La sensación es de resignación, por un lado; y de alivio, por el otro. Aunque aún resta una instancia más para acabar con el manojo de nervios en el que se convirtió el escandaloso proceso electoral tucumano, hay indicios de que el enredo comienza a desanudarse. El más notorio, la presión interna que reciben José Cano y Domingo Amaya -este en mayor medida- para dar un punto final a la arremetida judicial. Ambos referentes empezaron a escuchar de sus segundas y terceras líneas la advertencia de que, inexorablemente, extender el litigio acabará con una intervención federal a la Provincia y que no hay ninguna posibilidad de que el alperovichismo acepte convocar a nuevos comicios. Por eso pasaron de un discurso contundente a otro ostensiblemente más moderado.

El oficialismo respira, y eso es mucho decir, luego de semanas de asfixia. Aunque les endilgue la culpa de sus males a los dos jueces que anularon los comicios, la responsabilidad principal de todo este bochorno que debió soportar la sociedad tucumana es del alperovichismo. Sencillamente, porque todo se le fue de las manos. Acobardados por aquel estruendo de la foto entre Cano y Amaya, el Gobierno hizo una, dos, tres, cuatro, cinco y seis “de más”. Asustado, liberó miles de acoples, fogoneó las peleas entre sus dirigentes, aprobó el uso y abuso del clientelismo a niveles pornográficos y trató de aprovechar las ventajas de un sistema electoral que excluye, en lugar de fomentar una mayor participación. Obviamente, el corolario fue una elección plagada de irregularidades y vergonzosa por donde se la mire. Aún así, el triunfo de la fórmula Manzur-Jaldo nunca debió ponerse en duda. Si eso pasó, nuevamente, fue por la impericia, la cobardía, la soberbia y las debilidades del propio oficialismo.

Hoy el Gobierno toma aire. Se apoya en las versiones que le llegan de la Casa Rosada, respecto de que la Corte Suprema de Justicia de la Nación no se involucrará en un asunto provincial y que, aún abriendo esa posibilidad, no fallará en contra de la validez de las elecciones del 23 de agosto. Por eso ya hace planes y evalúa cómo salir de este embrollo que debilitó al extremo a Manzur y a Jaldo antes de asumir. Tras la proclamación, los integrantes de la fórmula oficial deberán avanzar en el diseño de “su” Gobierno. Ese es un aspecto central que deberán entender los alperovichistas. Porque comenzarán su mandato sin margen de error y con poco margen de maniobra. Al primero que deberán hacerle entender esa diferencia es a Alperovich. Si Manzur y Jaldo pretenden encaminarse frente a la enorme deslegitimación que sufrieron, tendrán que pasar la escoba en un gabinete anquilosado tras 12 años de desgaste. Luego, irremediablemente, deberán dar señales de otro modelo de gestión, de mayor apertura que el encerradísimo gobierno del saliente Alperovich. Es lo que buena parte de la sociedad, durante varias noches, reclamó en la plaza Independencia. El peor error que podrían cometer es negar esa realidad.

Del otro lado, el canismo deberá reagruparse. Se llegó hasta una elección prebendaria a gran escala en la que el radical consintió esas prácticas con la expectativa de llegar al poder. Bolsones, pago por votos, traslados de votantes y “matones” en las escuelas para vencer a “lo guapo” también hubo en el Acuerdo para el Bicentenario. Resulta una ingenuidad sostener que los peronistas que hasta hace tres meses eran alperovichistas cambiaron de repente su modo de hacer política sólo porque se aliaron con Cano. El silencio de los justicialistas que llegaron a una intendencia (como Germán Alfaro) o a bancas legislativas es una muestra suficiente de la disconformidad de estos con el camino judicial seguido por Cano y por Amaya. Este último es el que mayor presión sufre de sus colaboradores para desistir y aferrarse a la Municipalidad antes de correr el riesgo de sufrir una intervención que los deje en el llano. Los legisladores electos por el amayismo y Alfaro no ven con buenos ojos la dilación de este proceso electoral. “No le sirve a nadie seguir así”, resumió un amayista de la mesa chica.

Ayer, el intendente no se mostró enérgico en la conferencia que brindó junto a Cano y se fue sin hacer declaraciones. Ni siquiera su equipo de prensa, como habitualmente lo hace, estuvo allí o envió luego un comunicado sobre lo acontecido. Son señales. Como la preocupación evidenciada por el radical sobre un aspecto del fallo de la Corte Suprema que validó los comicios. Más que el contenido de la sentencia, el opositor objetó que se haya dispuesto el cese de la cautelar y la proclamación inmediata de los ganadores. Si ese acto se concreta antes de que se abra la intervención de la Corte nacional, su argumento será más endeble. Por eso el radical ahora habla de estudiar bien cuáles serán los pasos a seguir. Se siente más solo que hace un par de semanas para sostener la difícil cruzada de revertir la escandalosa elección, y sabe que los caminos serán cada vez más angostos.

Los rostros y las palabras hablan de la resignación de unos, y del alivio de otros. Lo que no está claro es si ambos aprendieron la lección de estos comicios.