Era una mañana de octubre de 2013. Ese proyecto tan ambicioso que venía rumiando hace varios meses empezaba a tomar una forma infaliblemente real.
Lucía Palenzuela tenía las valijas listas y repartía abrazos a familiares y amigos, que eran retribuidos con lágrimas y consejos. Había miedo, ese que hace de antesala a los grandes pasos.
Lucía iba a Francia a reencontrarse con Maylis Mercat, su pareja. Un año después se acababa su visa y vino el momento de regresar. Surgió la idea de volver juntas, lentamente, para ver que había entre sus dos casas. El desafío: realizar un viaje en bici desde Chambéry (localidad próxima a Los Alpes) hasta Tucumán, algo así como 12.000 kilómetros de pedaleo. En el camino tenían planeado filmar documentales sobre energía y medio ambiente, en cada país por el que pasaran, además de ir mostrando lo que ya habían filmado.
Explican ahora que su plan, tan arriesgado como utópico, era la combinación perfecta de sus intereses. Lucía, de 24 años, solía subirse cada vez que podía a su bicicleta para recorrer los cerros y calles tucumanas. Le gustaba ver documentales y hacerlos. Un par de años atrás, se había recibido de técnica en Cine con uno de esos proyectos. Maylis, de 20 años, estudia Ingeniería, Energía y Medioambiente, y no duda en experimentar mientras aprende. Además, a los 10 años, ya había recorrido varios continentes en bicicleta. Las circunstancias estaban dadas.
Las chicas pesan 50 kilos cada una, las bicis también. Además de la ropa, que era lo más liviano, llevaron todo lo necesario para acampar y para mostrar sus películas -entre lo que se incluía un proyector que funcionaba con la energía que producía una de las bicis-, una guitarra, elementos de cocina y farmacia, algo de comida, herramientas y cámaras para filmar las ideas que se fueron cruzando en el camino.
Encuentro en Los Ralos
El viaje empezó en el sudeste de Francia, siguió por España, Marruecos, Sahara, Mauritania y Senegal. Para atravesar el océano, se subieron a un velero, con tres activistas de la asociación Compartiendo Velas (una forma de navegar a bajo costo). Cuentan las aventureras que tenían turnos de dos horas, tres veces al día, para manejar el barco y que solían hacerse compañía cuando les tocaba el timón. “Excepto cuando teníamos mucho sueño”, conceden. Tres semanas después llegaron a Fortaleza, Brasil. Ahí las esperaba el verano carioca, con carnaval incluido. Tras un par de meses de pedaleo, se despidieron de Belo Horizonte para volver a hablar español en Paraguay, donde aprendieron a cebar el tereré más rico que probaron en su vida. Las rutas del país vecino las dejaron en Formosa. El tour continuó en Chaco, Santiago del Estero y, finalmente, Tucumán.
El jueves 2 de abril, por la tarde, hicieron su carpa en Las Cejas, Santiago del Estero. Les quedaban 50 kilómetros para llegar al destino. A la mañana, el despertador, la ansiedad y una visita inesperada las sacaron de sus bolsas de dormir: los padres de Lucía, María Graciela Raya y Rodolfo Albiero, las iban a acompañar en el último tramo. Cada uno de ellos iba a hacer 25 kilómetros en bici y otros 25 en auto. Los movía no sólo la ansiedad por ver a las chicas, tras miles de kilómetros de rezos, llamadas y consejos, sino también la admiración que sentían por esa aventura que podría ser la pesadilla de cualquier padre, y que, no obstante los miedos, estaba a poca distancia de convertirse en un sueño hecho realidad.
En Los Ralos, LA GACETA fue al encuentro de las ciclistas, que aceptaron tomarse un pequeño descanso para la entrevista.
Cuando se les pregunta cuál fue su lugar favorito, de todos los que recorrieron, les cuesta elegir uno. “Los paisajes siempre cambian y cada cambio fue lindo; por ejemplo, cuando llegamos a Paraguay, hablamos español de nuevo y sentí las raíces más que elegir algo de este viaje, se queda con los anfitriones. “En todos los países nos recibieron muy bien, la gente fue impresionante”, enfatiza.
Fueron pocas las veces que se alojaron en hoteles: la mayor parte del periplo tuvo como motor, además de las piernas y la voluntad, la hospitalidad de los seres que se cruzaban en su camino. “La mayoría de las veces nos alojamos con familias; pedíamos acampar en sus jardines y nos decían que sí. A veces nos invitaban a sus casas y a comer. Hacíamos cine a la noche y se armaba siempre algo distinto, siempre buena onda”, recuerda la tucumana.
En el relato de su experiencia, las chicas derriban un prejuicio de peso al momento de subirse a una bici: dos mujeres sí pueden viajar solas. “Nos adoptaban como hermanas o hijas, como parte de la familia; la gente nos quería ayudar y nos facilitaba conseguir cosas. Hablamos con ciclistas hombres y nos contaron que a ellos a veces se les complicaba más”, dijo Lucía.
En cuanto a las proyecciones de documentales, Senegal les regaló un momento extraordinario. En uno de los pueblos donde pararon no había luz eléctrica. Cuando el aparato, que funciona con los pedales de la bici de Lucía, empezó a funcionar, todos los niños corrieron hacia el lugar, ofreciéndose para pedalear y convertirse en los generadores de energía. “Aunque no compartíamos la lengua, y a veces no los entendíamos, era muy fuerte, era darles algo de nuestra parte”, contó la cineasta.
Era un 3 de abril. El objetivo ya no tenía nada de utópico. Las chicas lograron dejar su mensaje, que iba mucho más allá de fomentar el uso las bicicletas, de usar energía sustentable, de cuidar el medio ambiente. El mensaje es que se puede, que los sueños se pueden hacer realidad.