El 30 de marzo de 1962, una hábil jugada de quienes querían preservar el ya fragilísimo hilo de la normalidad constitucional, elevó a la presidencia de la República al titular del Senado Nacional, doctor José María Guido.
Hasta el día antes, el primer magistrado era el doctor Arturo Frondizi. Como su vicepresidente, doctor Alejandro Gómez, había renunciado en 1958, Guido era el número uno en la línea de sucesión.
Desde el comienzo de su mandato, Frondizi estaba constantemente jaqueado por los planteos de los militares, a los que se agregaban el descontento gremial y la oposición política. Sólo la cintura del presidente le permitía sortear –a costa, por cierto, de cada vez mayores concesiones- la presión de las Fuerzas Armadas. Esta se hizo más intensa, con motivo de las elecciones de gobernadores del 18 de marzo de 1962. En ellas, participó el peronismo, que estaba proscripto desde 1955 y que se impuso en Buenos Aires, Chaco, Río Negro, Santiago del Estero y Tucumán.
Ni bien se supo tal resultado, los militares exigieron a Frondizi que decretara la intervención federal en esos distritos.
De todas maneras, el enfrentamiento había llegado al límite. El sector militar conocido como “gorila”, era partidario de desplazar al presidente y tomar el poder.
El otro sector, los “legalistas”, proponían forzarlo a renunciar, o destituirlo “constitucionalmente”.
Frondizi, ya sin márgenes de maniobra, propuso en última instancia que mediara en el asunto el ex presidente militar, general Pedro Eugenio Aramburu. Se sucedieron nerviosas reuniones y consultas, al término de las cuales Aramburu dijo a Frondizi que la única salida posible era la renuncia.
Fue lo que requirieron formalmente al presidente, el 28 de marzo, los comandantes de las tres armas (general Raúl Poggi, almirante Agustín Penas y brigadier Cayo Alsina). Frondizi se negó. Entonces, a las 8 de la mañana del 29, fue destituido, arrestado y trasladado a la isla de Martín García. Pero el sector “legalista” se oponía a que sus camaradas tomaran nuevamente el poder, que habían ejercido desde 1955 hasta la elección de Frondizi, en 1958.
Así, dice el historiador Miguel Ángel Scenna, aprovecharon el tramo de indecisión creado por la deposición de Frondizi, que había dejado al país en acefalía.
Con “rapidez y habilidad”, el ministro de Defensa, doctor Rodolfo Martínez (h), convenció –no sin esfuerzo- al presidente del Senado, doctor Guido, de que asumiera el poder como sucesor constitucional, y que lo hiciera ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El derrocado Frondizi estaba de acuerdo con esa salida.
A las 3 de la tarde del día 30, Guido se trasladó a la sede de la Corte. Según versiones, como el apuro hacia imposible confeccionar insignias, las tomó prestadas: el Museo Histórico Nacional aportó el bastón que había pertenecido al presidente Nicolás Avellaneda, y el Museo de la Casa Rosada facilitó la banda. Ambos atributos le fueron entregados, tras jurar ante la Corte, por el Escribano Mayor, doctor Jorge Garrido, a las 4.55 de la tarde. La ceremonia duró escasos diez minutos, y echó por tierra los planes del general Poggi, quien se aprestaba a asumir.
Los militares, no de buena gana, terminarían conformándose con la nueva situación. Guido gobernó hasta el 12 de octubre de 1963, fecha en que, elecciones mediante, transfirió el mando al doctor Arturo U. Illia.