el acto de enseñar y aprender, ese acto sublime del aula, ha tenido un decaimiento fenomenal. No lo digo yo, sino las pruebas PISA.
- ¿Y cuál es el corolario de ese proceso?
- Los chicos que no comprenden lo que leen son un caldo fácil para los populismos. Y ahí se da el círculo vicioso entre la sociedad que presta su complicidad, y el gobernante que se aprovecha de la situación y la fomenta porque tiene captado un sector para que le dé poder. Llega un momento en el que el populista termina sintiéndose dueño del poder. Empieza a sentir que el poder le pertenece, que no es de la gente. Lo empieza a sentir propio, y ahí tiene inicio el deterioro de las instituciones porque el jefe no concibe que haya un Legislativo que controle, un Judicial que aplique la ley, un Tribunal de Cuentas que revise los números, un ombudsman que demande soluciones, una prensa que sea libre. “¿Cómo me van a hacer esto, si el poder es mío?”, se pregunta el populista.
-¿Cómo funcionan las complicidades?
- Creo que están cruzadas brutalmente de modo transversal, y que abarcan desde los sectores bajos, por falta de educación, hasta los chicos del Jockey Club, pasando por la Federación Económica, por los señores de las constructoras, por los proveedores, por los jueces, etcétera. Y la universidad, que también se entregó a los brazos del populista… Los que se prestan obviamente reciben algo a cambio, ¿no? Vos rascás un poquito a alguien que defiende el kirchnerismo y encontrás un interés. Un plan, una asesoría, un cargo, un contrato, una obra pública. Siempre hay algo.
- ¿Cuándo y por qué se volvió crítico del kirchnerismo?
- Vi la corrupción en septiembre de 2003. En ese momento, sentado en un restorán con el hoy mediático (abogado Arnaldo) “Nalo” Ahumada, en baja voz le digo: “se adulteró todo”. En ese momento el 80% del país era kirchnerista, principalmente por la decisión de descabezar la Corte menemista. Y me dice: “¿qué lo adulteró?” Le respondo: “el negocio y son peores que los otros”. Y entonces yo era el único diputado, el único, repito, que entraba a Olivos. Kirchner le tenía cortado el rostro a (José) Alperovich.
- ¿Por qué?
- Porque no lo quería. Lo consideraban un político menor, un hombre que no sabía de política, que todo lo hacía con base en el dinero. Dinero. Dinero. Después estaba Stella Maris Córdoba, a quien tenían afecto personal. Pero no pudimos evitar la ruptura: no llegamos a un acuerdo. Ellos querían parar la renovación de la Corte, yo quería seguir. La eterna discusión siempre tiene que ver con las instituciones. La había vivido acá con (Fernando) Riera, con (José) Domato, con la intervención federal de “Chiche” (Julio César Aráoz), que hoy parece más limpia institucionalmente que todos los gobiernos autóctonos que hemos tenido. Hoy creo que luce más aquella Corte intervenida que las que vinieron después.
- ¿Las necesidades y ambiciones particulares o “cortoplacistas” siempre le han ganado a la visión de largo plazo?
-Sí. Apoyado por el voto popular, el gobernante ha claudicado ante los fenómenos coyunturales, ya sean económicos, sociales o políticos. Ha renunciado con desconocimiento del Estado, que es la principal institución que hay. No sé cómo hemos ido derivando en esto, pero hay una constante claudicación.
- ¿Podemos esperar algo de la oportunidad del Bicentenario?
- No lo entiendo, ¿qué significación tiene?
- Podemos sentar bases, podemos mirarnos de otra manera.
- No creo que sea un factor que conmueva al espíritu cívico. Veo todo esto, la comisión del Bicentenario, las cosas de siempre… Pero a los tipos que están aferrados locamente al poder no creo que el Bicentenario les modifique la conciencia. No creo. En las listas de legisladores (para las elecciones de 2015) vas a empezar a ver hijas, esposas, parientes… El tema institucional es claramente la causa del deterioro. No es lo económico. Lo educativo nos permite percibir la degradación. Pero a las instituciones las han perforado de tal modo y las han desprovisto de su naturaleza, que han dejado inerte a la sociedad, sin respuestas, vencida, y, además, cobardona. Muchos hablan por abajo, pero, cuando te tenés que jugar, te encontrás solo. No somos pocos los que nos hemos encontrado solos. No es cierto que no haya gente que ha luchado, sucede que hemos perdido. Y hay que aceptar el fracaso: hemos perdido.