A Diego José Blas le tiemblan las manos. Está a minutos de obtener su título universitario. No son los nervios. Es la emoción. Se le caen las lágrimas. Tiene en frente el “proyecto de su vida”. Y le cuesta explicarlo. Las palabras se traban en su boca. Podría haber sacado un 10. Fue 8. A él no le importa. Afuera del aula lo espera la sonrisa más tierna que conoció: la de Ernestito, un niño de 12 años que sufre parálisis cerebral. Fue la historia de este pequeño la que disparó una gran idea: una bicicleta terapéutica que le permite a quienes padecen esta discapacidad fortalecer su aparato respiratorio, su musculatura y sentir, por primera vez, el viento golpeando en sus caras.
El proyecto se llama Easytech Pro. Fue la tesis que Blas, de 26 años, preparó para recibirse de ingeniero industrial, en la Unsta. Todo comenzó hace poco más de un año, según cuenta. Un día los padres de Ernestito, Claudia y Fernando Aráoz, golpearon su puerta en busca de ayuda. “Mi hijo ya está bastante grande y tiene muchísimas actividades. Cada vez se complicaba más trasladarlo: como no puede caminar, bajarlo y subirlo de la silla de rueda al auto y viceversa era todo un trabajo. Un amigo en común nos había recomendado pedirle ayuda a Diego”, relata Claudia.
“Así lo conocí a Ernestito. Su mirada me atrapó desde el primer día”, añade Diego, que en ese momento ideó una rampa plegadiza para el vehículo utilitario que tienen los Aráoz. Así, el niño entra perfecto al auto y su silla queda asegurada con un sistema especial. “Pensaba casi todas las noches en él, en cómo podía ayudarlo. Empecé a hablar con médicos especialistas y me decían que uno de los principales inconvenientes de la parálisis cerebral es que, al no poder moverse los pacientes, se les van atrofiando los pulmones. Me quedé preocupado”, detalla.
Y entonces se le ocurrió la idea de la bici. “El tema era diseñar algo que no fuera sólo para pasear. De alguna forma, Ernestito tenía que mover su cuerpo. Empecé a entrevistar durante un año a médicos y terapeutas expertos. Así fui armando mi proyecto y fabriqué este rodado que en la parte de atrás es como cualquier bici. Adelante, le incorporamos una silla ergonómica con pedales. Los pedales de atrás impulsan la bici mientras que los de adelante se mueven solos a un ritmo mucho más lento, logrando el proceso de rehabilitación. La bicicleta tiene una palanca en el manubrio para desacoplar o acoplar el sistema de pedales delantero”, explica el joven emprendedor. Y detalla otros beneficios de su proyecto: fortalece el sistema motor y la circulación sanguínea, tonifica los músculos y estimula los sentidos.
Aunque recibió cientos de pedidos de familias de todo el mundo, que deseaban comprarle la bicicleta, Diego todavía no pudo comenzar a producirla. “Pero lo voy a hacer muy pronto”, anticipa. Mientras tanto -y gracias a la ayuda de padres de niños con parálisis cerebral- hizo los trámites para patentar la idea. “La gente me decía: ‘nunca vi algo igual’. Empecé a buscar por internet y realmente era algo innovador. Acudí a un estudio jurídico de Buenos Aires. Primero pasamos por la etapa de investigación en la que tuve que demostrar por que mi proyecto era único. Después vino la segunda parte, que fue inscribir el invento en Argentina y en el mundo”, explica el joven, mientras abraza a Ernestito. El niño lo mira, le tira besos y repite, como puede, Diego. “Lo que me está pidiendo, en realidad, es que lo lleve a pasear en la bici”, anticipa el creativo y sale a cumplirle el deseo al pequeño.
En las calles del country de Yerba Buena, donde vive la familia Aráoz, Ernestito desparrama sonrisas mientras el viento acaricia su rostro. “Levantá la cabeza; vamos chango”, le dice Diego desde el asiento de atrás. Y el muchachito enseguida se pone firme. Está feliz. No es para menos. Ir en bici, igual que todos los chicos de su barrio, dejó de ser un sueño imposible.
Un niño feliz que se supera todos los días
Ernesto Aráoz dejó el vientre de su mamá demasiado rápido, cuando estaba terminando el sexto mes de embarazo. Una hemorragia en su cabecita le provocó una parálisis cerebral. “Era como que habían tirado una bomba en casa y había que esperar para ver cómo había quedado todo. Los médicos no nos daban pronósticos. Las horas y los días que le siguieron a su nacimiento estuvieron cargadas de incertidumbre”, cuenta Claudia Poliche, mamá del niño que tiene hoy 12 años. Contra los pronósticos desoladores, el niño de mirada dulce y sonrisa constante, empezó a ir a la escuela integrado y a hacer todo tipo de actividades: natación, equinoterapia y, gracias a la ayuda de muchos y la voluntad propia, está haciendo avances chiquitos pero gigantes que mejoran a diario su calidad de vida. Ernestito necesita ayuda para comer, no camina, y aunque no habla mucho se hace entender todo el tiempo. “Lo que más nos importa es que él es un niño feliz y que nos llena de amor todos los días”, resalta Claudia, que también es mamá de gemelas de 23 años.