Jesse Coburn / The New York Times

Si Giulia Enders (foto) no hubiera contraído una misteriosa enfermedad en su adolescencia, ella, como la mayoría de nosotros, nunca habría pensado mucho en su tracto digestivo. No se habría inscripto en la escuela de Medicina. Y tampoco habría escrito el año pasado un libro exitoso sobre la digestión que ha cautivado a Alemania.

En 2007, después de una serie de tratamientos prescritos por los médicos, Enders, entonces de 17 años, decidió tomar el asunto en sus manos. Convencida de que la enfermedad que la llenaba de úlceras estaba asociada de algún modo con sus intestinos, se adentró en la investigación gastroenterológica, consumió varios cultivos bacterianos probióticos destinados a ayudar a la digestión y probó suplementos minerales.

Los experimentos funcionaron (aunque no está segura de cuál en particular). La dejaron con una piel sana y un nuevo interés por sus intestinos. “Experimenté con mi propio cuerpo que el conocimiento es poder”, escribe en “Intestinos: La historia interna del órgano más subestimado de nuestro cuerpo”, que ha vendido casi 1,5 millones de ejemplares desde su lanzamiento en marzo de 2014.

Impulsada por su exitosa autoexperimentación, en 2009 se inscribió en la escuela de Medicina en la Universidad Goethe, en Francfort. Ahora va camino a doctorarse en microbiología.

Durante una entrevista a orillas del río Neckar, Enders, ahora de 25 años, bebió té de manzanilla y describió con entusiasmo la primera operación estomacal que presenció. “Todo el cuerpo se mueve así o asá, pero los intestinos se mueven de manera totalmente diferente”, dijo. “¡Es increíblemente armonioso!”, agregó.

El entusiasmo de Enders ante los movimientos extraños de los intestinos solo lo iguala su incredulidad ante el limitado conocimiento público sobre el tema. Por eso, en 2012, empezó a ocuparse de informar. Empezó por un evento estudiantil en Freiburg. Se trataba de un micrófono abierto donde jóvenes investigadores ofrecían presentaciones. Allí hizo una breve conferencia sobre como funciona el aparato digestivo.

En el escenario, Enders se mostró vivaz y divertida. Hablaba rápido y con entusiasmo al describir los componentes del sistema digestivo. También lamentó la mala fama que recae sobre los. “Es realmente malo, porque los intestinos son encantadores”, dijo y citó como evidencia la sofisticada comunicación entre los músculos internos y externos de nuestro esfínter, y los cientos de billones de bacterias que facilitan la digestión. La multitud quedó embelesada.

Enders ganó la competencia y luego participó en otros dos slams de ciencia en Karlsruhe y Berlín. Pronto, los videos on line de sus presentaciones empezaron a llamar la atención y un agente literario la contactó para que escribiera un libro.

Sus fanáticos la han elogiado por traducir la ininteligible investigación gastroenterológica en una prosa casual y entretenida. En un programa de entrevistas, describió al intestino grueso como el “más emocionante” de los dos, porque procesa los nutrientes a un ritmo pausado de unas 16 horas en promedio, comparado con las dos o cinco horas que necesita el intestino delgado.

En su libro, cataloga la veintena de operaciones que realizan nuestros intestinos cada día, como el mecanismo de limpieza que se activa a las pocas horas de que comemos y mantiene al intestino delgado notablemente limpio. Este “pequeño limpiador”, como le llama Enders, resulta ser la verdadera fuente de los gruñidos que la mayoría atribuye al estómago y confunde como un signo de hambre.

Luego enumera el conjunto de investigaciones que indican que nuestros intestinos quizá tengan una mayor influencia en nuestros sentimientos, decisiones y comportamiento de lo que se creía. La evidencia principal para esto, escribe Enders, es la enorme red de nervios vinculados a al aparato digestivo que monitorea nuestras experiencias internas más profundas y envía información al cerebro, incluidas aquellas regiones responsables de la conciencia de uno mismo, la memoria e incluso la moralidad.

Sigue siendo poco claro en qué medida lo que uno almuerza afectará la toma de decisiones éticas. Pero esta complicada arquitectura neural sugiere que nuestros intestinos podrían desempeñar un gran papel en determinar quiénes somos y qué hacemos.

Esto ha cautivado a los alemanes. Ella sugiere que su atractivo radica en su tratamiento franco de temas que no son discutidos habitualmente. “La vergüenza siempre desaparece cuando realmente se comprende algo”, dijo.