El relato kirchnerista se despedaza, como puente tucumano tras tormenta tropical, por torpezas propias de la tropa defensora de la “década ganada”. Beatriz Rokjés de Alperovich, con sus dichos, dejó al descubierto una metodología de pensamiento y de acción política: el modelo lo es todo, no admite críticas y la acción de los gobernantes de este ciclo es inapelable. De allí deviene su ¿yerro?: no pudo contener su pensamiento “real” ante un grupo de inundados que la increparon. Porque según la visión alperovichista (movimiento político históricamente socio del kirchnerista), el Gobierno dejó todo e hizo todo por Tucumán. Por eso no comprenden que un “vago” se atreva a reclamar algo a alguien como la senadora, que relegó la comodidad de su vida por la Provincia y aun así recibe quejas. Ídem con el Gobierno nacional, que refuta cualquier argumento en contra suyo blandiendo logros que provocaron que en la Argentina se instaurara un “nunca menos” para el pueblo.

La nacionalización de los insultos de Rojkés responde a ese matrimonio del alperovichismo con los K que supo llevar a la primera dama tucumana a ostentar la Presidencia Provisional del Senado. Por ello en la Casa Rosada y en la Casa de Gobierno se tomaron la cabeza y apretaron el ceño cuando escucharon a una desaforada Rojkés peleándose con pueblerinos de clase baja, esos que -según la visión oficialista- jamás votarían a otro movimiento político que no sea el que tanto dio por ellos.

Allí radica el corazón del conflicto que pergeñó la senadora: en que despertó del sueño a los que siempre creyeron que los votantes de pueblo adentro estaban cautivos de los planes sociales y de los derechos que -juran- supieron distribuir entre los más necesitados.

“Esto sólo impacta en la clase media. El interior profundo sigue siendo nuestro”, analizaban los integrantes de la mesa chica alperovichista tras el huracán político que se desató luego de las inundaciones. Esa confianza que intentaban transmitirse entre ellos sucumbió de la mano del tsunami Betty.

El lenguaje no es inocente, reza cualquier manual de semiótica, lingüística o psicología. Porque permite que aflore aquello que se mantiene oculto, en el diálogo interno que cada ser humano ensaya consigo mismo. Las palabras de la señora de Alperovich, por ello, cortaron como un estilete la seda social, que fina y delicada, difícilmente pueda ser restaurada sin que se noten los remiendos. Más allá del aprovechamiento político de jugadores electorales como Domingo Amaya, que apelaron a la mística peronista para golpear a su eventual contrincante en las urnas, es real que ahora jamás podrá blandir el PJ que dirige Rojkés las banderas de Evita. La osadía del jefe de Gabinete nacional, Aníbal Fernández, de salir a defender a la esposa del gobernador tucumano muestra, como mínimo, que efectivamente el aparato de inteligencia del Estado funciona mal: dijo que a Cristian Bulacio lo mandaron a provocar a la parlamentaria nacional, cuando es apenas un hombre que hace 40 días convive con el barro, duerme mal y perdió todo.

Está enojado, mucho más que los que se quejan por un -odiosamente comparando- ciudadano que se quedó sin servicio de luz o que no puede adquirir dólares por el cepo cambiario. Él y muchos más sufren, la pasan pésimo y son, como tantos otros, aquí y en todo el país, hijos de una década en la que prevalecieron los paliativos y las luchas ideológicas dialécticas. Esas que jamás se tradujeron en programas estructurales para sacar a los que menos tienen de esa situación.

¿Quién está detrás de los pobres? ¿A quién echarán la culpa los oficialismos, ahora, de los reclamos desesperados de los desposeídos? Ya no son caceroleros ni clases medias ni veraneantes que no pueden viajar al exterior ni ruralistas que ganan menos los que increpan funcionarios y salen a la calle. Son pobres. Aquellos que ellos -kirchneristas y alperovichistas- supuestamente cobijaron y protegieron. Son los supuestos destinatarios de las políticas nacionales y populares. Son los que hoy pueden morirse porque para ellos -los oficialismos- la batalla era cultural y antiimperialista. ¿Para qué dilapidar recursos y palabras contra los buitres, los factores externos, los cipayos y los medios monopólicos si no sirvió para proteger a los que menos tienen? Cada uno de los sectores antes mencionados recibió su merecido y quizás debieran soportar aún más atención estatal. Pero todo es en vano cuando la cadena se corta por el eslabón más débil.

Los dichos despectivos y renovados de uno de los emblemas K contra un desesperado inundado marcan mucho más que una mediática paliza para Rojkés de Alperovich. Llegó el fin. Se terminó el mito de que todo, absolutamente todo, lo que hizo este Gobierno, fue en defensa de los más pobres.