Paul Krugman | Premio Nobel de Economía 2008
El desempeño económico de Gran Bretaña desde la crisis financiera ha sido sorprendentemente malo. Una recuperación tentativa comenzó en el 2009, pero se estancó en el 2010.
Aunque se reanudó el crecimiento en el 2013, el ingreso real per cápita apenas ahora está llegando a su nivel en vísperas de la crisis, lo que significa que Gran Bretaña ha tenido una trayectoria mucho peor desde el 2007 de la que tuvo durante la Gran Depresión.
No obstante, a medida que Gran Bretaña se prepara para ir a las urnas, los dirigentes de la coalición que ha gobernado al país desde el 2010, se hacen pasar por los guardianes de la prosperidad, la gente que realmente sabe cómo manejar la economía. Y, en líneas generales, se están saliendo con la suya.
Hay varias lecciones importantes en esto, no solo para Gran Bretaña, sino para todas las democracias que batallan para manejar la economía en tiempos difíciles. Abordaré esas lecciones en unos instantes. Sin embargo, primero, preguntemos cómo un gobierno británico, con semejante historial económico malo puede arreglárselas para contender con supuestos logros económicos.
Bueno, se podría culpar a la debilidad de la oposición, que ha hecho un trabajo absolutamente terrible en la presentación de sus argumentos. Se podría culpar a la inutilidad de los medios informativos, que ha planteado muchas cosas en forma equivocada. Sin embargo, la verdad es que lo que está pasando en la política británica es lo que casi siempre sucede, allá y en todas partes: los electores tienen muy poca memoria, y juzgan la política económica no por los resultados de largo plazo, sino por el crecimiento reciente. En cinco años, las marcas de la coalición se ven terribles. Sin embargo, en el último par de trimestres parecen bastante buenas, y eso es lo que importa, políticamente.
Al hacer estas afirmaciones, no lo hago por una especulación informal, me baso en un enorme cuerpo de investigación en ciencia política, centrada, principalmente, en las contiendas presidenciales en Estados Unidos, pero que es claro que son aplicables en otras partes.
Esta investigación desacredita a casi todos los discursos estilo carrera de caballos que tanto aprecian los comentaristas políticos, donde no importa quién gana el ciclo noticioso, ni quién apela a las supuestas inquietudes del electorado independiente. Lo que importa, principalmente, es el crecimiento del ingreso inmediatamente antes de las elecciones. Y quiero decir inmediatamente: hablamos de poco menos de un año, quizá menos de medio año.
Se trata, si se piensa bien, de un resultado preocupante, porque dice que hay poca recompensa política, si no es que ninguna, para una buena política. Los dirigentes de una nación pueden realizar un excelente trabajo en la administración económica durante cuatro o cinco años, pero los ponen de patitas en la calle por debilidades en los dos trimestres anteriores a las elecciones. De hecho, la evidencia indica que lo políticamente inteligente que habría que hacer, bien podría ser imponer una depresión sin sentido en el país durante gran parte del tiempo que se pase en el cargo, exclusivamente para dejar espacio para una recuperación descomunal justo antes de que los electores vayan a las urnas.
De hecho, esa es una descripción bastante buena de lo que ha hecho el gobierno británico actual, aunque no está claro si lo hizo en forma deliberada.
El punto, entonces, es que las elecciones -que se supone son para que los políticos rindan cuentas- parecen no cumplir muy bien esa función, cuando se trata de política económica. ¿Y acaso se puede hacer algo sobre esta debilidad?
Una respuesta posible, atractiva para muchos especialistas, podría ser quitar la formulación de políticas económicas de la esfera política y dársela a comisiones elitistas y no partidistas.
Con esto se presume, no obstante, que las elites saben lo que están haciendo y es difícil ver qué, en los acontecimientos recientes, podría hacer que uno creyera eso. Después de todo, las elites estadounidenses pasaron años en la esclavitud del bowles-simpsonismo, una obsesión, totalmente inapropiada, por los déficits presupuestarios. Las elites europeas, con su compromiso hacia la austeridad punitiva, han sido mucho peores.
Una respuesta mejor, más democrática, sería buscar un electorado mejor informado. Algo verdaderamente asombroso sobre el debate económico británico es el contraste entre lo que pasa por análisis económico en los medios informativos -hasta en periódicos de alta calidad y programas de televisión dirigidos a la elite- y el consenso de los economistas profesionales. Es frecuente que en los artículos periodísticos se describa al crecimiento reciente como una reivindicación de las políticas de austeridad, pero encuestas de opinión de economistas muestran que solo una minoría reducida está de acuerdo con esa aseveración. Se está diciendo que los déficits presupuestarios son el problema más importante al que se enfrenta Gran Bretaña, como si fueran simples afirmaciones de un hecho, cuando que, en realidad, son contenciosas, si no es que estúpidas.
Así es que reportar sobre problemas económicos podría y debería ser muchísimo mejor. Sin embargo, de seguro que los politólogos se mofarían de la idea de que eso marcaría una gran diferencia en los resultados electorales y, probablemente, tendrían razón.
¿Qué, entonces, deberíamos hacer quienes estudiamos las políticas económicas y nos importan los resultados en el mundo real? La respuesta, por supuesto, es que deberíamos hacer nuestro trabajo: tratar de hacerlo bien y explicar nuestras respuestas tan claramente como podamos. Si somos realistas, por lo general, el impacto político siempre será marginal, en el mejor de los casos. Malas cosas les pasan a las buenas ideas y viceversa. Que así sea. Las elecciones determinan quién tiene el poder, no quién tiene la verdad.