“La Casa de Gobierno estaba a oscuras. No me terminaron de cruzar por la puerta y fue impresionante las patadas y las piñas que me dieron. Al que me llevaba arrastrando le pregunté si no tenía familia, si no se daba cuenta de lo que estaba haciendo. Me pegó y me pegó. Me metieron en un cuarto. Estaba oscuro. Había 10 o 12 chicos más en el piso. Me dijeron: ‘tirate al piso y no mirés a nadie a la cara’. Tenía la boca llena de sangre, no podía respirar. Intenté levantar la cabeza, me patearon la costilla. Me resigné. Imaginé que aparecería tirado en el río”. Jorge Soto. 22 años. Estudiante terciario y empleado de un call center. “No estoy con Cano, con Manzur, con nadie”. Se pone nervioso. Repasa detalles. Cierra los ojos. Lagrimea. Aprieta los puños. Se indigna. Aún siente miedo.
La escena escalofriante que el joven vecino de la Villa 9 de Julio relató ayer a LA GACETA fue la continuación de las imágenes que todo el país vio durante la noche del lunes, en la represión policial en plaza Independencia. Jorge es el chico de chaleco que fue derribado por presuntos policías de civil y golpeado brutalmente en el piso.
Había llegado a la marcha temprano, con la familia de un amigo. Para curiosear, se había alejado de ellos. Eso es lo último que recuerda con absoluta claridad. El resto, es una sucesión de episodios confusos y violentos. Muy violentos.
“Cuando vi los caballos, parecía una escena de Robocop. Iban como a la guerra. Una señora llevaba una bandera argentina y un policía le apuntó. Le grité que si no era argentino, si no tenía madre. Me saqué, comencé a decirles cosas y a gritar que paren”, detalla ofuscado. Ahí comenzó lo peor, según recuerda. Afirmó que vio que un agente se cayó del caballo y que la gente quiso acorralarlo. “Me acerqué a separar porque la gente quería pegarle. Él no tenía la culpa, sino los de arriba. Otro chico venía separando a la gente también. Un tipo de atrás lo agarró e inmovilizó y otro le pegó. Cuando vi eso, dije ‘estoy muerto’”, abre los ojos grandes y hace una mueca de dolor. Tiene la boca hinchada y golpes y moretones en la cara, los brazos y el cuello. También le duele respirar, por los golpes en todo el cuerpo. “Me di vuelta para correr. Un grandote me dijo ‘¡a dónde vas, hijo de puta!’. Me pegó una piña. Me tiró al piso. Seis personas más comenzaron a patearme. Me alzaron y llevaron. No entendía nada. Era gente de civil. En la Casa de Gobierno ya eran con uniforme ¡Dolían las patadas de las botas! Parecía la dictadura”, comparó. Se acuerda que los mantuvieron en el piso, con insultos y golpes. Que se les reían, que los humillaban.
“En un momento, entró uno y dijo que nos llevaran para arriba. Nos tomaron los datos. Estaba la señora rubita, (Silvia Elías) la Pérez. Cuando vi a la mujer me tranquilicé. Nos sacaron a los minutos. Sentí miedo. No dormí”, lamenta.
Rosa Acosta, mamá de Jorge, trabaja en una casa de familia. Ella siente otro tipo de dolor. “Somos humildes, pero honestos. No estudié, pero sé leer e interpretar. Los policías son brutales. Tenemos miedo de que le armen una causa, que pierda el trabajo -él sostiene la familia- o que atenten contra nosotros. Cerca de mi casa tengo 10 puestos grandes de venta de droga. Veo a los policías ir de civil a cobrar coimas ahí. Por favor, poné en la nota esto. ¿Cómo puedo confiar en la Policía? ¿Cómo confiar en alguien si un ‘transa’ es candidato a concejal?”, revela.
Jorge se pone triste porque recuerda a sus amigos que murieron o padecen por las drogas. “Salí de un lugar que está podrido y no pienso volver. Hice muchos esfuerzos y voy a seguir haciéndolos para que todo esté mejor”.