La periódica reiteración de algunos temas en este comentario, es evidencia de que sigue sin aparecer la solución al problema que plantea. Un caso paradigmático es el de las veredas en pésimo estado, y cuyas implicancias son más serias de lo que a simple vista aparentan.

Desde los tiempos de la colonia y hasta la actualidad, se mantiene en las ordenanzas la obligación de los propietarios de mantener debidamente las aceras que enfrentan sus inmuebles. Es decir que se trata de un rubro que no representa gasto alguno al organismo municipal, porque a la erogación respectiva debe realizarla el dueño del edificio o del solar.

Está a la vista de cualquiera el hecho de que una cantidad muy grande de dueños de propiedades urbanas ignoran olímpicamente esa obligación. Y si siguen pasando los meses y los años, y las veredas continúan rotas, queda clara no solamente la inercia comunal que no hace cumplir las ordenanzas, sino también -lo que es no menos inquietante- la convicción del vecino infractor de que su conducta no será sancionada.

En nuestra ciudad, rara es la cuadra que tenga toda su acera en aceptables condiciones. Faltan baldosas en amplios tramos y, cuando existen, están con frecuencia flojas. Bien comprueban esto último los peatones que, al pisarlas en un día de lluvia, reciben un chorro de agua fangosa sobre la ropa. Otras veces, el embaldosado se ha construido con materiales antirreglamentarios (cosa que ocurre con demasiada frecuencia) que exponen al transeúnte a un resbalón y a un golpe, ya que no puede afirmar debidamente el paso sobre esa superficie.

Si se trata de una propiedad clausurada, o de una obra en construcción, o de la entrada a una guardería de automotores, la vereda generalmente está destrozada, o no existe. Quien circula a pie debe ir sorteando los boquetes y, si llueve, el barro que en ellos se ha acumulado.

Es necesario tener en cuenta las situaciones que de dicha realidad pueden derivarse. La caída de una persona en la calle, a causa de una baldosa faltante o de una baldosa resbaladiza, puede no aparejar consecuencias –por regla general- para un joven. Pero, a quienes tienen cierta edad o no caminan con facilidad, esa caída les puede significar quebraduras que, en el mejor de los casos, los reduzcan a largo tiempo de inmovilidad; y, en el peor, pueden suscitarles complicaciones serias en el organismo.

Es decir que la obligación de conservar una vereda en razonable estado, tiene fundamentos que van bastante más allá de los muy válidos de satisfacer obvios requerimientos de la estética y del buen orden en un centro urbano. Hay claras razones de seguridad. Caminar por la ciudad no puede convertirse en una empresa cargada de peligros, generados por la irregularidad de la superficie que se pisa.

De esto no puede sacarse más que una conclusión. Ella es que la Municipalidad debe tomar enérgicas medidas para que, en San Miguel de Tucumán, absolutamente todos los frentistas, sin excepción alguna, cumplan con la obligación que les atañe respecto de sus veredas. Esto es, que las mismas tengan todas sus baldosas bien fijadas, y que ellas sean las acanaladas que corresponden y no de cualquier material que al vecino se le antoje. Es hora de terminar con este problema, que, repetimos, lleva ya demasiado tiempo de vigencia sin que aparezca la solución.