De entrada, Joan Manuel Serrat invita a subirse a su calesita y conduce el paseo, desde la inicial “El carrusel del Furo” hasta el cuarto bis en la despedida del recital del viernes, la muy esperada “Cantares”, tras más de 20 canciones. Por si alguna duda quedaba, el gran catalán le pone la firma a todo, como se pudo ver en el escenario con su rúbrica en luces que cambiaban de color sobre los telones de fondo.
Cada seguidor de Serrat tiene su propia “Antología desordenada” de temas, quien acomete con la imposible tarea de resumir 50 años de carrera en casi dos horas y media de show, acompañado por una banda de cinco miembros que lidera Ricard Miralles. De allí que los más de 1.500 espectadores que concurrieron a la primera función en el teatro Mercedes Sosa salieron con la satisfacción íntima de haber participado colectivamente de una “Fiesta”; y, al mismo, con el sabor semiamargo de no haber escuchado aquella canción que quería y que se la pedía a los gritos desde la platea. Es inevitable: como en toda selección cuando el material es tremendamente abundante, siempre faltará algo.
Enhorabuena esa sensación, ya que lo ausente significa la propia elaboración que el serratiano hace de su antología personal; implica apropiarse de sus discos, algo que sólo lo logran los creadores realmente populares; exigirle algo más, y no quedarse solamente en la satisfacción de lo escuchado, en el espacio plácido del mero receptor pasivo, aunque envuelto en un profundo respeto y un enorme afecto. Pero, al mismo tiempo, al ídolo (y era claro que para todos los presentes, el español lo es) se le perdona todo: que su caudal de voz no sea el de antes, que deje sin atender los pedidos, que el sonido haya empezado con serias complicaciones (fue mejorando a medida que avanzaba el espectáculo, igual que su garganta al calentarse) y que se tome pausas reparadoras.
Serrat formó parte del mayor tramo de la vida de los presentes en el teatro, donde los que doblaron la curva de los 40 años en adelante eran cómoda mayoría. Su estilo y sus composiciones fueron coreadas durante décadas y anoche el ritual tenía al profeta en el escenario. El recorrido por su repertorio fue, al mismo tiempo, un repaso de la juventud y de las historias de cada espectador, engalanado de las anécdotas que disfrutó contando las distintas etapas de su vida, como su primera llegada a la Argentina, en las que muchos se sintieron identificados.
La emoción puso a más de uno al borde del llanto desde el minuto cero, desde que el artista agradeció al público “haber decidido invertir una noche de sus vidas en nuestra música”. Quizás más “nuestra” que nunca.
El recital fue una larga sucesión de clásicos, con puntos altos como “Mediterráneo”, “Algo personal”, “El sur también existe”, “Vendedor de yuyos” (gran interpretación de la obra de Atahualpa Yupanqui, con lucimiento de Miralles) y el cierre, con “Cantares” que fue la única coreada por su público devoto de pie, al filo del escenario. En el resto, hubo un silencio respetuoso, que se contradijo con al irrespeto enorme de las molestas grabaciones con celular y fotos con flash. Dos ovaciones recibieron a los cantantes tucumanos invitados: Lucho Hoyos, que eligió “Señora” (tenía la letra escrita en un papel), y Sofía Ascárate, con una perfecta versión de la hermosa “Es caprichoso el azar”. A ambos, generoso, el Nano les dejó el centro del escenario.
Otro tiempo
Traer el pasado al presente emociona, y mucho más cuando la evocación surge de la especialísima garganta del español, que acredita el paso del tiempo. Ya no tiene el trino de pájaro de otrora, ni el reverbero que aún se escucha en los viejos discos; está más contenida y apagada, pero inmaculada en su intensidad dramática, y transmite cada sensación, intención y recodo del relato cantado. Antes y ahora, conmueve, moviliza, emociona y convoca: logra traspasar las fronteras de las limitaciones físicas para llegar a lo profundo, sin engañar ni engañarse y sin cambiar de estilo. Y entre tema y tema, sus historias divierten, sus chistes hacen reír a carcajadas y sus reflexiones dejan pensando.
El paso del tiempo corre para todos: nadie es igual que hace medio siglo. Aquel músico valiente que desafiaba la dictadura franquista en catalán, mira hoy cómo su idioma natal es hablado sin reparo en su región, que reclama airada su independencia de España. Su público añora la juventud pasada, pero disfruta del presente de tenerlo sobre el escenario. Pensar que Serrat es un simpático abuelo jubilado que se limita a vivir de viejas glorias es injusto y falso. Está plenamente vigente, con una voz genuina y sincera, y lo demuestra noche a noche, “golpe a golpe y verso a verso”.
Humor y recuerdos
EFEMÉRIDES.- Joan Manuel Serrat mencionó varias efemérides irrelevantes (como los 1.000 años del nacimiento de una reina de Aragón, “lo que les importa un carajo y a mí también”, dijo, entre risas), hasta llegar a la importante: el festejo por sus 50 años con la música, que cumplió el 18 de febrero. “Es mucho. Lo he vivido al tiempo, no se me vino encima, pero pasa rápido”, admitió.
GRAN NARRADOR.- Entre canción y canción, el Nano mostró su gran simpatía y manejo de los tiempos. Deleitó al público con bromas y anécdotas, siempre coronadas por carcajadas o palmas, al punto que pidió que no lo aplaudan cuando mencionó que era catalán. “Lo soy, como ustedes son tucumanos”, minimizó. Luego defendió fuertemente su idioma con canciones en esa lengua, que calificó de “fundamentales”.
DE CHINCHULINES AL SMUGGLER.- Uno de los recuerdos más festejados fue el de su primera llegada a la Argentina, en 1969. “Eran tiempos del hombre nuevo y los sueños colectivos. Pero caí preso del mundo de las víseras cuando conocí a los chinchulines”, afirmó. Otro producto que dejó huellas en su ser fue “un brebaje al que sobrevivó, que le decían whisky y se llamaba Smuggler; tengo una botella en casa para mostrarle a mis hijos”.
CON EQUIPO PROPIO.- El teatro Mercedes Sosa no estrenó sus flamantes consolas de sonido y luces (costaron en conjunto cerca de $ 1 millón) con Serrat. El músico trajo sus propios equipos, alquilados en una empresa rosarina, pero la ecualización tuvo deficiencias en su inicio. Una treintena de personas (la mitad, españoles) son parte de la gira nacional. Cinco lo acompañan en el escenario: su histórico director, el pianista Ricard Miralles, Josep Mas “Kitflus” (teclados), Vicente Climent (batería y percusión), David Palau (enorme guitarrista) y Rai Ferrer (bajo eléctrico y contrabajo).