1 Murió Gerardo Masana, que era el padre, pero la criatura ya estaba en condiciones de caminar sola. Se fue Ernesto Acher y entonces fueron cinco, pero en el barco había demasiada firmeza como para permitir el hundimiento. Murió Carlos Iraldi, el luthier de Les Luthiers, pero la fábrica de instrumentos informales mantuvo la persiana levantada. Murió Roberto Fontanarrosa, pieza clave de la maquinaria, así que del temporal el grupo huyó hacia adelante. Pero el que murió ayer fue Daniel Rabinovich. Y no, las cosas no podrán ser iguales.
2 “La vida real me tira mucho abajo”.
3Cuando se diseccionan las partes de un todo suele compararse la mecánica grupal con el comportamiento del cuerpo. Puede que Rabinovich haya sido el corazón de Les Luthiers. De hecho, durante años se ocupó de llevar los números del negocio... hasta que se infartó. Fue justamente el corazón de 71 años de Rabinovich el que se detuvo. El músculo se había acomodado al hábito del fumador, pero venía corcoveando desde hace largo rato. En algún momento ese corazón, muy a pesar nuestro y -claro- de su propio dueño, tenía que tirar la toalla.
4 A Rabinovich no le gustaba “El beso de Ariadna”. Siempre habrá temas que una banda toca a regañadientes. Se lo veía disfrutar a pleno con “Kathy, la reina del saloon”. Es notable cómo sin protagonizar algunos clásicos los pintó de fiesta. Acher fue Rodrigo Díaz de Carreras, aunque sin el canto del esclavo de Rabinovich la pieza jamás luciría completa: Núñez fue Yogurtu, pero ¿no alcanza el punto máximo la obra durante la invocación a la lluvia, con un Rabinovich genial?
5 Será porque Rabinovich era feliz sabiéndose el payaso de Les Luthiers. ¿Qué le aporta usted al grupo?, le preguntaron. “El payaso”, respondió, rápido y seguro. Los payasos son, en esencia, sensibles. “Soy el que puede sostener al otro en su dolor”, explicó alguna vez. Un payaso es, entonces, una columna. Sobre ese pilar descansó Les Luthiers cada vez que la mano vino difícil. Se entiende más claro eso de por qué nada podrá continuar de la misma manera.
6 “A mí lo que más me preocupa es el aburrimiento... Pero mi aburrimiento”.
7 Fue escribano y jamás certificó un contrato. Coleccionaba libros de humor, discos de pasta, vinos y sacacorchos. Hizo cine y TV e incursionó en la literatura. Estaba casado con Susana y tenía dos hijos.
8 Finas y feroces, las transgresiones de Les Luthiers reconocían en Rabinovich un magistral cultor del gesto mínimo. Una mirada de costado, el labio mordido, la sonrisa blanquísima, hay cinco décadas sobre el escenario colmadas de esas marcas identitarias que le permitían al grupo descomprimir y animarse a breves improvisaciones. Rabinovich era un transgresor desde lo gestual y un habilísimo malabarista de la palabra, a la que mezclaba y dotaba una y otra vez de distintos contenidos. Un poco mimo, un poco semiólogo.
9 El registro vocal de Mundstock, las armonías que sólo puede arreglar un maestro como López Puccio, el piano de Núñez y la guitarra de Maronna están incrustados en el acervo musical de Les Luthiers. Rabinovich contribuyó con su versatilidad a ese equilibrio perfecto porque tocaba instrumentos de cuerda, de viento y de percusión. Que él y Mundstock hayan copado la parada actoral no desenfoca su aporte al sonido de Les Luthiers. Desde un cuarteto de cuerdas como el de “Entreteniciencia familiar” a la batería de “Los jóvenes de hoy en día”, Rabinovich recorría las notas con amor. Hay que ver la máxima concentración con las que tocaba el latín o el bass-pipe a vara.
10 Por obra y gracia de YouTube, el extenso repertorio fílmico y sonoro de Les Luthiers se popularizó. La renovación del público llevó al grupo a un bienvenido plano de masividad que no conoció allá por los 70, 80 y mediados de los 90. A Rabinovich, eje de tantas piezas de Les Luthiers, eso le significó una novedosa exposición. Puede que por una simple cuestión de perfil Maronna pase inadvertido en la calle. Rabinovich no. Desde ese lugar la pérdida se proyecta con mayor potencia.
11 Porque, a fin de cuentas, es un extraordinario actor y músico el que ha muerto ayer. Distinguido de héroes contemporáneos por su condición permanente e irreductible de miembro de un colectivo. Un colectivo, siempre valdrá subrayarlo, inigualable en la historia de la cultura argentina. La grandeza de Rabinovich se alimenta también de esa noble pertenencia a un cuerpo, al que dotó de genio y, sobre todo de corazón.
12 El polen ya se esparce por el aire. Lleva, demos gracias por eso, el legado de Rabinovich.
Hace 45 años estrenaron una obra en Tucumán
En 1970, Les Luthiers solo habían actuado en Buenos Aires y en Rosario. Su primera visita a lo que ellos llamaban entonces “el interior interior” fue ese año, cuando vinieron a Tucumán a estrenar “Querida condesa”, en una sala a medio llenar.
En abril de 1983 llegan al Teatro San Martín con “Lutherías”. “Cuando comenzamos lo hicimos como una diversión. El objetivo era jugar. Teníamos un objetivo lúdico-profesional. Ahora, en cambio, hay un objetivo profesional-lúdico”, declara entonces Daniel Rabinovich a la LA GACETA.
En marzo de 1985 vinieron con ”Humor al arte”. En la presentación de abril 1986 tuvieron problemas con la Dirección de Cultura. “El reír de los cantares” llegó en septiembre de 1991. En mayo de 1994 “Les Luthiers. Grandes hitos”. “Todo por que rías” vino en septiembre de 2001. En junio de 2008, en “Los premios Mastropiero”, uno de los momentos más desopilantes fue el bolero que cantó Rabinovich, “Ya no te amo Raúl”, donde se produce una confusión de género.
La última vez que los tucumanos lloraron de la risa con Rabinovich en el escenario fue en septiembre de 2014, con “Lutherías”, en cinco funciones en el Teatro Mercedes Sosa.