¿Don Draper no vuelve más? ¿Peggy le hará caso a su corazón o es su cabeza la que habla? ¿Triunfará Joan ahora, por sí misma? ¿Cómo le irá a Peter? ¿Y a Roger Sterling? ¿Qué será de Sally Draper?
Son algunas preguntas que dejó el último capítulo de Mad Men, el domingo en EEUU; el lunes, en Argentina, por HBO.
Ahora Mad Men es leyenda, pero ya lo era desde hace años, cuando audiencia y crítica ungieron serie de culto al retrato del American way of life, de cuidadísima estética y personajes complejos.
Fueron ocho años, siete temporadas y 92 episodios. El final fue inesperado, y debe haber provocado más halagos que desconcierto porque, aunque inesperado, fue coherente con la dinámica del guión: las mujeres siguen avanzando y él, Don/Dick, llega a “Su” gran meta.
De despedida, la serie y, sobre todo, el personaje central, Don Draper, volvió a engañar a sus seguidores. Si desde el comienzo Mad Men retrató una época, el final marcó un punto de inflexión, de la época y de los personajes.Todos rehicieron sus vidas y tienen un horizonte claro. Menos el protagonista.
Pionera
MM se estrenó en 2007. Fue el primer jalón de éxitos para la cadena AMC, que un año después lanzó Breaking Bad y The Walking Dead.
MM es una historia de hombres fuertes, dispuestos a conquistar Manhattan, liderados por un hombre que no se quiere, que no sabe querer a nadie. Mad Men fue, sobre todo, mentira, justificación y autoengaño. Su creador, Matthew Weiner, amasó la idea mientras trabajaba como guionista en otra producción de culto, Los Soprano.
Mucho le debe Weiner a Jon Hamm, que se metió en la piel del poderoso y a la vez frágil protagonista, Don Draper, un hombre que lo tuvo todo, pero que no supo ser feliz.
Quedan imágenes inolvidables, ya desde los mismísimos títulos de los créditos -una obra de arte gráfico- hasta la naturalidad con que en las oficinas todo el tiempo se fuma sin culpa alguna, en lugar de agua se bebe whisky y las drogas se consumen a discreción.
Los temas, explorados desde adentro, como nunca antes, planearon por el singular universo -y la explosión- de la publicidad de los años 50 como consagración del capitalismo; por la reluciente Nueva York de los años sesenta; la mentira del sueño americano; la opresión de la mujer y su desesperado despertar social.
MM demostró que no hay absolutos morales y que se puede amar y odiar al mismo personaje. Creó la costumbre de dar sus sutiles giros dramáticos, estilismos impecables y escenas visualmente perfectas.
Y si la jerga publicitaria planteaba dudas al comienzo, pronto quedó claro que el tema central de MM era el fracaso dentro del éxito. De ahí la cosecha de seguidores durante estos ocho años.
Por todo ello, cómo no llorar, con y como Don Draper, en el último capítulo de una de las mejores producciones de la Edad de Oro de las series.