“Maxi”. “Eze”. “Chuave”. Emilio. Los nombres están escritos debajo de los rostros de cada uno de los jóvenes de “El Sifón”, que en menos de dos años se los tragó la droga. El “paco”. La pasta base o basura de cocaína. El mural hecho por artistas anónimos recuerda a cuatro de los seis que ya suma la lista. Mercedes Zamorano, la mamá Horacio, un chico de 18 años que falleció el domingo, va a llorar ahí. Y se suma a Naum, el hijo de “Eze”, que tiene tres años y que como vive al frente ya se acostumbró a sentarse todos los días en una piedra justo debajo de la imagen de su papá. “Eze” falleció el 26 de febrero.

Mercedes cuenta que el viernes, dos días antes de que su hijo se quitara la vida, lo llevó a la guardia del hospital Obarrio, donde lo atienden siempre. “Era después de las seis de la tarde. Estaba temblando porque llevaba cuatro días sin consumir. No daba más. Entre la psicóloga y yo lo convencimos y lo llevamos al hospital. En la guardia esperamos media hora y nadie lo atendió, a pesar de que la psicóloga de él habló con el médico para explicarle la situación. El chango no pudo más y se volvió nomás”. Mercedes se pregunta qué hubiera pasado si lo hubieran atendido, si lo hubieran medicado para calmarlo. Cree que tal vez hubiera cambiado la historia.    

Por más que Iván Mariani, el subdirector del hospital Obarrio, buscó qué había pasado con Horacio ese día, no lo logró porque el chico no se había registrado ese viernes. “Pero sí lo atendimos el lunes. También había ido con la psicóloga y se le dio medicación inyectable; después vino la madre y pidió pastillas, que también se le dio”, contó el médico. En el hospital Obarrio, ubicado frente al barrio “El Sifón”, se internan alrededor de 50 chicos por mes, solamente por la guardia, informó el doctor Mariani. El 80% viene con problemas de policonsumo (pasta base, marihuana y pastillas).

“Después de un par de días siguen con tratamiento ambulatorio en el hospital Avellaneda o si necesitan una desintoxicación más prolongada pasan a una sala de Obarrio con un abordaje interdisciplinario. Por mes se atienden a unos 400 chicos en consulta ambulatoria pero como el Obarrio se dedica más que nada a la captación inicial y desintoxicación, después se continua en algún CAPS o centro de referencia”, contó Mariani.

El Obarrio recibe chicos que mandan los grupos de la Sedronar, el centro comunitario Los Lapachos, que atiende Irma Monroy, el centro de la Dirección de Prevención de la Drogadicción que dirige Lucas Haurigot Posse y organizaciones sociales como Madres en Acción.

Carmelitas descalzos

En el barrio también se desempeñan como preventores desde hace muchos años los padres de la orden de los padres Carmelitas Descalzos que trabajan en la parroquia San Juan de la Cruz. Al lado del templo funciona un comedor donde se atiende a chicos y grandes. Jorge Nieto, encargado del comedor, es también tutor en un sistema de becas para que los chicos no dejen el secundario. Se les paga $ 700 por mes. “No es un camino fácil. Cuesta convencer a la familia que esa plata es para que los chicos estudien, no para otra cosa”. Al comedor, según los días, pueden llegar hasta cien personas.

Los carmelitas también cuentan con una escuela primaria (Niño Jesús de Praga) que funciona en “La Bombilla”. Dentro de “El Sifón” está la casa de los niños Santa Teresita. Y además trabajan en “El Chivero” y en la plazoleta Mitre.

En la parroquia también funciona un grupo de madres de chicos con problemas de adicciones. “Vienen desesperadas, aquí se las escucha, se trata de conectarlas con todos los servicios de asistencia de las adicciones y se les da apoyo espiritual”, dice Adriana Zotelo, que dirige el grupo de San Juan de la Cruz.

En el barrio también funciona un equipo deportivo que promueve Rubén Vizcarra para alejar a los chicos de la droga. Pero todo es poco. Un trabajo de varios meses cae con un simple “papelito” que ofrece el transa.

Monseñor Alfredo Zecca: “veo demasiada pasividad en la sociedad”

“La Iglesia no es indiferente al problema de la adicción, desde el nivel nacional hasta el local trabaja con organizaciones como Esperanza Viva, con las fazendas, con un conjunto de sacerdotes ocupados en este tema. Sin embargo, la Iglesia sólo puede ayudar. La responsabilidad, desde la lucha contra el narcotráfico hasta la rehabilitación de los adictos, es del Estado”, subrayó el arzobispo de Tucumán, monseñor Alfredo Zecca. Agregó que la Iglesia no puede ocupar el rol del Estado, y advirtió que la fazenda no es una comunidad terapéutica sino religiosa. Llamó a la población a adoptar una actitud más activa respecto de este flagelo, al que definió como “un síntoma de una sociedad enferma”. “No estoy seguro -resaltó- de que se tenga conciencia de su magnitud. Tal vez sí. Pero una cosa es ser consciente y otra es hacer algo en pro de superarlo. Veo demasiada pasividad. Es como si nos hubiéramos acostumbrado a ciertas cosas: chicos pidiendo en los semáforos, gente durmiendo en las calles. Individualmente es difícil resolver esto, pero se puede que exigir al Estado o participar a través de las instituciones intermedias”.