MANUEL RIVA - REDACCIÓN LA GACETA

La multitud se agolpó frente al aeropuerto Benjamín Matienzo; el avión aterrizó, los pasajeros desembarcaron pero no aparecía aún la gruesa figura que todos esperaban. Al salir por la puerta de la aeronave, levantó sus brazos y el grito fue tremendo: “Ringo, Ringo”, era él a quien todos esperaban; había llegado nuevamente a Tucumán, pero siempre con la misma mística y atracción, Oscar Natalio “Ringo” Bonavena. Era el 4 de agosto de 1972, su figura ya legendaria, que había puesto en apuros sobre el ring al mismísimo Mohamed Ali (con quien había perdiódo en el último round) silenciando a la multitud que colmaba el famoso Madison Square Garden, competía como noticia con el sesenta aniversario de LA GACETA.

El pugilista, que estaba vendado porque se estaba recuperando de una lesión, no venía a pelear sino por otra de sus pasiones, el automovilismo. Era el padrino del auto de Fórmula 1 Nacional del tucumano Emilio “Andrea” Alonso, quien iba a participar de la prueba de esa categoría en el autódromo del parque 9 de Julio. Todas las miradas, el cariño, los autógrafos, los abrazos, eran para Bonavena. A la consulta de nuestro diario sobre cómo se encontraba señaló: “estoy bien, ya me sacaron los clavos que tenía en mi mano izquierda y en los próximos días los puntos. Para de inmediato iniciar los entrenamientos”. El famoso hincha de Huracán tenía un gran cariño por Tucumán,provincia a la que había venido ya en dos oportunidades yen la cual había realizado festivales benéficos en Villa Luján; y hasta se había dado tiempo para visitar a los presos del penal de Villa Urquiza.

Era un fanático de las empanadas de Famaillá; aunque un escalón arriba estaban las pastas de su famosa madre doña Dominga que lo esperaban a su regreso de cada batalla en tierras extranjeras. Siempre que venía se llegaba hasta la ciudad sureña para comerse a alguna pieza del manjar regional. Toda la ciudad se trastocaba y las famosas empanaderas querían que esa mole de músculos pero con corazón de niño travieso las probara y diera su veredicto. Se decía que eran necesarias varias para que pudieran emitir juicio; un juicio que siempre era favorable y que servía para apoyar el trabajo de esa gente que lo quería con locura.

En auto

La salida de la aeroestación fue caótica y complicada. “Ringo” junto a “Andrea”, que manejaba su auto, salieron a recorrer la ciudad. Fue un acontecimiento. Todos querían saludar a la leyenda. El vehículo casi iba a paso de hombre, decenas de brazos y manos pugnaban por tocarlo mientras él asomaba su cuerpo por la ventanilla y se prestaban amigablemente al contacto con la gente, que era lo que más le gustaba.

Por la noche Bonavena estuvo en el acto oficial de presentación del auto que iba a debutar en la prueba dos días después, que se frustró por un espectacular accidente sin consecuencias graves; pero esa es otra historia.

Rivales

La charla derivó en sus próximos rivales y en la posibilidad de tener una nueva oportunidad de combatir por el título mundial. También destacó en la oportunidad que quería volver para hacer una exhibición como parte de su preparación y entrenamiento con vista a sus próximos compromisos internacionales; pero nunca se pudo hacer realidad. Cabe destacar que Ringo compartió cartel con pugilistas de la categoría de Alí, George Foreman, Joe Frazier, Ron Lyle o Floyd Patterson entre otros. El argentino señalaba que en pocos meses podría buscar el título ante Foreman; pero aclaró que “él no iba a ser impedimento si quería disputar su título con Joe Frazier. Rompo el contrato para no postergar las ambiciones de un boxeador”.

Pero su contrincante apenas tres meses después de haber estado en Tucumán, fue Patterson – que fue medallista olímpico- quien lo derrotó. El argentino enfrentó a los mayores campeones de la época; había caído dos veces con Frazier y una con Lyle.

Bonavena dejó la provincia al día siguiente. Siguió su carrera con altibajos, ganó y perdió sobre el ring pero abajo siempre fue un campeón sin cinturón querido por todos.

“Es todo muy lindo, te dicen mete la mano derecha allá, camínalo, mete el jab, mátalo y todo lo que quieras, pero cuando suena la campana te dejan solo y ni el banquito te dejan”, era una de las recordadas frases del púgil.

Bonavena apenas llegó a sexto grado de primaria y para explicarlo tenía palabras irónicas como “de tanto repetir casi me caso con la maestra”. O el significado que tenía para él la experiencia: “es un peine que te lo dan cuando te quedas pelado”.

Doloroso final

Su final, asesinado a tiros por un matón a sueldo cerca de un famoso burdel de Reno, en el estado norteamericano de Neveda el 22 de mayo de 1976, no opacó su figura. Era un días gris en Buenos Aires y más triste para el país.

Por su velatorio, realizado en el mítico Luna Park, pasaron más de 100.000 personas. El cortejo fúnebre hasta el cementerio de la Chacarita, donde está enterrado, tuvo varias cuadras de largo.