En la provincia más pequeña del país todavía hay lugares detenidos en el tiempo. A ellos se llega a lomo de mula, bordeando precipicios. Eran antiguas estancias que pertenecieron a los jesuitas y que estaban destinadas al pastoreo. Algunas pasaron a manos privadas, otras no. Pertenecen a un Tucumán profundo y milenario, salpicado de casas de adobe con techo de paja, sólo apto para maestros y médicos de vocación misionera y curas “con olor a oveja”. LA GACETA estuvo allí, acompañando al equipo de Pastoral de Alta Montaña de la Arquidiócesis de Tucumán. Siguió los caprichosos senderos que conducen a Anca Juli, Chaquivil y Lote 3, en la zona montañosa de Tafí Viejo y participó de un misachico a 3.000 metros de altura.
El tractor ruge y tiembla. Los 33 kilómetros que separan Chuscha (Trancas) de Anca Juli (Tafí Viejo) se hacen en penosa subida, por el borde del cerro, durante cinco horas. Hay que cruzar al menos 15 veces el río El Chorro, que serpentea helado por las piedras, el río Ñorco y otras 12 veces el río Guasamayo. En verano crecen y no dejan pasar a nadie. Por eso la comuna de Anca Juli levantó cerca del río Guasamayo una casilla de madera para que el infortunado viajero tenga dónde guarecerse mientras espera que bajen las aguas.
Hay que sujetarse fuerte. El tractor tiene un solo asiento. El padre Fabián Giménez, operario diocesano; Guadalupe García Moreno, una voluntaria de 19 años, el guía Marcelo Morales, mano derecha de las hermanas Dominicas, y esta periodista, vamos como podemos.
“Don Chaile, ¿le lleva esta bolsa de maíz pa’ los pollos de mi comadre?”, dice al tractorista una mujer que sin esperar respuesta carga ahí nomás 20 kilos en el acoplado. Unos kilómetros más y se para a cargar unos muebles. Sigue otro poco y ...“¡buenas, señora, la verdura no la he conseguido, pero aquí le traigo pañales!”, dice Chaile. El tractor de la comuna sube y baja tres veces a la semana, con encargos de mercadería, materiales de construcción y hasta animales, sin cobrar ni un peso.
El Zonda
Ahora la travesía continúa a caballo: cinco horas y media hasta Chaquivil. Al amanecer, un ruido como de motor truena en lo alto de las montañas. “Es el Zonda, que azota los árboles de la cumbre. “Cuando baje va a hacer desastre aquí”, alerta Laura Pistán, una alumna de El Mal Paso que camina cuatro horas para llegar a la escuela 218. A la casa de Cayetano Arce, donde se oficiará la misa para Miguel Pistán, los vecinos van llegando a caballo o a pie. La radio de la DAU - el único medio de comunicación- alerta que Berta Pistán se ha caído del caballo con su bebé en brazos. Venía para la misa cuando el caballo se asustó con el viento. “¿Hace falta trasladarla en helicóptero a la señora? Cambio”. “No, son golpes nomás. Cambio”.
El viento enloquece. Los chicos lloran. Una “bocarada” arranca el techo de la casa de don Arce. Las camas quedan a cielo abierto. Una gallina busca refugio entre las sábanas. Los pedazos de adobe caen sobre la cabeza de esta periodista, que más que dolor, siente pánico. Pero nadie le da más importancia al asunto. La misa comienza al fin y el viento se retira, no sin antes dejar un calor intenso, como de estar al lado del horno.
Después de la misa viene la comida: empanadas, cordero, locro y vino en jarra. Ahora es más pesada la subida por la Cuesta del Sauco. El caballo asciende tomando impulso y haciendo sonar sus cascos sobre las piedras. Por fin llegamos a Lote 3, un morro de 4.000 hectáreas fiscales, donde viven siete familias con sus ovejas. Hay vestigios indígenas, por todos lados, pircas, morteros y menhires. Dos enormes altares explican por qué se eligió ese lugar para construir la capilla de San Cayetano. De ahí arranca el misachico, colorido y lleno de flores. El violinista y el bombista van adelante de todos.
Mini historias
Escuchan misa una vez al año
El equipo de la Pastoral de Alta Montaña de la Arquidiócesis de Tucumán visita las zonas más alejadas. En algunas, el sacerdote llega una vez al año. En esas misas, hay casamientos, bautismos, comuniones y se dan todos los sacramentos juntos. Los pobladores cabalgan o caminan durante varias horas por las montañas hasta la celebración. A veces vienen trayendo imágenes sagradas en procesión, al son de bombos y violines. Son los “misachicos”, voz quechua que significa “mandar a decir misa”. Las imágenes se colocan en el altar. Luego, los vecinos que no pudieron ir a misa van a las casas de los dueños de las imágenes a tomar gracia de ellas.
Equipo arquidiocesano a lomo de mula
El Equipo Arquidiocesano de Alta Montaña fue iniciado por el padre Oscar Bourlot y seguido por el padre Horacio Brito, hoy rector del santuario de Lourdes en Francia. En este momento lo dirige el padre Marcelo Durango. También integran el equipo las hermanas dominicas del colegio Santa Rosa. Viajan la hermana Cynthia Folquer con voluntarias como Roxana Aguilar y Guadalupe García Moreno y Marcelo Morales, dominico oriundo de San José de Chasquivil. Los padres Leonardo Valoy y Daniel Clerici también se suman al equipo.
Maestra, madre y autoridad del lugar
De día enseñan y de noche se levantan a dar los remedios a los chicos que están enfermos. Lo que dice la maestra es ley. Cada 15 días, bajan a visitar a sus familias. Para subir a la escuela 218 de Chaquivil deben alquilar una mula ($ 380, que irá por El Siambón, Río Grande, la Hoyada y la Quebrada). Si se añaden un carguero para trasladar alimentos o un animal auxiliar (si la maestra es gordita) se debe pensar en no menos de $ 1.000 cada viaje.
El viento zonda se enoja, y sopla
Cada año el viento zonda sopla unas cinco veces en los cerros. “Hay que pedirle a la Mama Naturaleza que nos proteja. Primero, que nos perdone, porque si nos castiga es porque algo malo hemos hecho”, razona doña Simona Pistán. Su fórmula es rezar el Credo y tirar agua bendita con un jarro, en forma de cruz.
El “Andante”
José Arnedo no tiene casa, pero tampoco la necesita. Duerme donde lo invitan. Desde que murió su madre, lleva en procesión la imagen de San José, de la capilla de San José de Chasquivil a todas partes. Camina días enteros sin darle descanso al bombo. Los vecinos se encargan de darle de comer. Alguien preguntó una vez ¿donde vive? y la gente respondió: en todos lados, él es un “andante”.
Aunque está ciego sigue cabalgando
Pedro Olivar tiene 85 años y la presión ocular lo dejó ciego. Pero él no se resigna. Sigue cabalgando ayudado de su bastón de palo, que ata a la cincha de su caballo. Así dice que recuerda el camino.
Señor del Alto de la Poposa
Es una devoción antigua y misteriosa. Un crucifijo que alguien puso en la cima de la montaña a 4.000 metros para que proteja a los viajeros. La poposa es la “flor de la puna”, que tiene efecto medicinal y puede curar tanto el cuerpo como el alma.