Hay políticos que transpiran política. Hay hombres y mujeres que hacen política desde que se levantan hasta que se acuestan. Hay otros que trabajan de políticos. En este grupo está Beatriz Rojkés de Alperovich. Ella siente que dedica horas de su vida a cumplir tareas desde el Estado y lo hace. Sin embargo, la política no es eso, precisamente. Corre por las venas y los que la hacen y practican a diario seguramente pueden explicarlo con claridad, no otros.

La senadora además ha vivido estos 12 años de poder alperovichista en un paradigma que ha creado su propio marido y en el cual lo público y lo privado son la misma cosa. Pero se trata de una premisa falsa. El hombre público no tiene las mismas obligaciones ni responsabilidades que el privado. Además, no son antagónicos como se trata de mostrar sino por el contrario, son complementarios.

“Yo estoy acá, tranquilo. Si vinimos es porque queremos arreglar esto. No es culpa mía”, trató de explicar Rojkés de Alperovich y el hombre le respondió: “usted tiene el poder para hacer las cosas”. El enojo se desata porque la primera dama siente que ella y su marido han hecho mucho y se lo tienen que agradecer y la verdad es que el hombre público no debe esperar el agradecimiento porque sus acciones se inscriben en la obligación de hacer desde el primer hasta el último día de gestión, sin esperar nada. Es una responsabilidad que el pueblo ha delegado.

“Por qué te hacés el machito”, le dice ella y él la manda a “su mansión”. Durante estos 12 años se han tratado de acortar distancias, de achicar diferencias, de redistribuir. Pero el rencor, la agresividad, el resentimiento y la violencia con que se han transmitido ideas demuestra que muchas cuestiones sólo han quedado en intenciones.

La senadora no tuvo paciencia. La senadora fue extranjera en tierras tucumanas. La senadora destruyó una relación. Está obligada a dar el ejemplo y dio vergüenza.