Sólo en Salta hay 26 comunidades wichís. Junto con las de Formosa, Chaco y Bolivia son unos 80.000 habitantes que hablan 23 dialectos. En la localidad de Morillo (al noreste de Salta, departamento Rivadavia) viven 6.000 wichís. Desde hace 40 años vienen siendo desplazados de sus tierras, la atención sanitaria es escasa y muy pocos superan el tercer grado de la escuela. Para los alumnos y docentes de la cátedra libre sobre Pueblos Originarios que se dicta en la facultad de Filosofía y Letras (UNT), visibilizar esa situación (que ya se ha vuelto crónica) se convirtió en deuda. Es así que una comitiva integrada por 30 personas visitó la comunidad de Morillo; les llevaron donaciones y durante tres días dieron talleres de cuentos y juegos para niños. “El disparador fue la muerte por desnutrición de un niño wichí en enero. Nos comunicamos con la pastoral aborigen y les preguntamos qué podíamos hacer ahí. La idea es tejer redes solidarias”, explicó Olga Sulca, profesora de la cátedra de Prehistoria en la carrera de Historia y responsable de la cátedra libre.

Desde siempre los wichis han sido un pueblo cazador y recolector -cuenta Sulca-, pero el impacto en sus tierras provocó profundos cambios en su forma de subsistencia. “El avance del desmonte, la explotación de la industria maderera, la multiplicación de los pozos petroleros y la construcción de un gasoducto los fueron arrinconando y obligándolos a llevar una vida sedentaria”, explicó.

En 2007, la ONU publicó la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, donde expresa que deben ser consultados sobre el uso de la tierra y además: “desposeídos de sus medios de subsistencia y desarrollo tienen derecho a una reparación justa y equitativa”. Pero nada de esto se cumple, aseguró la profesora.

Al ir perdiendo el acceso al bosque y a los ríos donde conseguían su alimento (frutos, pescados, semillas) fueron reemplazando su dieta por carbohidratos. “No practican la agricultura porque no está en su tradición, ya que siempre fueron nómades”, añadió.

La desnutrición, la malnutrición, la tuberculosis, el cáncer y los problemas de hipertensión son las patologías más frecuentes en esa población de 6.000 habitantes. Muchas derivadas, según expresaron, por cambios en el medio ambiente, por la contaminación y la modificación del hábito de vida. Donde antes había árboles y biodiversidad -señaló Sulca- ahora hay campos de soja que son sometidos a fumigaciones periódicas.

“La atención de la salud y la educación son lo más grave. Hay mucha discriminación y maltrato”, explicó Sulca. La comunidad wichí comparte territorio con criollos. Los enfrentamientos, los desaires y la discriminación son frecuentes en todos los ámbitos.

Sulca ejemplifica esto contando que acompañó a un hombre de la tribu que tenía 24 de presión. La médica del centro de atención lo atendió en la vereda. “No lo hizo pasar, le dio una pastilla y le dijo que se fuera”.

Algo similar les ocurre a los wichís en la escuela. No pasan del tercer grado porque no les enseñan en su lengua. “Hay dos escuelas que comparten wichís y criollos. La ley dice que ambas lenguas deben ser enseñadas en igual simetría, pero no sucede porque los docentes no están capacitados. Solo tienen un auxiliar bilingüe hasta tercer grado”, explicó Sulca. La lengua es la resistencia –explicó la profesora– perderla es perder su identidad, cultura y cosmovisión.

La experiencia los dejó con ganas de seguir en contacto. A través de los talleres de juegos, los niños se fueron abriendo con el grupo y ellos, a su vez, aprendieron palabras en wichí. “Les fascinó el juego de pelota maya, dibujar y los cuentos”, contaron Celeste Sotelo y Julio Córdoba, alumnos de Historia.

Cuando llegaron, un grupo de líderes varones los recibió y los autorizó para que entraran en la comunidad. “Viven algunos en casas de material que les dio el Gobierno, pero no responden a sus costumbres, no sólo en los materiales sino en la forma en la que organizan la vida”, comentó Sulca.

Muchos construyeron con palos y adobe una cocina en la parte de atrás, donde confluye la vida de la familia wichí. “Solo usan el resto para dormir”. Además, el calor intenso de esa zona es más compatible con el adobe que con los ladrillos de cemento.

En octubre van a volver; y esta vez esperan poder llevar más donaciones y profesionales que ayuden con otras necesidades de la comunidad. Se necesitan odontólogos porque hay muchas caries, gingivitis y falta de cuidados bucales; y abogados que los asesoren sobre pleitos relacionados con tierras, derechos y deudas.

“Nos emocionó mucho esto, sobre todo porque nosotros fuimos quienes más aprendimos de ellos, de sus costumbres”, remarcaron los alumnos de la UNT.