José Marrades grita en la puerta de un colegio que está “muy caliente” porque le han robado votos. María Basarte entra al cuarto oscuro, se pone nerviosa y se olvida de meter el papel en el sobre. Juan Coronel arranca su moto y maneja hasta la casa de un conocido: le van a dar $ 300 y el almuerzo para que lleve gente a las escuelas. Fueron tres de los episodios que se vivieron ayer en Yerba Buena, una ciudad en la que -al igual que en el resto de la provincia- el poder abusó de la democracia.

Marrades fue uno de los candidatos a la intendencia del municipio, y al mediodía bramaba para que su gente llevara más sufragios al colegio San Patricio, situado a metros de la avenida Perón. Basarte tiene 28 años y, aunque tenía su voto resuelto de antemano, se asustó cuando vio 101 listas desplegadas en los pupitres (imaginen: no es fácil separar una papeleta de entre un centenar. Y menos cuando afuera unas 50 personas aguardan a que uno termine, como fue su caso). Coronel vive en San José; no quiso contar mucho más sobre su trabajo por un día, que podría llamarse motovoto, ¿no?

Y es que del sinfín de escenas sucedidas en ese municipio, durante el domingo de elecciones, la mayoría de las desmesuras ocurrió -justamente- en esa localidad. San José es parte de Yerba Buena. De los 52.000 electores en promedio del municipio, unos 12.000 corresponden a ese territorio, considerado uno de los más pobres.

Y fue ahí donde se vieron tropas de vehículos. De recibidoras. De punteros. Y de veedores. Los alrededores de las escuelas Justiniano Frías Silva y Salobreña estuvieron atestados. Parecían la entrada a una bailanta, más bien.

- Me dan $ 800 por poner el auto hasta la tarde -contaba un conductor.

- Me trajeron de Salta con 60 muchachos más. Me pagan casi $ 1.000. Tengo que anotar cuántas veces pasa cada auto -agregaba un veedor, de pie bajo la sombra de un árbol y en medio del polvo levantado por la marea de coches.

- Si traigo 15 personas, me gano $ 600 -continuaba un dirigente.

- Me fijo que los que están con mi candidato vengan. Capaz que me dan $ 500 -revelaba una recibidora.

- Aquí siempre se dan los votos en cadena. Tengo 300 fiscales. No voy a dejar que me hagan la elección -advertía un político.

Las dos yerbabuenas

A la misma hora, en otras partes las cosas eran distintas. Como si la avenida Perón hubiese partido en dos a Yerba Buena. Hacia el norte, San José, con su clientelismo demesurado. Al sur, los otros colegios electorales. Y nadie dice que por allí no circularon cientos de autos rentados. Pero el fragor fue distinto. Tal vez hubo más disimulo. O menos electores a quiénes acarrear, en comparación.

De todos modos, las rarezas también revolotearon. En algunos establecimientos, como Pablo Apóstol y San Javier, las votaciones comenzaron con una hora de retraso, debido a la cantidad de fiscales acreditados por los partidos. En promedio, había entre 12 y 20 autoridades en cada mesa.

Y no es para menos: en total, 1.468 personas se postularon en ese distrito para una de las 10 bancas del Concejo Deliberante. Ese caudal también asomó entre los candidatos a intendente, ya que había 15 aspirantes.

En general, la mayoría de los centros de votación se poblaron de electores pasadas las 10. Y se mantuvieron populosos hasta el final. Se calculaba que había votado alrededor del 90% del padrón.

En el colegio San Patricio, en tanto, se registraron quejas de numerosos electores porque los sobres se introdujeron en las urnas sin los sellos correspondientes. Fue una denuncia replicada en varios puntos de la provincia.

En definitiva, mientras ayer algunos depositaban el sueño de un mundo mejor, otros explotaban las diversas formas del negocio. Está claro que democracia no es alquilar autos, ni pagar punteros, ni vender un voto. En Yerba Buena esa fue la norma.