Epifanio Casco Alderete | Agencia DyN

BUENOS AIRES.- Néstor Kirchner dividió al sindicalismo en varias centrales obreras, en una premeditada decisión destinada a domesticar al movimiento obrero para que no se convirtiera en un factor de poder que le impidiese manejar el gobierno de manera personalista.

De arranque en el 2003, Kirchner intentó refundar el sindicalismo de la mano de la izquierda peronista, con Víctor de Gennaro a la cabeza de una remozada CGT, pero la idea fracasó por la negativa del estatal y pese a la intervención del entonces mandatario brasileño Inacio “Lula” Da Silva que también intento convencer al sindicalista.

Rápido de reflejos, el santacruceño terminó asociándose con el camionero Hugo Moyano, que venía de apoyar la candidatura de Adolfo Rodriguez Saá.

Moyano el sindicalista más conflictivo pero con mayor poder de fuego, fue el único que podía garantizarle paz social al “pinguino” y así lo hizo durante casi ocho años en que fueron aliados hasta la muerte de Kirchner el 27 de octubre del 2010.

Nadie sabe si la versión respecto de la última noche de Kirchner con vida, en el sentido que habría tenido una fortísima discusión con Moyano tiene algún asidero. Pero lo cierto es que poco tiempo después de la muerte del santacruceño Cristina Fernández rompió lanzas con el camionero, que pasaría a conducir la CGT opositora.

En la era kirchnerista se produjeron fuertes embestidas contra sectores del sindicalismo como los “gordos” a los que Kirchner rechazaba por su obsecuencia sistemática. Además del encarcelamiento del mandamás de los bancarios Juan José Zanola en el 2009, acusado en el marco de la denominada “mafia de los medicamentos”, se produjo el encierro del ferrovario José Pedrazza en el 2012 por la muerte del militante de izquierda Mariano Ferreyra.

Con la asunción de Cristina Fernández al poder en diciembre del 2007, la sociedad con Moyano terminó y la viuda prefirió aliarse con una tibia aunque sumisa central obrera conducida por el metalúrgico Antonio Caló.

Los relación del gobierno con el sindicalismo, durante doce años, estuvo caracterizada por altas y bajas donde Moyano y su par de la CGT Azúl y Blanca Luis Barrionuevo, junto con la CTA de Pablo Micheli conformaron tras la muerte de Kirchner el bloque sindical opositor al gobierno mientras que la CGT Balcarce de Antonio Caló, se convirtió en aliada.

Las cosas no fueron mejores para la Central de los Trabajadores de Argentina (CTA) donde alimentó la división entre el docente Hugo Yasky (afin) y el estatal Pablo Micheli (opositor) que pugnaban por la conducción de esa central que se proclamaba “independiente del gobierno y de los empresarios”.

En el 2009, Yasky y Micheli se enfrentaron en una elección que tuvo múltiples impugnaciones y la CTA quedó fraccionada -decisión apoyada por el Ministerio de TRabajo- en dos, una oficialista encabezada por Yasky y la otra opositora conducida por Micheli.

Así las cosas el 20 de noviembre del 2012, se produjo el primer paro nacional que el sindicalismo opositor, encarnado por un variopinto espacio integrado por el moyanismo, el barrionuvismo y la CTA de Micheli realizaron en contra del gobierno kirchnerista.

De ahí en más, se produjeron otros paros y movilizaciones que chocaron siempre contra la negativa del gobierno a conceder los reclamos sindicales por el reparto de fondos de las obras sociales, el 82 por ciento móvil para los jubilados y la universalización del salario. Más tarde se incorporaría como principal bandera la modificación del impuesto a las ganancias, que, inflación mediante, afectaba el bolsillo de cada vez mas trabajadores.

La división facilitó la cosas al kirchnerismo, que simulaba paritarias libres cuando en verdad, utilizaba a algun gremio -en los primeros tiempos era Camioneros y después fueron los metalúrgicos o estatales- para que cerrara el incremento salarial que guiara al resto.

No obstante el ostracismo en el que ingresó Cristina Fernández tras las elecciones del 2011, sin respuestas y con escaso contactos con la cúpula gremial, provocó que le decada K culminará con una fría relación con lo que el peronismo alguna vez consideró, “la columna vertebral” del justicialismo.