Joe Nocera / The New York Times

NUEVA YORK.- De todos los BRICS, Brasil parecería, en vista de la situación, estar en las peores condiciones. BRICS, por supuesto, se refiere a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, una sigla que pretendía relacionar a estos países por sus economías de rápido crecimiento. Pero eso era entonces. Actualmente, sus economías son lentas en el mejor de los casos, y sus perspectivas ya no parecen tan brillantes.

Todos conocen los problemas de China: su declinante mercado bursátil, su economía en desaceleración y los intentos amateurs del gobierno por revivirlos, como si de algún modo debieran responder cuando el Partido Comunista da una orden.

Los problemas de Rusia también son bien conocidos: además de la anexión de Crimea, y las subsecuentes sanciones occidentales, la economía rusa se ha desacelerado con la declinación del precio de los combustibles fósiles, su principal exportación. La economía sudafricana está en tales problemas que incluso su presidente, Jacob Zuma, la describió como “enferma”. Aunque India creció en 7% en el segundo trimestre, esa cifra estuvo por debajo de las expectativas y, en cualquier caso, probablemente exagera la salud de la economía dijo Shilan Shah de Capital Economics a BBC News.

Y luego, ay, está Brasil. ¿La inflación? Está cerca del 10%. ¿Su moneda? El valor del real ha descendió casi en 50% frente al dólar estadounidense. ¿La recesión? Apueste a ella. La opinión de consenso es que la economía brasileña se contraerá en un 2% en 2015. Mientras tanto, “entre 100.000 y 120.000 personas están perdiendo sus empleos cada mes”, dice Lúcia Guimãraes, periodista brasileña.

Lo que agrava los problemas económicos, muchos de ellos resultado simplemente de una mala administración económica, es un enorme escándalo de corrupción que ha alcanzado a los políticos brasileños y a varios prominentes empresarios. El escándalo se centra en la compañía más grande del país, Petrobras, cuyo éxito había sido objeto de verdadero orgullo durante los años de auge. Aunque los detalles son complicados, ya que el meollo del escándalo es “un antiguo esquema de sobornos”, como lo expresó David Segal de The New York Times en un artículo en agosto; un esquema de sobornos que ha sido estimado en U$S 2.000 millones.

Han sido arrestados políticos y miembros de la élite empresarial por igual. La presidenta del país, Dilma Rousseff, quien era directora de Petrobras mientras tenía lugar ese esquema, no ha sido acusada de nada, pero su índice de aprobación está en cifras de un solo dígito. La gente ha tomado las calles para hacer un llamado a su impugnación, aunque realmente no hay bases para impugnarla.

La corrupción política ha sido desde hace tiempo un hecho de la vida en Brasil, pero rara vez ha sido exhibida de manera tan vívida, y nauseabunda.

El doble golpe del escándalo y la recesión han creado un estado de ánimo que combina la indignación, la angustia y la resignación. Pero hay algo más también. “La gente se siente traicionada”, dice Guimãraes. El partido de Rousseff, el Partido dos Trabalhadores (PT) -o Partido de los Trabajadores- llegó al poder en 2003 prometiendo, de manera idealista, crear programas sociales que ayudarían a los pobres a unirse a la clase media. Entre 2003 y 2011, según una estimación, unos 40 millones de personas han salido de la pobreza abyecta y ascendido al primer escalón de la clase media. “Lo peor”, me escribió un amigo brasileño en un correo electrónico recientemente, “es este sentimiento de decepción con el … PT, que trajo tanta esperanza a la clase media. Yo le llamaría una especie de depresión política”.

Y, sin embargo, mientras analizo a los BRICS, pienso que hay más esperanza para Brasil que para algunos de los otros países del grupo. Lo admito, estoy enamorado de Brasil; mientras hacía llamadas telefónicas y enviaba correos electrónicos para esta columna, surgió un sorprendente lado positivo.

Es este: Pese a todo el dolor que los brasileños están experimentando en la actual situación, su democracia, y sus instituciones judiciales, está funcionando.

“Lo que veo, más que nunca antes, es que el país está soportando esta tormenta”, dice Cliff Korman, un músico estadounidense que ha vivido y dado clases en Brasil durante décadas. El país tiene una prensa libre, que ha permanecido incesantemente enfocada en el escándalo de Petrobras. Tiene fiscales que realmente están poniendo a los políticos y empresarios en prisión, y presentando casos contra empresas. El sistema judicial no se está echando para atrás.

“La corrupción es una gran parte de la vida pública”, dice Riordan Roett, el director de Estudios Latinoamericanos en la Escuela Johns Hopkins de Estudios Internacionales Avanzados. “Pero ahora la gente está siendo responsabilizada. Hay una sensación de que las cosas realmente pudieran cambiar”. Y, a diferencia de hace medio siglo, cuando una dictadura militar derrocó a un presidente cuyos programas izquierdistas no le gustaban - y mantuvo el poder durante los siguientes 21 años-, no hay indicio alguno de que eso pudiera suceder ahora. No importa cómo vaya la economía, los brasileños van a poder elegir a sus próximos lideres, y al hacerlo trazarán su propio rumbo.“Es el inicio de un nuevo Brasil”, dice Roett, de manera optimista.