Shaun no es un desconocido, sobre todo en el universo infantil. Vio la luz junto a Wallace y Gromit y accedió a su propia serie de TV, emitida en estas tierras por el Disney Channel. Lo que merecían Shaun y los suyos era una película propia, y ese milagro de pura creatividad que es la productora británica Aardman les dio (y nos dio) con el gusto. El resultado es, sencillamente, maravilloso.
“Shaun, el cordero” tiene mucho de las comedias mudas clásicas. Lógico, teniendo en cuenta que no hay diálogos durante la hora y media de aventura. Ni falta que hace, porque la acción se sostiene con el ritmo justo, a puros gags, por momentos propios de los enredos a la Buster Keaton y por momentos anclados en la cultura popular. Es un espectro amplísimo, simple e inteligente, sintonizable con el mismo disfrute por los más chiquitos y por los adultos.
“Pollitos en fuga”, “Lo que el agua se llevó”, “Wallace y Gromit”, “Piratas”... El aporte de Aardman al cine moderno de animación es excepcional. “Shaun” está confeccionada con la misma y depurada técnica de stop-motion. Los escenarios y personajes se sienten entonces más próximos, palpables. Por supuesto, reales. Y no por eso hay una pérdida de expresividad; al contrario. Si algo les sobra a Shaun, al perro Bitzer, a Timmy (el corderito que acarrea el osito de peluche) y a su mamá (siempre con los ruleros puestos) es capacidad para transmitir emociones.
Hay un villano que no les da respiro a los corderos, pero ellos están decididos a recuperar a su querido granjero... que tiene amnesia y se convierte en un estilista famoso. Mejor no contar más.
El experimentado guionista Mark Burton hace su debut en la dirección acompañado en la tarea por Richard Starkaz, para quien poner en escena a Shaun y a sus amigos no es una novedad. Lo hizo varias veces en la serie de TV. La dupla juega de memoria y ofrece una película divertidísima, tierna y original.