Basta atravesar el portón de acceso sobre calle México, para percibir que el aire no es igual en la cárcel de Villa Urquiza. Sólo un muro separa las 13 hectáreas del complejo penitenciario con la libertad, y esa separación es palpable. El régimen carcelario es cerrado, definió el director de Institutos Penales Guillermo Snaider, quien sin embargo accedió a mostrar cómo viven los presos. Eso sí, por seguridad, pidió que no se tomaran fotos.
La vida central del penal transcurre en las unidades “1” y “2”, de condenados y procesados. En dos viejas estructuras de tres pisos conviven unos 590 reclusos, y las unidades están separadas por dos rejas de gruesos barrotes. En el medio está “la rotonda”, lugar de control de los guardiacárceles.
“En Tucumán no hay superpoblación carcelaria porque trabajamos con los cupos, es decir la capacidad de alojamiento que tiene cada institución para albergar a los internos”, explicó Snaider. Cuando el cupo está completo, el servicio penitenciario no recibe nuevos detenidos. Por eso el problema se traslada a las comisarías. “La Policía está desbordada porque tiene que alojar y cumplir funciones para la que no está capacitada, que es el alojamiento de internos”, agregó el funcionario.
Difícil convivencia
Snaider asumió al frente de Institutos Penales a mediados de la semana pasada, luego de la destitución de Roberto Guyot. Pero durante nueve años fue subdirector, y estuvo a cargo de la seguridad y el manejo administrativo de la cárcel. En las últimas semanas se conocieron varios incidentes en Villa Urquiza por peleas entre presos, y en dos de esos casos hubo muertes.
“Hablamos de la convivencia de personas que vienen de lugares distintos, de formaciones y creencias distintas, y que de pronto tienen que convivir por uno, cinco o 20 años en un espacio reducido, compartiendo todo”, graficó el licenciado en Recursos Humanos.
En esa realidad, Snaider aseguró que es normal que se produzcan rencillas. “Es imposible pensar de que en una cárcel no pueda hacer incidentes. Lo que hacemos nosotros es tratar de disminuir ese índice de violencia, y cuando ocurre alguna agresión, tratar de brindar rápidamente la atención primaria. Lastimosamente hemos tenido casos en los que lo que se hizo no fue suficiente para salvarles la vida”, aseveró el director.
Los guardiacárceles deben intervenir muchas veces para que no haya muertes. Snaider contó que casi todos los días hay internos que tratan de quitarse la vida, y que el personal penitenciario logra llegar a tiempo.
El recorrido realizado con el director fue un miércoles, día de visitas. Desde “la rotonda” podía verse a los presos lavando los pisos, y hacia el final de cada unidad a los que estaban bañándose. Las duchas están a la vista de todos, y a los costados se ven las rejas de las celdas. “Les entregamos el material para que puedan mantener higienizados sus sectores”, contó uno de los guardiacárceles.
Como es día de visitas, nadie quiere portarse mal y ser privado de ese beneficio. Ese mediodía comerán pizzas, antes de recibir a sus allegados.
Resocialización
El director reconoció que el edificio de Villa Urquiza necesita reparaciones urgentes. Es una construcción levantada en 1925 e inaugurada en 1927. Allí tratan de someter a un tratamiento a los condenados y a los procesados que se unen voluntariamente.
“Puedo dar testimonio de personas que se rehabilitaron y de otros que quieren continuar con su vida en el delito. Con estas personas el sistema no puede hacer mucho. Pero hay otras con las que sí, que vienen a parar a la cárcel sin haber tenido otras posibilidades sociales. No tuvieron la posibilidad de ir a la escuela, nunca recibieron asistencia médica, no les enseñaron las normas básicas de convivencia, no fueron a ningún club a practicar algún deporte o estuvieron alejados de la Iglesia”, describió Snaider.
En prisión, afirmó el director, intentan romper ese paradigma de violencia. “Hay mucha gente que por primera vez tuvo su Documento Nacional de Identidad en la cárce, que por primera vez pudo escribirle una carta a su hijo y leer una carta que su hijo le mandó, o que por primera vez entró a una iglesia”, dijo el funcionario. Hacia el sur de la unidad de procesados está la capilla de la Iglesia Católica; y hacia el norte, la de la Iglesia Evangélica.
Aparente tranquilidad
Afuera llueve. En Villa Urquiza, en cambio, nadie parece pensar en el aguacero. Desde temprano, los presos que trabajan en la cocina ya hicieron el desayuno y están cocinando las pizzas, o los menúes especiales de los que están enfermos. Al lado, en Economato, van los internos a retirar los remedios u otros elementos que necesitan.
Hay un olor extraño en el aire, tal vez producto de la “creolina”, un desinfectante que les entregan para limpiar los pisos.
El ambiente está tranquilo, pero la sensación es que esa tranquilidad puede romperse en cualquier momento. Entonces sonará una sirena, actuarán los guardiacárceles y apaciguaran el conflicto. Los revoltosos serán sancionados. Y la calma retornará hasta que la sirena vuelva a sonar.