“Todos los ciudadanos pensaríamos bien si nos dejaran; es decir si no nos enseñaran o nos obligaran a pensar mal”. (Voltaire)

El resultado actual de la anomia colectiva y de la degradación de nuestra sociedad es producto de una extraña combinación en la que confluye un importante sector de extrema vulnerabilidad y otro, más pequeño pero mucho más vigoroso, de pícaros sin pudor (cachafaces) que han logrado aprovecharse de los primeros ante la complicidad y el silencio de una gran franja social que casi siempre ha optado por callar y acompañar, algunas veces, por obvias conveniencias. Estamos hastiados de los sofismas, relatos y el perverso maniqueísmo de quienes nos mienten, nos roban y nos retan. De quienes hablan desde el PJ como si representaran la quintaesencia de la doctrina y que rindieron todas sus banderas, entregaron sus dignidades y alquilaron su militancia a ex radicales, conservadores, liberales, progresistas, fascista, stalinistas, etc. Son descriptos en un interrogante construido sobre la tan meneada “lealtad” y que ante la pregunta de “¿hay algo peor que la traición?, responden: sí, el llano”. Y como ello es lo peor, el objetivo esencial no es la institucionalidad ni el bien común ni la construcción colectiva, sino el “estar” y “seguir estando” en forma permanente. En esto, desaparece el debate de ideas, la posibilidad de consenso, la política arquitectónica y la conformación de una inteligencia colectiva. Allí es donde aparece una voluntad única y autocrática que pretende sustituir al sistema republicano y que es viabilizado por este conjunto de individuos, oportunistas, carentes de objetivos trascendentes que vacían de contenido a las instituciones y reducen la democracia a la ficción de un periódico acarreo masivo. Es lo que ha ocurrido en Tucumán donde se ha pulverizado a la democracia y se ha devastado a la república. Es pueril que se hable de victoria, transparencia y democracia, como si alguna de ellas pudiera existir sin el derecho fundante: la libertad. Se afirma que Macri o Clarín fueron los promotores de la espontánea reacción indignada de aquellos que hemos sido testigos y protagonistas de un proceso fraudulento que ha hecho eclosión el aciago domingo 23. En simultáneo resuenan las palabras que el jefe político “del sello partidario” gobernante, expresa, confesando de modo primario y brutal, que han entregado bolsones y efectuado tremenda “movilización”. La única causa de la reacción popular fue el hastío extremo de gran parte de la sociedad cansada de la pulverización de las reglas básicas de la convivencia social y de la ilimitada depredación de las instituciones. El hastío representa la realidad de la inseguridad, la percepción de que no hay división de poderes y que sí existen mayorías legislativas irracionales que han abandonado a los jubilados, usado los derechos humanos y pulverizado el federalismo. Debe entenderse que la democracia no solo se realiza en sus aspectos formales cuantitativos, sino que se resignifica básicamente en sus contenidos sustanciales. Por ello la existencia de un voto libre y soberano es un prius para la ratificación y legitimación de la democracia formal. No deslegitima la democracia decir las cosas tal cual son, ni reclamar libertad, decencia, democracia o división de poderes. Lo que sí lo hace son las conductas cargadas de cinismo, atentatorias de las libertades personales y obscenamente desplegadas antes y durante las elecciones en conductas que se han denominado “prácticas clientelares abyectas”. Si los principios fundamentales (en especial la libertad) dan soporte a cualquier elección democrática, resulta que su afectación grave y generalizada provoca que la elección carece de pleno sustento constitucional y es nula por no haberse sujetado al marco normativo insorteable predeterminado. Por eso, quienes tienen que explicar el daño provocado a la provincia en sus cimientos democráticos y republicanos son los que se encargaron de aniquilar la democracia y pulverizar la república. A los tucumanos les queda la enorme tarea de la reconstrucción.