BUENOS AIRES.- Los dedos de una mano alcanzan para contar las veces que durante su vida cualquier hincha de River mayor de 50, con mayor o menor conciencia, ha experimentado un día como el de ayer.

El reloj de arena avanza más lento que de costumbre para ellos, para todos los “millonarios” que merodean desde temprano un Monumental aún desierto, en esta jornada de invierno porteño con temperatura casi primaveral y cielo amenazante de otoño.

Los efectivos de la Policía Federal los observan con recelo, el estado es de tensa calma. Más tarde, Marcos y dos amigos que viajaron desde un pueblo de Santa Fe comprobarán que esas entradas “truchas” que pagaron tres por 5.000 pesos rebotarán en esos molinetes aguafiestas.

Son miles los que han llegado desde el interior del país en una peregrinación conmovedora. Las voces se superponen. No lo saben, pero mientras cantan y esperan que se abren las puertas para entrar al Templo de su religión, por la tevé aparece desde Lisboa un “Teo” Gutiérrez con cara triste, implorando que “Dios les dé sabiduría” a sus ex compañeros. Y Pablo Aimar reconoce que “estar ahí dentro”, en esa concentración que a un par de cuadras debe latir también de ansiedad e ilusión, es mejor que verlo desde afuera.

Pero para esos hinchas viajeros, ese “afuera” de la tribuna o la platea es el “adentro”, el altar mismo en el que esperan el sacrificio de Tigres y la elevación al Olimpo continental, por tercera vez en la historia, del equipo de sus amores. “Ganamos 2-0, con goles de Sánchez y de Funes Mori”, asegura Ricardo, quien llegó desde Río Turbio, con un mix de micro y avión. A su lado, Norberto, proveniente de Córdoba, recuerda haber estado en dos de aquellas finales con final feliz, en 1986 y 1996. “La Copa es nuestra. Cavenaghi mete el primero, Tigres empata y luego ganamos con un gol del ‘Pity’ faltando cinco minutos. Vamos a sufrir, como debe ser”, dice.

De Tucumán llegaron muchísimos devotos. Uno de ellos es Antonio. Tras una noche sin dormir, la adrenalina de lo que está en juego lo mantiene despierto, feliz. “Ganamos 1-0 con un gol de Funes Mori, de cabeza. Sería demasiado pedir que fuera de tiro libre, ja”, señala.

A 100 metros de él, sin que lo sepa, hay otro tucumano, que se lleva los flashes de los celulares. Él y su Falcon tuneado con todos los elementos de la religiosidad popular riverplatense. “Hace 20 años que vengo con el auto y lo paro aquí, a la entrada de la platea Belgrano. No me perdí ni un solo partido de local en todo ese tiempo”, afirma Miguel Aguirre, oriundo de La Florida. Desde allí llegó en 1979 para instalarse en Lanús, donde en una de sus esquinas tuneó su propia casa con colores y memorabilia del “millo”. A su vehículo lo bautizó originalmente “El Falcon de Ramón”. Desde hace un año lo renombró como “La Ferrari de Gallardito”.

Miguel comparte dos pasiones: River y San Martín. “El hilo que une a los dos es increíblemente fuerte. Tanto que nos fuimos al descenso el mismo día”, recuerda mientras posa con una camiseta del “santo”. A su lado está su hijo Enzo. Al resto de su prole les puso otros nombres con historia y alcurnia riverplatense: Ariel y Ramón Ángel.

El tucumano confía a rajatabla en lo que harán sus héroes un par de horas más tarde. “Para mí, ganamos 3-0, con dos del ‘Cavegol’ y otro de Alario. ¿Kranevitter? Es un orgullo y una satisfacción para todos los tucumanos”, explica.

Miguel, más conocido como “el Hincha de River de Lanús”, planea a esa altura de la noche ir con su auto y apostarlo enfrente del Obelisco ya entrada la madrugada del jueves, que imagina de festejos sin fin. Por eso, un rato antes del pitazo inicial de Ubriaco, ocupa su lugar habitual en la Sívori y desde allí observa ese carnaval de globos rojos y blancos y los fuegos artificiales lanzados desde atrás de la platea San Martín. Sus dioses estaban en la cancha listos para ser adorados.