Es uno de los principales problemas que se padecen en los conglomerados urbanos, como consecuencia de la producción de gases despedidos por vehículos o emitidos en la descomposición de los desechos que hallan en basurales a cielo abierto, así como también la quema de plásticos, basura o cañaverales que ensucian el aire que respiramos y en consecuencia, afecta la salud. La contaminación ambiental puede generar, por ejemplo, accidentes cerebrovasculares, cáncer de pulmón y neumopatías crónicas y agudas, tales como el asma.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuantos más bajos sean los niveles de contaminación del aire mejor será la salud cardiovascular y respiratoria de la población. En 2012, el organismo internacional señalaba que la contaminación atmosférica en las ciudades y zonas rurales de todo el mundo provocaba cada año 3,7 millones de defunciones prematuras.
En 2013, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer de la OMS determinó que la contaminación del aire exterior era carcinógena para el ser humano, y que las partículas del aire contaminado estaban estrechamente relacionadas con la creciente incidencia del cáncer, especialmente el cáncer de pulmón. También se ha observado una relación entre la contaminación del aire exterior y el aumento del cáncer de vías urinarias y vejiga.
Se puede combatir la contaminación ambiental a través de políticas públicas orientadas a promover empleo de tecnologías que disminuyan las emisiones de chimeneas industriales; gestión mejorada de desechos urbanos y agrícola. El incremento de los espacios verdes y del arbolado urbano juega un papel importante.
En ese sentido, San Miguel de Tucumán presenta un déficit pronunciado. Según un estudio que la Subsecretaría de Servicios Públicos efectuó en 2009, sólo el 5,3% del total de 9.000 hectáreas de la capital eran espacios verdes, es decir 450 ha. Si se consideraba una población de alrededor de 700.000 habitantes, significaba que sólo había 6,4 metros cuadrados de espacios verdes por habitante, menos de la mitad de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud: entre 10 m2 y 14,2 m2 de espacios verdes por habitante. En los últimos lustros se erigieron más de 500 edificios y este incremento en la construcción no fue acompañado por controles, por acciones ni por normas que redujeran el impacto ambiental, según sostienen los especialistas. A ello se debe sumar la pavimentación de miles de cuadras y la escasez de espacios verdes en el centro que representan apenas el 4,1% frente al 95,9% de cemento. Varias cuadras del microcentro carecen de árboles y ello se nota principalmente en el verano; caminar por ellas es agobiante. El calentamiento del pavimento y el voluminoso flujo de vehículos que circula a diario influyen en la alteración del ambiente. En los paseos públicos que se están remodelando en la ciudad, el verde está sucumbiendo por el exceso de cemento, como sucede, por ejemplo, en la plaza San Martín.
Es hora de que los próximos gobiernos provinciales comiencen a preocuparse por la calidad del aire que respiramos, diseñando políticas que no atiendan solamente a la coyuntura, sino que tengan proyección de futuro. Si seguimos permitiendo la deforestación, así como la contaminación de los cauces de agua y del aire, estaremos provocándonos una autoagresión, poniendo en peligro a la ciudadanía. La salud y la calidad de vida de las próximas generaciones dependerán de las acciones que se realicen en el presente.