Desde lo que viví
JORGE ESTRELLA - escritor, doctor en filosofía
Conocí Chile y viví allí durante 1967. Recuerdo la dura impresión de pobreza que me produjo. El entorno de villas miseria en Santiago y esos carritos en la ciudad empujados por gente que hurgaba en la basura para recoger algo que les sirviera tenían, para mí, una presencia desconocida hasta entonces en esa magnitud. Mi humilde Citroën 2CV, en el que fui, era visto por quienes conocí como un lujo inalcanzable.
Volví a vivir en Chile desde 1975 y la situación no había cambiado. Pero en pocos años fui testigo de un crecimiento que daba vértigo; de una abundancia que surgía desde fuerzas inéditas hasta ese entonces asfixiadas por un estatismo omnipresente. Las simples reglas del liberalismo, que respetan y estimulan al emprendedor en la cultura del trabajo, estaban dando sus frutos rápidamente: las villas miseria fueron reemplazadas por casas antisísmicas de calidad; el campo, la industria y el comercio ampliaron y diversificaron sus productos, y podía palparse el desalojo progresivo de la pobreza. Y todo ello con el sacrificado ahorro interno del país.
Nunca volví a ser testigo de una experiencia semejante. Y aún ahora, cuando regreso a Chile, desconozco lugares que me eran familiares, tanto han cambiado para mejor. Advierto que la diversidad de gobiernos viene respetando iguales políticas.
¿Nos tocará esta vez a los argentinos -a partir de 2016- asistir a eso que los economistas llaman desarrollo, fenómeno semejante al que vivieron nuestras generaciones del pasado siglo XX hasta comienzos de los años 40 y como el que me tocó ver en Chile con mis propios ojos? Como nada resulta más aleccionador que la experiencia, me tienta responder que sí.
Saldar cuentas todos los días
MARTA GEREZ AMBERTÍN - psicoanalista
“El futuro no tiene realidad sino como esperanza presente”. Jorge Luis Borges
Uno desearía creer que el año próximo será mejor que este, porque lograremos lo que nos falta (o porque ya no importará que falte), porque adquiriremos certezas (o, por lo menos, no atormentarán las dudas), porque todo será más predecible o claro o comprensible... Sabe (aunque quisiera no saber) que nada de eso ocurrirá; que la economía, el mundo, la vida, los otros, serán tan inciertos como lo fueron siempre, que todo vacila, que nada está bajo control, que la diferencia entre el 31/12 y el 1/1 es apenas la excesiva comida y bebida de una noche en la que nos forzamos a creer que la realidad es distinta a lo que es: plena de incertidumbres, amenazante, inasible.
Ese es el mundo en el que nos ha sido dado vivir; es en este lugar, así, como es y mirándolo de frente, donde hemos de intentar ser felices, donde hemos de buscar a otros que nos acompañen a transformarlo, donde podemos cambiar de ideas pero no de los dos o tres principios básicos -como no hacer a otro lo que no queremos que nos hagan- que convertirían al planeta en eso por lo que brindaremos: un mundo mejor, para todos, sin exclusiones.
De ahí que sea preciso sostener actos y esperanzas presentes; ellos irán moldeando el futuro que advendrá pero porque lo forjamos diariamente, no porque lo esperamos como un regalito del cambio de año. Si no saldamos cuentas todos los días con nosotros mismos y con los otros, será difícil renovarnos para propiciar la felicidad esperada, y eso es ahora, ahora mismo, el próximo año se verá...
Un final complejo
CLOTILDE YAPUR - profesora de la UNT
Evaluar en términos de logros y fracasos el año 2015 tiene algo de desmesura. Pasamos un año de intensidad alta, donde la política fue ocupando en su segundo semestre casi todo el escenario social. Hay, por supuesto, una dimensión personal, específica, de logros y fallos individuales que, empero, remiten al contexto. Y el contexto, por su parte, se construye con innumerables decisiones cotidianas que permiten delinear su perfil. La vida cotidiana se desenvolvió en este tejido de tensas oposiciones. Sentimos vergüenza por la elección de gobernador, y lo mismo sentimos en el asunto del bastón y de la banda presidenciales. Hechos no fortuitos, sintomáticos, cuya viscosidad justifican análisis profundos dirigidos a la reflexión y a la acción política innovadoras.
¿Qué me llevo de este 2015, año que algunos consideran el fin de un período o el fin de época? Cualquiera sea la referencia teórica y su denominación, queda la sensación de que la política nos impregnó la vida cotidiana. Las discusiones entre los bandos K y antiK o las no discusiones por temor a la opinión divergente nos volvieron, a los más viejos, a los años 60 y 70. Las décadas de las revoluciones, de las rupturas, de las juventudes, de los golpes de Estado, todo cargado con tal intensidad, que quizás nos confundió el presente con el pasado. No obstante son situaciones densas potencialmente fructíferas para propuestas superadoras.
Hoy, a días de terminar el año 2015, me quedo con un final complejo y un futuro no menos desafiante, con la esperanza de dejar la crispación, ver, observar, ponderar y, así llegar a festejar en julio, el Bicentenario de nuestra Independencia con toda la carga histórica y emotiva del pasado en el presente.
La patria es el otro
RICARDO J. KALIMAN - investigador del Conicet
Muchos argentinos que hemos vuelto a creer y seguimos creyendo que las sociedades humanas pueden ser menos desiguales de lo que tan cruelmente son, y, sobre todo, que se puede hacer algo al respecto, lo que más recordaremos de este 2015 no es el largo ajetreo de las urnas, sino lo que ocurrió la noche del 9 de diciembre, cuando una multitud desbordó Plaza de Mayo y se multiplicó en plazas de todo el país para despedir cariñosamente a la principal conductora de un proyecto político que durante doce años mostró al mundo que es posible crecer y distribuir al mismo tiempo. Año tras año, voceros fundamentalistas habían vaticinado catástrofes económicas y sociales de diverso calibre (de esos que dicen creer, o realmente creen, que el único modo viable de paliar las carencias de los desposeídos es que algo se derrame desde los pocos que tienen mucho hacia los muchos que tienen poco o no tienen nada). Año tras año, poderosos actores se habían movido para provocar esas catástrofes a través de corridas, acaparamientos, sentencias neoyorquinas, acusaciones sin pruebas, insultos. Pero resulta que no hubo tales catástrofes, sino una sociedad que, sin represión ni censuras, en pleno ejercicio de los modos democráticos que enorgullecen a la cultura occidental, se volvía cada vez más inclusiva por medio de la sistemática recuperación de derechos: un sentido tenaz, una línea clara, muy por encima de contradicciones o desaciertos que pudieran discutirse. Por eso me quedo con la emoción y el símbolo de esa noche culminante, en la que tantos argentinos, en contraste con aquellos que enarbolan una bandera de “Nosotros somos la patria”, se hermanaban en la convicción de que “la patria es el otro”.