Otamendi por Demichelis, Pastore por Lavezzi y Agüero por Higuaín. Son los únicos cambios respecto del equipo base que llegó a la final del Mundial (en el camino se rompió Di María y entró Enzo Pérez). La referencia está ahí, fresquita, servida para trazar paralelismos. A fin de cuentas, del 0-1 a manos de Alemania pasó menos de un año. Salta a la vista que esta Selección es más generosa y menos equilibrada; más enfocada en el control de la pelota y menos aplicada en la cobertura de los espacios. La diferencia notoria pasa por la solidez que alcanzó la formación de Sabella y de la que carecen -hasta el momento- los dirigidos por Martino.

Si Uruguay hubiera acertado alguna de las jugadas claritas que armó frente a Romero el desenlace habría sido calcado del 2-2 con los paraguayos. Partidos-clones, en los que la Selección domina al rival, lo reduce a la categoría de sparring y lo obliga a tirar la pelota a la tribuna. Después se pone en ventaja, empieza a perder la brújula, apuesta por el contragolpe, lo atacan y le llegan con demasiada facilidad. La diferencia radica en que Paraguay embocó el empate y Uruguay no. A un equipo sólido esas cosas no le ocurren.

¿Cómo se vulnera a un rival que ubica a sus 11 hombres detrás de la línea de la pelota? Con paciencia, sí, pero alimentada por cambios de ritmo y movimientos sorpresivos. Nada de fichas estáticas, hay que moverse en todo momento. Argentina dispone de un poder de fuego formidable, pero a los artilleros les está costando encontrar las coordenadas para no fallar el tiro. Hasta que una triangulación (Pastore-Zabaleta-Agüero) desarma la defensa.

Zabaleta sigue siendo el único lateral derecho que tenemos capaz de emular a esos cuatro que Brasil produce en serie. Rojo, se sabe, no está para esas cosas de romper por la izquierda. Por eso, cuando le llega la pelota el destino que le dará es incierto. Di María no está fino, pero es capaz de corer 70 metros para defender con eficacia. Es pura jerarquía, al igual que Pastore, tan fino y elegante como irregular. Si Pastore jugara los 90’ sintonizado sería Zidane.

Messi, que es el mejor por lo que hace y por lo que piensa, advierte que en determinados lapsos del partido el equipo se descuajeringa y eso lo preocupa. Ayer estuvo cerca del gol y no se privó de brindar un par de asistencias preciosas.

El clásico rioplatense es una enciclopedia de la épica futbolera. La uruguaya es una selección rocosa, orgullosa de su historia. Huérfana de Suárez, para más datos. Haberle ganado es valioso porque tranquiliza, descomprime y proporciona confianza. De eso va esta historia; de encontrar la bendita e imprescindible solidez.


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