Con la sangre un poco en caliente, y el olor a adrenalina aún dando vueltas por diarios, bares, radios y cuanto programa televisivo deba comentar la realidad argentina, me prepongo esbozar mis primeras conclusiones de la apertura del nuevo ciclo televisivo de baile de Tinelli.
No le propongo una mirada periodística ni artística, pues carezco de las competencias para hacerlo. Le hablaré desde el campo profesional que ocupa mi agenda e inunda mi vida, que es la educación. Y me permito ser contundente: lamento con pesar, no que los políticos no tengan sentido del humor u onda, sino que tengan la total certeza (y por eso los nervios de todos) de que la contienda electoral, en gran medida, se libra en este tipo de campos de batalla.
Usted pesará que mi crítica está dirigida principalmente a la política en general, al tipo de política que hacemos en Argentina en tiempos de elecciones o a alguno de los tres políticos que dijeron presente en el programa, Scioli, Macri y Massa, en ese orden de aparición. Nada más alejado de la realidad. Mi crítica es a usted, a usted y también a usted. Mi estado de ánimo está dominado por el disgusto que me produce no que tal o cual programa mida más de 30 puntos de rating, sino que la población encuentre en este tipo de programas la mejor oportunidad para hacer un juicio de los precandidatos presidenciales, en base a las payasadas que hacen o a los chistes de mal gusto que favorecen, y no a partir de las ideas que pregonan o de los ideales que defienden en sus plataformas electorales. A mi juicio, uno de los cinco problemas que tiene la educación en nuestro país es cultural. La educación es una práctica extendida en toda una sociedad, que opera embebida de valores, principios, virtudes y apegos, y sobre la que se yergue un tipo particular de proyecto de Nación, que incluye escuelas, docentes y normativas, pero que no se agota en ellas. Nos humilla vernos en la posición 59 entre 65 países cuando se publican las pruebas PISA, pero poco nos interesa aceptar que Finlandia, que puntea el citado ranking, mide bien en lectocomprensión porque los niños leen más de 60 libros por año, la mayoría de ellos fuera de la escuela. Eso es cultura de la lectura, por citar un ejemplo; el resto es verso. Y lo mismo podríamos decir del resto de las prácticas asociadas a la educación.
Me resulta infantil, en el mejor de los casos, y perjudicialmente hipócrita, en el peor, la supuesta actitud de espera pasiva y confiada de la mayoría de la población de que un día llegará el Sarmiento del siglo XXI, con una versión de Educación Popular reloaded-and-ready-to-use, que resolverá los problemas de la educación, reparará nuestros errores y suplirá nuestras omisiones. ¿Cómo conecta esta crítica con Tinelli? Fácil, sólo vea lo que indican las encuestas respecto de la preocupación de los argentinos, en donde la educación prácticamente no figura, y atienda los criterios que la población utiliza para elegir un candidato, más de forma y aspecto que de carácter y valores, y verificará por qué ningún político quiere perderse el piso del Bailando, el almuerzo con la Chiqui, la entrevista de Fantino ni las groserías de Brancatelli.
Una importante periodista me confesó en algún momento que no hacía más programas sobre temas educativos porque el rating se le caía en picada. ¿Por qué un político de cualquier partido debería ocuparse de aspectos que no son relevantes para la población? Disfruté el programa inaugural como televidente, pero lo lamenté como educador.
Admiro a Tinelli en muchos aspectos, pero jamás lo hubiese propuesto como personalidad ilustre de nuestra cultura, como lo hizo la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el año pasado. Sin embargo, debo admitir que en el diseño de su programación interpreta a nuestra cultura con una claridad meridiana.