“En cualquier momento va a matar a alguien o lo van a matar a él”, había advertido A. un día antes de que su hijo de 16 años quedara detenido, acusado de haber asesinado a una persona. La víctima era el policía retirado Ramón Quiroga, a quien le pegaron un escopetazo en el barrio Alejandro Heredia para robarle la mochila.

El crimen de Quiroga ocurrió el domingo a la madrugada, cuando el hombre se dirigía a su lugar de trabajo (prestaba servicio como seguridad privada en un depósito de la firma Emilio Luque) y fue abordado por tres delincuentes. Uno de ellos disparó una escopeta, lo hirió en la ingle y Quiroga se desangró en la calle. El hijo de A. es uno de los sospechosos.

Un día antes, ella escuchó tiros. “Lo traían corriendo (a mi hijo) porque decían que le había quitado las zapatillas a un chico”, contó la mujer, que no dudó en llamar al 911. “Vino un policía, le puso las esposas y se lo llevó. A las tres horas volvió con él. Me dijo que el Juzgado (de Menores) de la II había dado la orden de que me lo entreguen”, recordó la mujer, que se negó a recibir a su hijo. “Le dije que no lo iba a hacer quedar y les cerré la puerta al policía y a mi hijo. Por las rejas le dije que a este chico en cualquier momento lo van a matar o va a matar a alguien, que por favor lo lleven al Roca”, relató A. Finalmente, una vecina firmó la orden.

La mañana del crimen

El domingo temprano, alrededor de las 6, A. regresaba en un taxi a su casa. Tres cuadras antes, observó una multitud y un cuerpo en medio de la calle. La mujer se agarró la cabeza con las manos y le dijo al taxista: “¡ya me lo han muerto a mi hijo!”. Bajó horrorizada del auto, se acercó al cuerpo y advirtió que no era el chico. Los vecinos que curioseaban en la escena del crimen le aseguraron que el homicida era su hijo.

A. corrió hacia su casa, abrió la puerta y encontró al adolescente sentado en el comedor. Allí le recriminó:

- ¿Qué has hecho?

- Nada, mamá.

- ¿Cómo que nada? si me están diciendo que has matado a ese hombre.

- No, mamá. No he matado a nadie.

La respuesta no convenció a la mujer, harta de entregarlo a la Policía. A. recordó que salió a la calle y vio a dos motoristas que recorrían la zona. “Les hice seña y les pedí que se lo lleven. Subimos cada uno a una moto y fuimos a la comisaría. Ahí se quedó”, contó.

Según dijo A., su hijo estaba bajo los efectos de las drogas esa mañana. “Había tomado una tira de pastillas, y además a él le gusta fumar (residuo de pasta) base”, indicó. Consultada sobre la inocencia de su hijo, respiró hondo y respondió: “en el momento en que está drogado es capaz de cualquier cosa. Tengo que decir lo que es, cómo más lo voy a ayudar si no. No lo puedo encubrir”.

En la calle

Después de que el chico quedara detenido, una turba impulsada por la bronca atacó la casa de A. donde viven 20 personas, más de la mitad menores de edad. La mujer contó que tuvieron que huir de la vivienda para evitar que la destrozaran con ellos adentro. “Me quitaron todas mis cosas, hasta las chapas del techo me llevaron. Estamos todos en la calle”, dijo.

A. explicó que está cansada de vivir de esa manera, que cada vez que su hijo roba un par de zapatillas o una cartera, después vienen las represalias. “Tengo que aguantar que ataquen a balazos mi casa o que le quieran prender fuego”, explicó.

A. contó que pidió ayuda muchísimas veces, en la comisaría y en tribunales, pero que siempre le cuestionan qué clase de madre es que no quiere tener a su hijo cerca. “Hace tres meses me negué a retirarlo de la comisaría, después me llamaron del Juzgado y me preguntaron por qué no lo retiré si soy la madre. Les dije que no lo puedo controlar, que él se empastilla y se droga y no lo puedo manejar. Me dijeron que no es lo que yo quiera y les contesté que tampoco es lo que ellos quieran porque al infierno lo vivo yo. Que hagan algo, que busquen un lugar donde lo rehabiliten”, suplicó.

Sobre la posibilidad de que su hijo se recupere y se reinserte en la sociedad, la mujer volvió a sincerarse y respondió con pena: “no; si viera cómo está ahora, como si nada, contento de la vida. No lo veo afligido por lo que ha hecho”.

A. reconoció que sí le parece raro que jamás ha visto una escopeta, que es el arma con la que fue asesinado Quiroga. “Él no es el único que anda en la calle, son un montón en el barrio. Pero no pongo las manos en el fuego, no me voy a quemar”, aclaró.

Desde niño

La adicción del adolescente comenzó hace cuatro años, cuando tenía 12. A. dijo que por aquel entonces el chico comenzó a juntarse con un hombre del barrio, que es pariente de un dealer y que lo inició en el consumo y la delincuencia. “Una vez me contó que este tipo le había dado una 9 (milímetros)”, recordó.

Los tiempos en los que el hijo de A. empezó a drogarse coincidieron con una doble tragedia familiar. “Tuve otro hijo que también robaba. Él falleció en el penal de Villa Urquiza, nunca me explicaron qué le pasó. Mi otro hijo de 26 se colgó cuando se enteró de eso porque no quería vivir sin el hermano. No sé si este chico será así por los hermanos, a cada rato se está queriendo ahorcar”, lamentó la mujer.

La última vez que A. vio a su hijo fue el martes, cuando lo sacaron del Instituto Roca para llevarlo a tribunales. Allí intercambiaron unas cuantas palabras.

- ¿Por qué llorás, mamá?

- No lloro por vos, lloro porque los chicos están en la calle por tu culpa.

Pero la mujer no tiene bronca sólo por su hijo. “Acá el problema también es que la fiscalía no hace nada, la Policía no hace nada, nadie hace nada. Él mismo siempre dice que hace lo que quiere porque nunca le hacen nada”, reflexionó.