Vale subrayar la persistencia de Ariel Winograd por transitar un género que el cine argentino necesita y puede desarrollar con brillantez. “Sin hijos” es la cuarta comedia de Winograd y la más lograda junto a “Cara de queso”, un escalón por encima de “Vino para robar” y varios más sobre “Mi primera boda”, la más convencional y afectada de sus películas.
“Sin hijos” se ajusta a una construcción cien por ciento clásica en su planteo, su desarrollo y su remate.
También en el tratamiento de los personajes, en los recursos estéticos, en la construcción de los gags. Winograd no saca los pies del plato; no le pidan un manjar, tampoco esperen intoxicarse. Su cine abreva en zonas de confort, lo que no está mal si está hecho con buen gusto y claridad en el lenguaje. A “Sin hijos” no le interesan las pretensiones estilísticas y ese es uno de sus activos.
Imposible que una comedia romántica funcione si no hay química entre los protagonistas. Pues bien, entre Diego Peretti y Maribel Verdú se nota la sintonía de onda. Encajan. Bien por ellos y por el aire que le brindan al desarrollo de los secundarios, roles que aprovechan con todo el oficio Pablo Rago y Horacio Fontova.
El componente clave de la historia es Sofía, la hija que Gabriel Cabau intenta esconder a toda costa para no ahuyentar a Vicky. La debutante Guadalupe Manent está muy bien, un acierto teniendo en cuenta lo mucho que les cuesta al cine y a la TV argentinas encontrar niños que luzcan naturales en la pantalla.
El final es tan previsible que defrauda un poco, por más que el bocadillo representado por la canción de Luis Alberto Spinetta que entona la pequeña Sofía le aporte color y un toque de nostalgia. La cultura popular argentina se apropió definitivamente de Spinetta. Enhorabuena.
“Sin hijos” arranca sonrisas y avanza sin esforzarse demasiado. El guión de Mariano Vera fluye sin sutilezas ni flaquezas. Todo es amable, veloz y sí, entretenido.