Sara parió con los ojos vendados en la cárcel de Villa Urquiza en los primeros meses de 1976. Escuchó el llanto de su bebé antes de que se lo robaran e intuyó que era varón. Casi 40 años después, pudo confirmar que su presentimiento de madre había sido certero: ayer vio por primera vez a su hijo, al que sus padres adoptivos llamaron Mario Bravo.
El hombre es el hijo N° 119 apropiado durante el terrorismo de Estado cuya identidad le es restituida (se estima que hay unos 300 más). Es, además, el sexto caso en el país en el que algunos de los progenitores está vivo, dado que en la mayoría de los casos permanecen desaparecidos.
Tras conocer a Sara, su madre, Mario participó ayer de una conferencia de prensa junto a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto; y el secretario de Derechos Humanos nacional, Martín Fresneda.
“Esta es una muy buena noticia, que está recorriendo el mundo”, celebró Carlotto. Luego miró a Mario, se tocaron las manos en un gesto afectuoso y sonrieron. Ella leyó un comunicado con algunos detalles de la historia de Sara y pidió que su identidad fuera preservada.
Y cedió la palabra a Mario. “Ella me contó que me hablaba mucho en la panza”, confió sobre el primer encuentro con Sara, que había sucedido horas antes. “Esto es como ver pasar una película de tu vida en blanco y negro. Tengo la suerte de haber encontrado a mi mamá viva, es un milagro. Y pensás que también te buscaban, que le falté a esa familia durante todos esos años. Hay que tomar la posta, porque faltan muchos”, reflexionó.
El joven hizo también algunos chistes al expresar que su mamá es “hermosa como yo” o “ahora tengo seis hermanos y sobrinos y mucho gasto para Navidad”.
Mario vive en Las Rosas, un pequeño pueblo santafesino. Afirmó que sabía que no era hijo biológico de sus padres y que siempre tuvo dudas. Hace algunos años, se acercó a la filial de Abuelas en Rosario. Sara había iniciado el mismo camino de búsqueda en Tucumán. Hace 10 días, les llegó la confirmación.
En cautiverio
Sara había relatado el calvario de su detención ante los jueces del Tribunal Oral Federal (TOF) en uno de los megajuicios por crímenes de lesa humanidad que se concretaron en la provincia y por el cual se condenó a una docena de represores por los delitos que sufrió. Su testimonio como víctima fue uno de los más duros que se haya escuchado en la sala.
Era una veinteañera, madre de dos hijas pequeñas cuando fue secuestrada cerca de su casa, en la capital. Trabajaba como empleada en un hotel. Fue llevada, según su relato, a una comisaría y después, al centro clandestino de la “Jefatura”. Estuvo entre julio de 1975 y diciembre de 1976 en la penitenciaría junto a presos políticos. Había dejado entrever que estuvo en un habitáculo ínfimo y mugroso. Y también que el maltrato, la tortura y la falta de comida eran habituales. A poco de dar a luz, había sido liberada. La habían dejado tirada lejos de su casa, en unos cañaverales, y se había refugiado en el hospicio del Carmen. Cuando pudo salir, había expresado, su vida ya no existía tal como era.
Los cruentos testimonios de y sobre embarazadas o madres con niños en centros clandestinos de detención y exterminio fueron recurrentes a lo largo de los 11 juicios celebrados. De hecho, 15 embarazadas están desaparecidas y se desconoce el destino de los chicos.