La escritora Florencia Abbate 1 no llegaba a los 20 años de edad cuando, a mediados de los 90, se dio el gusto personal y profesional de entrevistar a su ídolo, Juan José Saer. Lo admiraba desde sus 15, cuando un profesor del secundario leyó en la clase Sombras sobre un vidrio esmerilado. Lo escuchó y desde entonces quedó encantada con el autor de Glosa.
Aquella entrevista la propuso de manera ambigua: cuando lo llamó, ella trabajaba en una revista independiente y colaboraba con otros medios, como el suplemento cultural del diario El País, de Uruguay. Pero no sabía dónde se publicaría, así que por temor a que no se la concediera si no era para uno “grande”, evitó ese tema. Casi veinte años después, y con la publicación de su libro El espesor del presente (Eduvim), genial trabajo en el que analiza las novelas del santafesino, recuerda ante LA GACETA aquella anécdota. Y agrega: “Al final, nos juntamos por más de dos horas. Entramos en confianza. Yo no lo podía creer. También le conté que no sabía para dónde era. Y para mi sorpresa me contestó que él apoyaba más a los medios independientes que a los grandes. Que en este país había muchas cosas hechas de manera independiente, que en Francia ya no existían. ‘Eso es lo bueno de Argentina’, me dijo”.
Con el tiempo, y el trabajo, el vínculo se volvió asiduo. Lo entrevistó otras tres veces. “Lo recuerdo siempre muy simpático, campechano. Una está acostumbrada a los escritores que se hacen las figuras, que impostan pose de intelectuales. Pero en el caso de Saer, nada que ver. Tenía una ética muy anti-mercado. De hecho, su modelo era Juan L. Ortiz, un poeta, un marginal del mercado”.
A diez años de su muerte, al hablar de Saer con este diario sostiene sobre su obra que “cada novela era para él un nuevo desafío”. Y se explaya: “En cada libro propone algo diferente, un experimento distinto. Glosa es un ejemplo: 300 páginas sólo sobre de una caminata entre dos amigos que se encuentran en la calle. Un tiempo breve. Un texto muy original”.
Cuando se le pregunta por qué libro de Saer siente afecto especial, contesta: “Le tengo cariño a Cicatrices. Fue la primera novela de él que leí. La veo para un público más convencional. El entenado es maravillosa. Hay otras que son más arduas. Como Glosa o Nadie nada nunca. Pero Cicatrices es un intermedio. Una novela que tiene su densidad pero a la vez es muy amable. Siempre me encantó. De hecho, cuando escribí El grito, mi novela, le copié la estructura, con esos relatos individuales pero que se tocan en ciertos puntos”.
Sobre su análisis hecho en El espesor del presente, resume: “Lo que señalo ahí es que me parece que como novelista de la segunda mitad del Siglo XX es el que tiene la obra más grande: novelas, cuentos, ensayos. Posee una obra de gran coherencia. Y en particular me interesó analizar la manera en que aborda acontecimientos históricos de la Argentina. El entenado se sitúa en la época de la conquista, Cicatrices tiene personajes del peronismo en un tiempo de proscripción del peronismo y Glosa cuenta con cosas de la dictadura militar. Pero todos esos contextos aparecen de un modo muy original”.
Y por último refiere: “Saer es un gran modelo. Tiene una ética de escritor. Murió sin tener agente literario. Fue siempre fiel a sus búsquedas artísticas. Representa el amor real a la literatura. Y también destaco la simpleza, la manera tan auténtica de presentarse a sí mismo”.
© LA GACETA
Notas:
(1) En El espesor del presente (Editorial Universitaria Villa María), la escritora Gabriela Abbate analiza a Saer en base a sus novelas El Entenado, Las Nubes, La Ocasión, Cicatrices, Nadie Nada Nunca, Glosa y La Grande.