En el último año de la muy conflictiva década del 70, una ruta en el más inhóspito desierto de Australia fue elegida como el escenario ideal para rodar “Mad Max”, una película de culto que lanzó al estrellato mundial a su protagonista.

Con la guerra fría en un alto momento, la locación elegida se ubicaba en un futuro apocalíptico, donde la destrucción era casi total por el desabastecimiento de combustible (como contexto real, la revolución iraní estaba en pleno apogeo y nadie sabía qué iba a pasar con el petróleo) y una poco eficiente y corrupta Policía debía controlar grupos de inadaptados sociales que vagaban en motos y autos potentes sembrando el caos.

La excepción era Max Rockatansky, que enfrenta a los delincuentes con recursos al filo de lo legal. Pero la situación lo supera y termina convirtiéndose en un hombre que hace Justicia por mano propia para vengar a su propia familia. Se transforma en el loco Max del nombre de la película de bajo presupuesto (sólo costó U$S 350.000 y recaudó más de U$S 100 millones). El personaje central le sirvió a un jovencísimo Mel Gibson para hacerse famoso y comenzar una carrera en Hollywood.

En la Argentina se la estrenó en 1982, cuando la censura de la dictadura militar comenzó a relajar su cerrazón. La historia siguió con dos secuelas igual de exitosas que el debut (en particular, la memorable “Mad Max, más allá de la cúpula del trueno”, con Tina Turner), videojuegos en su honor y hasta la creación de la palabra “madmaxismo” como sinónimo de una actitud pesimista ante el futuro negativo, que suele ser usada por los grupos que se preparan para el holocausto.

Nueva generación

Desde la última de esa saga australiana pasaron ya 30 años. Hay una nueva generación de cinéfilos, que creció viendo casi a diario en la televisión tanta o más violencia que la mostrada por la ya clásica “Mad Max”, pero es a ella a quien va dirigida el estreno “Mad Max: furia en la carretera”.

Muchas cosas han cambiado en estas décadas, menos el director: George Miller ya no tiene los 34 años de entonces, sino que suma 70, y una trayectoria que lo llevó a dirigir “Las brujas de Eastwick”, “Babe, el cerdito valiente” o “Happy Feet”, con las que ganó el Oscar y el Bafta británico en 2006.

En cambio, Australia le dejó paso al desierto africano de Namibia (actualmente menos lluvioso, cambio climático mediante); el presupuesto disponible para esta entrega es de U$S 150 millones; y Gibson tuvo la inteligente decisión de no aceptar volver a interpretar a su personaje iniciático, para evitar competir en desventaja con sí mismo y su pasado.

En su reemplazo aparece Tom Hardy, quien es el nuevo Max, igual de atormentado que el viejo y con una historia repetida de crímenes, desolación, vehículos poderosos y veloces y mujeres que necesitan ayuda urgente. A su lado se sienta Charlize Theron, como la emperatriz Furiosa, siempre hermosa aunque la rodee el ambiente más deprimente del planeta.