Hablar de crisis en Atlético sería tan catastrófico como imaginar un abrazo fraternal entre el comunismo y el capitalismo. Lo que le pasó al “decano” en Córdoba fue una extensión del sinsabor de su última presentación en el Monumental ante Brown de Puerto Madryn. Casi no sufrió problemas con Instituto, pero fue ineficiente donde no debe.

Como si se tratase de un cirujano inexperto, Atlético no fue un decano en la materia. Creó situaciones en un partido bien controlado por su defensa, sin embargo ahí, donde la situación divide la cuestión en la zona roja entre cielo o infierno, Atlético construyó un nuevo nicho: un sector gris plagado de desaciertos.

Sus lanceros no aportaron la cuota de gol que venían entregando y la “gloria”, en la segunda jugada linda que inventó en todo el duelo (hubo un cabezazo en el palo de Sergio Rodríguez Budes), se quedó con la victoria gracias a un cabezazo de Mariano Guerreiro.

El gol llegó del único centro preciso que Christian Bernardi pudo lanzar de izquierda a derecha. Fallaron los centrales en el cierre, falló Nicolás Romat, de gran performance, en el corte del correo de Bernardi.

Entonces, Guerreiro hizo lo que ni Leandro Díaz, ni Luis Rodríguez, ni Leandro González, ni Guillermo Acosta y ni Cristian Menéndez pudieron: unir la pelota con la red. Cabezazo al suelo y gol. Justo en el ocaso de un partido extraño, a los 79 minutos.

Es cierto que el “decano” no corrió peligro estando 11 contra 11, pero cuando Díaz se nubló y metió un pistón, la roja lo condenó a él y a sus compañeros, a los 68 minutos, un rato antes del tirón de orejas de Guerreiro.

El contexto fue otro, porque el dolor de haber dejado pasar chances claras antes fue un tema de melancolía. La desesperación fue un plus, pero la negación al gol un castigo.

El travesaño desactivó una bomba de Menéndez a los 91’ y Lucas Hoyos cortó la palomita del 1 a 1 “Pulguita” a los 92’.

Atlético, el poderoso, fue cocodrilo y después cartera.