BERLÍN.- El culto al éxito, la confianza en una tecnología infalible y la defensa del derecho a la privacidad son algunos de los rasgos que Alemania exhibe con orgullo. ¿Se estrellaron ahora junto con el avión de Germanwings?
Es la incómoda hipótesis que sugirió el diario estadounidense “The Washington Post” al observar que, en contra de lo esperable, no hubo en Alemania una ola de indignación pública contra el copiloto acusado de estrellar el avión en los Alpes franceses ni contra Lufthansa, matriz de Germanwings.
“La razón podría ser que el accidente está cuestionando de pronto algunos de los principios fundamentales de la vida alemana”, especuló el diario.
El debate se centra sobre todo en las rígidas normas alemanas de protección de datos personales y privacidad, que la primera potencia europea cultivó como un preciado bien tras las traumáticas experiencias del totalitarismo nazi y de la Alemania comunista (RDA).
Los críticos creen que ese marco permitió al copiloto de Germanwings, Andreas Lubitz, sortear todos los controles y ponerse al mando de un avión con 150 personas pese a tener antecedentes depresivos, estar en tratamiento y haber buscado información sobre suicidios antes de volar.
“Eso sólo puede decirlo quien no tiene idea del tema”, respondió sin embargo el sindicato de pilotos alemán (VC).
También los médicos coincidieron en que el secreto profesional no es el problema, sino la solución: un paciente expuesto podría rehuir el tratamiento.
Más controvertido es otro principio de la cultura alemana sacudido por el accidente: “Los titanes de su industria no cometen errores”, según el “Post”. O como definió el diario “The New York Times” en otro artículo similar: “El accidente puso a prueba la fe alemana en su precisión”.
En efecto, la potencia industrial alemana se apoya en su fama de infalible, confiable y precisa. Pero, la catástrofe de la empresa Germanwings y las sospechas sobre el copiloto son un duro golpe para Lufthansa, la encarnación de esa cultura y de esa imagen.
Por eso la mayor aerolínea europea siguió insistiendo incluso tras el accidente en que cuenta con “uno de los mejores sistemas de formación de pilotos del mundo” y su presidente, Carsten Spohr, aseguró que el copiloto de la línea aérea “era apto para volar al ciento por ciento”.
Los artículos de la prensa estadounidense tuvieron un amplio eco en Alemania, donde el semanario “Der Spiegel” los usó como trampolín para profundizar aun más en los efectos de la catástrofe y remarcar otro rasgo de la sociedad alemana: la presión por el éxito.
“Ahí reside tal vez la raíz de la sorpresa del ‘Post’ y del ‘Times’ frente a los reparos alemanes al tratar la catástrofe: el fracaso del alma es un tabú tan grande como el fracaso de la técnica en Alemania”, señaló un analista de esa publicación.
El artículo titulado “¿Ser humano con errores? Excluido” reclamó un debate “urgente” sobre la “cultura del error” y pidió usar la consternación por la tragedia aérea para “hablar más en la sociedad sobre el miedo al fracaso y desarrollar más tolerancia al error”.
Reflexionar sobre las lecciones que pueden aprenderse de una tragedia en lugar de apresurarse a levantar el dedo acusador y buscar rápidamente culpables es, a fin de cuentas, también otro rasgo de la identidad alemana que explica el desconcierto de los medios y de la opinión pública estadounidenses.