BUENOS AIRES (Por Marcelo Androetto, especial para LG Deportiva).- Las mil y una noches de River en Copa Libertadores. Mirando por el retrovisor, han tenido como argumento más drama que la telenovela turca. Treinta participaciones, apenas dos títulos, otras dos finales perdidas. Un promedio bajísimo de festejos, un karma tatuado en el alma de sus hinchas, casi 20 años sin una flor.

Con esa pesada mochila sobre la espalda se lanzó el River dirigido por Marcelo Gallardo, allá por febrero, a conquistar a esa muchacha esquiva, la más linda del barrio del fútbol por estas latitudes. Se sabe qué sucedió: coqueteó con el abismo y agradeció los abrazos de gol que le envió desde Chiclayo un tal mexicano Esqueda; como peor clasificado se topó con el mejor Boca -en los números de la Libertadores- y lo sacó del ring luego de un culebrón con asalto de combate; fue a Belo Horizonte de punto e hizo saltar la banca con Cruzeiro.

De vuelta de las vacaciones forzadas, sin Ariel Rojas ni “Teo” Gutiérrez, con soldados heridos y veteranos de otras guerras, River volvió a la trinchera frente a Guaraní.

Y tras tres tristes pasos en falso a nivel local, copó la parada ante un equipo aguerrido y ordenado. Jonatan Maidana cerró la retaguardia, Matías Kranevitter y Leonardo Ponzio transpiraron el uniforme, Lucas Alario pareció haberlo vestido en otras vidas y el general Gallardo acertó con la caja de cambio (“Pity” Martínez) cuando su vehículo todo-terreno tenía los neumáticos empantanados. E irrumpió en escena el heroico Gabriel Mercado. Y Rodrigo Mora puso el estiletazo (casi) final.

“Es un grupo de jugadores que vienen demostrando que están para jugar este tipo de partidos”, sentenció el Muñeco.

Falta el segundo tiempo de la serie, y River tendrá que corroborar como “curepí” en territorio ajeno que salir de copas ahora le sienta bien, mucho mejor que cuando anda de entre casa. Justo lo contrario de lo que marca la historia.