BUENOS AIRES.- Néstor Kirchner y Cristina Fernández construyeron -con diferentes estilos y suerte- el kirchnerismo, una década caracterizada por una construcción hegemónica del poder, con un liderazgo radial y vertical, y un poder de decisión concentrado en pocas manos.

Mientras Kirchner le dio institucionalidad al país para luego hacerse del poder casi absoluto, Cristina -ya sin su esposo en vida- dilapidó aquel poder por falta de conducción y la confrontación innecesaria.

Desde el día en que Néstor Kirchner llegó al poder, el 25 de mayo de 2003 con apenas el 22% de los votos -luego de que Carlos Menem renunciara a competir en el primer balotaje de la historia- se puso como primer objetivo reconstruir la autoridad y la institucionalidad del país para salir de la grave crisis heredada tras la caída de la Alianza en 2001.

Así, reestructuró la Corte Suprema de Justicia -presionó a los jueces menemistas para que renunciaran y propuso a magistrados independientes-, descabezó las cúpulas de las Fuerzas Armadas, dio fuerte impulso a políticas de derechos humanos y juicios a ex represores y, en el plano económico, buscó el equilibrio fiscal “fifty-fifty” y el desendeudamiento internacional.

Kirchner armó su primer gabinete dando continuidad a ministros de su padrino Eduardo Duhalde, como el economista Roberto Lavagna, e incorporando sectores políticos y sociales de distintos partidos (radicales, socialistas y ex piqueteros) para construir lo que llamó la “transversalidad”, una fuerza propia de centroizquierda con el PJ como columna vertebral, que superara a los partidos tradicionales: el PJ y la UCR.

La segunda etapa del gobierno kirchnerista estuvo marcada por la decisión de Kirchner de ir por la cabeza de Duhalde. Lo enfrentó en las legislativas de 2005 con una lista encabezada por Cristina Fernández en la provincia de Buenos Aires frente a la nómina que llevaba a la mujer del bonaerense, Hilda “Chiche” González. Así se quedó con el PJ nacional. Allanado el camino, Kirchner forzó la renuncia de Lavagna. Nadie debía hacerle sombra al “pingüino” en el gabinete y Lavagna ya tenía vuelo propio, además de ser duhaldista. Rearmó su gabinete con un estilo cada vez más centralizado en el sistema de toma de decisiones y los ministros de Economía pasaron a ser, en lo sucesivo, meros administradores de las órdenes de la Casa Rosada y de Olivos.

Ahora, por el poder. La mayoría automática en el Congreso le permitió a Kirchner obtener la sanción de la ley de Emergencia Económica con delegación de facultades y decretos de necesidad y urgencia, que le valió la acusación de la oposición de implantar un sello “autoritario”.

La salida de Lavagna significó en 2007 medidas de fuerte intervención en la economía, con discursos de tinte populista, manipulando organismos antes autárquicos como el Indec y el Banco Central, así como una radicalización en las relaciones internacionales que terminó cerrando al círculo de países sudamericanos que en noviembre de 2005 le dijeron “no al ALCA” que pretendía imponer Estados Unidos para la región.

Kirchner asumió la conducción directa de la Economía, con un estilo “hiperquinético” -no se acostaba sin antes leer cada noche informes sobre las variables económicas- e intervenía directamente en cada medida de gobierno.

Ante cada elección, armaba en forma personal todas las listas del kirchnerista Frente para la Victoria (FpV), incluyendo los nombres no sólo de candidatos a presidente (eligió a su esposa como sucesora), vicepresidente -eligió al radical Julio Cobos en 2007- gobernadores, intendentes y hasta al último concejal, distribuyendo en forma verticalista y sin dar lugar a discusión interna las relaciones dentro de su propia fuerza política.

Con un relato ideológico centrado en la inclusión social y redistribución del ingreso para una sociedad más igualitaria, los Kirchner no escondieron en sus cada vez más largos discursos el estilo del ex líder cubano Fidel Castro y del venezolano Hugo Chávez.

Cuando asumió Cristina, en 2007, en medio de las especulaciones de eternización en el poder a través de una alternancia permanente, llegó con el 45% de los votos aportando una nueva base de legitimidad para “profundizar las políticas” de su esposo. Se estimaba que Kirchner encarnaba la transición y Cristina una mayor calidad democrática. Pero no fue así.

Con un gabinete marcado por la continuidad y el “doble comando”, Kirchner se encargó de diseñar el armado político desde el PJ con sectores de centroizquierda y ex piqueteros, mientras la economía comenzaba a ser un problema ante la creciente inflación. Eso derivó en un fuerte viraje hacia el populismo, amparado en movilizaciones del aparato del PJ, organizaciones políticas y gremios amigos, con un relato en defensa de lo “nacional y popular”, “del proyecto” y de “la patria”, similar al del PJ que confrontaba “Braden o Perón”.

Los opositores -incluidos reconocidos periodistas- pasaron a ser acusados de “antipatria”. La resolución 125 y el conflicto con el campo, los medios como enemigos, junto al Poder Judicial, alimentaban la creación del “enemigo” del gobierno.

Tras la muerte de Kirchner, el 27 de octubre de 2010, la Presidenta resultó fortalecida contra todos los pronósticos electorales para el 2011, alzándose con un 54% de los votos y dándole poder absoluto en el Congreso. La concentración del poder llegaba a su máxima expresión, pero Cristina asumía un gobierno debilitado, despegándose del PJ y expulsando a su aliado sindical Hugo Moyano y recostándose en la inexperiencia de jóvenes de La Cámpora y ubicando, a su lado, a un extraño socio como Amado Boudou, quien pasaría a ser “el heredero”.

“Destruiste todo lo bueno que construyó Néstor”, lanzó un empresario santacruceño a Cristina, cuando la presidenta lo visitó en su lecho de enfermo. La derrota electoral en las legislativas del 2013 a manos de Sergio Massa fue un llamado de atención. La muerte del fiscal Alberto Nisman, en enero de 2014, que la quería llevar a los tribunales por el acuerdo con Irán, fue el inicio del fin.

Lejos de los proyectos permanentes de Néstor Kirchner, de la estrategia para que la maquinaria peronista no cese de ganar elecciones, Cristina Fernández jugó a perder y el kirchnerismo condujo a la derrota a su candidato, Daniel Scioli. Fin de ciclo.