Durante esta última y trascendente semana de agosto, el escenario que monopoliza el pulso ciudadano, político, electoral e institucional de Tucumán es la plaza Independencia. Desde hace dos noches, decenas de miles de tucumanos se dan cita allí para repudiar las irregularidades registradas durante los comicios del domingo. La protesta del lunes llegó a ser una noticia internacional. La posterior represión policial ha sido, durante la jornada de ayer, objeto excluyente de los pronunciamientos de los principales candidatos presidenciables argentinos.

Esas manifestaciones ciudadanas se han replicado en el interior de la provincia. Más bien, se han dado en las principales plazas de otras ciudades tucumanas. Los vecinos de Concepción marcharon en la plaza Libertad, que enfrenta en una de sus esquinas a la sede de la Municipalidad. Otro tanto ocurrió en Juan Bautista Alberdi, con una particularidad: la sede de la intendencia, allí, no linda con el paseo público de la ciudad.

¿Qué hace de las plazas el epicentro de las manifestaciones tucumanas? ¿Qué les confiere tanta centralidad en la protesta?

Las plazas, en los términos del antropólogo francés Marc Augé en su libro Los no lugares, espacios del anonimato, son espacios públicos verdaderos y, como tales, son “un lugar” que “puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico”.

Ese lugar cumple dos funciones dentro de una ciudad, según Fernando Carrión M. en Espacio público: punto de partida para la alteridad: “Le da sentido y forma a la vida colectiva, y es elemento de representación de la colectividad”.

En Tucumán es así, incluso, desde la prehistoria de la plaza Independencia. “En los tiempos coloniales, el punto de reunión para agrupar a las milicias que debían enfrentar a los mocovíes, que venían desde el Chaco salteño y entraban por la Senda Macomita, era la plazuela de La Merced. En general, ese era, por entonces, el punto de encuentro para todo tipo de alarma militar”, explica el historiador Carlos Páez de la Torre (h).

A la plaza Independencia, determina el académico de la historia, le llegaría su turno después del Período de Organización Nacional (1852-1880). “Es entonces cuando habrá más libertad, lo cual no se daba en los tiempos de Rosas; y cuando habrá periodismo, que surge después de Caseros”, define.

Antes de la modernidad

“Un ejemplo interesante de lo anterior es la fundación de las ciudades españolas en el Nuevo Mundo -pauta Carrión M. en su trabajo-. En 1523, el Rey Carlos I de España dictó una ordenanza que determinaba que la estructura urbana debía ser definida por sus plazas, calles y solares, comenzando desde la Plaza Mayor. Desde allí y hacia ella convergían las calles que unían a otras tantas plazas y plazuelas, y a partir de las cuales se distribuían los solares, de manera que el crecimiento de la población pudiera siempre proseguir la misma forma y lógica”.

Precisamente, la arquitecta Gabriela Lo Giudice, en diálogo con LA GACETA, expresa que la plaza “es un elemento fundacional del espacio hispano. Así es desde la conquista: la plaza se traza en un descampado, donde se coloca el Poste de Justicia, la señal de la espada apuntando a los cuatro vientos y, normalmente, el nombre del rey. Esa plaza apunta a los espacios de poder: los de la política y los de la Iglesia”.

“Entonces -consigna la docente de la Unsta-, la plaza es el lugar de encuentro más simbólico para los latinos, lo cual tiene un origen griego, a diferencia de lo que ocurre con los anglosajones”.

Esa condición original, si se quiere primigenia que ocupa la plaza en los procesos de socialización de las urbes del Nuevo Mundo, resulta determinante para explicar el porqué de su centralidad en las manifestaciones ciudadanas actuales.

“A pesar de que en la actualidad hablamos de ‘modernidad líquida’ y de ‘espacio evanescente’, cuando las situaciones colectivas se tornan viscerales volvemos al origen y la plaza nos representa”, sintetiza.

Lo Giudice rescata, también, el hecho de que la plaza Independencia, en particular, es una de las más representativas de San Miguel de Tucumán, “por la variedad de estilos históricos que encontramos en los edificios que se encuentran en su entorno”.

La especialista, que integra la Comisión de Patrimonio Histórico de la provincia, recalca que la plaza principal de la capital se ha mantenido como un “espacio público siempre bloqueado”. “Cuando se propuso abrir una avenida que conectara los Tribunales con la Casa de Gobierno, la iniciativa no prosperó y la plaza quedó preservada como un espacio central, en un nivel que no logran las otras. La plaza Urquiza está vinculada con la cultura; y la plaza Yrigoyen, con la Justicia. Pero ‘la’ plaza, como tal, es la Independencia”, puntualiza.

“La centralidad de la plaza, en la capital y en las ciudades del interior, es atávica -concluye Lo Giudice-. Lo es, inclusive, para quien no logra explicar esa centralidad y, simplemente, la vive así”.

Después de la modernidad

La postmodernidad, sostiene Carrión M. “es productora de no lugares”. Es decir, que no pueden definirse como espacio de identidad, ni como relacional, ni como histórico. Cita al respecto La ciudad espacial y la ciudad comunicacional, de Néstor García Canclini. “Se vive un cambio de la ciudad como espacio público, porque es ‘en los medios masivos de comunicación donde se desenvuelve para la población el espacio público’”. Los circuitos mediáticos ahora tienen más peso que los tradicionales lugares de encuentro al interior de las ciudades, donde se formaban las identidades y se construían los imaginarios sociales”.

Justamente, la presencialidad es uno de los elementos que rescata el filósofo Santiago Garmendia cuando reflexiona sobre el carácter convocante que tiene la plaza para los tucumanos.

“Frente a lo virtual, en la plaza se pone el cuerpo. Dar la cara en los espacios públicos sigue siendo la acción política por antonomasia”, analiza Garmendia, consultado por este diario.

“En las redes sociales, en cambio, hay respecto de las cuestiones políticas una suerte de pérdida de respeto a la verdad. Hay un sesgo excesivo para ubicar a las personas en un lado o en otro. Operan, en lo virtual, extrañas reproducciones, en las cuales se habla alternativamente del fraude total o de la absoluta transparencia de las elecciones. Es que en las redes sociales hay menos responsabilidad que en el hecho de ir a la plaza. Movilizarse es otra cosa, tiene un peso distinto que la dudosa eficacia de lo pregonado virtualmente. Eso es lo interesante de lo que ha ocurrido con las movilizaciones a la plaza Independencia: se estableció que no habrá una sustitución de lo real por lo virtual”.

El filósofo sostiene que también es parte del juego que el oficialismo concurra a la plaza, tal como ahora lo hace la oposición. “Ello demuestra que la clase política escucha lo que ocurre en ese espacio público. Y debe hacerlo”.

“La plaza es insustituible como expresión masiva. Cinco personas cortan una ruta, pero no llenan una plaza. En democracia, me gustan las plazas llenas. Pero también les tengo temor: en la Argentina han habido plazas llenas para ir a la Guerra de Malvinas”, recordó.

“En el caso específico de lo que ocurre ahora en la plaza Independencia, surge el cuadro de un Gobierno que ha obturado incontables canales de diálogo con vastos sectores de la sociedad civil. Ahora hay una lluvia de planteos desde esos sectores, y el sistema hizo eclosión”, concluyó.