Antes de entrar en materia, Noah Baumbach reproduce un certero fragmento, extraído de una pieza de Henrik Ibsen. La apostilla, a modo de prólogo, implica una promesa al espectador. Baumbach fija una vara muy alta (Ibsen) y se propone saltarla empleando el mayor de los esfuerzos. Eso requiere mucha fluidez en la narración, un respeto reverencial por el lenguaje y, por sobre todo, la máxima precisión en la construcción de los personajes. Sobre esos pilares Baumbach cuenta su historia y lo hace admirablemente.
Josh (Ben Stiller) es un documentalista empantanado desde hace años con una película. Su suegro (Charles Grodin, notable) es toda una figura del género y ese es un nudo que Josh no logra resolver. En el medio está Cornelia (Naomi Watts), herida por los embarazos que perdió y espantada por la maternidad que disfrutan sus amigas. A ese escenario se asoman Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried). Ellos son jóvenes, apasionados, generosos. Irresistiblemente cool. Espejos en los que Josh y Cornelia necesitan reflejarse.
Está claro que nada es lo que parece. Jaime y Darby son, ante todo humanos, y por ende imperfectos. Descubrirlo será imprescindible para que Josh y Cornelia comprueben, además del paso del tiempo, qué es lo que realmente los moviliza.
“¡Dejemos de lado la ética!”, clama Josh, desesperado por desenmascarar a Jamie. Baumbach es un habilísimo escritor de diálogos y filma muy bien. “Mientras seamos jóvenes” lo muestra en un óptimo grado de madurez, fino para captar el pulso de la calle y la vida interior de una época -los cuarenta y tantos- en la que cuesta salir del atolladero cultural. Desde lo actoral, la película es de Adam Driver, un comediante de brillante expresividad corporal.