Por la plata baila el mono. Muchos empleados intentan justificar su productividad con esta frase. Y en estos tiempos de inflación, aquel dicho popular se escucha con más intensidad en la oficina o en la fábrica. El rosario de quejas es interminable. La suba sostenida de precios ha llevado, en los últimos años, a que la carrera entre los salarios y la inflación sea cada vez más dispareja. Según las estadísticas oficiales, los sueldos vencieron al costo de vida durante 2014, por entre siete y 10 puntos de diferencia. Las consultoras, en tanto, consideran que el poder adquisitivo del salario ha decrecido en torno de un 4%. En tiempos de paritarias, todo se discute y ninguna medición es desechada. Mientras tanto, los empleados siguen haciendo piruetas para que su ingreso de bolsillo se estire como chicle. Claro, ya no tanto hasta fines de mes. Entonces, aparece la tarjeta de crédito.
¿Dónde estamos parados? Según datos del Ministerio de Trabajo de la Nación, un trabajador privado formal de la Argentina gana, en promedio, $ 11.291 mensuales. En Tucumán, esa remuneración total (no de bolsillo) es más baja, de $ 8.712. Casi el 75% de ese total deberá destinarse a la alimentación y a los gastos básicos para vivir de una familia tipo (matrimonio y dos hijos) si es el único ingreso del grupo. Esto es tomando el cálculo que para febrero hizo el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (Isepci Tucumán) sobre la Canasta Básica Total, valuada en $ 6.522. La inflación es un actor principal en ese costo mensual.
Esa es una parte que explica, económicamente, por qué no nos alcanza el sueldo para llegar a fines de mes. La otra es el endeudamiento. Gran parte de los $ 246.00 asalariados (169.000 empleados formales del sector privado y casi 77.000 estatales) tiene demasiado su comprometido su salario. De hecho, el último reporte del Banco Central (BCRA) ha mostrado que los tucumanos le piden a las entidades financieras a razón de cuatro veces su ingreso (el promedio es de un crédito por $ 34.000), por encima del promedio nacional (tres veces). En este aspecto se conjugan las necesidades y los deseos del consumidor.
¿Por qué el dinero nos quema cuando lo tenemos entre nuestras manos? Los argentinos están inmersos en una cultura consumista. “Una vez que te subís al barco del consumo es difícil bajarse después”, dice Martín Tetaz, economista y autor de “Psychonomics”.
Según el especialista, en este período del año se potencializa el “consumo demostrativo”, ese que tiene que ver con lo que queremos mostrar a los otros. Por ejemplo, indica, al volver a la oficina tras las vacaciones, seguramente un trabajador mostrará en las redes o a sus pares como gastó o disfrutó de las playas o de las sierras. Del mismo modo, en otra época del año, exhibirá el más moderno celular que adquirió. Según el especialista en Economía del Comportamiento, con esas conductas, la persona trata de afianzar esa sensación de mando a través del reconocimiento social. “Al decir que la plata no me alcanza, más que un problema de ingresos, es una cuestión de expectativas”, señala Tetaz.
En ese sentido, indica que generalmente los latinos tienen fama de ser más proclives que otros al adquirir productos. “Y las marcas se aprovechan de esto”, completa. “Es una conducta aspiracional; y nos decimos, si hoy gano $ 10.000, con las paritarias pasaré a cobrar $ 12.000. Es más fácil que me incline al consumo, que al ahorro”, puntualiza.
Tetaz sostiene que esto no necesariamente ahorra el que más gana. “Los chinos tienen un ingreso per cápita un 30% inferior al nuestro, y sin embargo, ahorran más”, ejemplifica, al hablar de las conductas de consumo y las prioridades que se le dan al dinero. ¿Qué hacer? Con la inflación reinante, hay pocas opciones para resguardar el valor de la plata. “Este año es posible que un plazo fijo pueda empatarle a la inflación. Otra inversión sui generis puede ser un plan de ahorro previo, como una manera de cubrirse de la inflación”, acota.
Cuestión de edad
La percepción sobre el salario suele ser un condicionante cuando un trabajador se pone como único objetivo en su paso por una empresa o por el sector público. Pero en esa perspectiva, la edad también juega un rol preponderante. Paula Molinari, director de Whalecom, advierte que no es la misma visión de un joven que la de un empleado casado y con hijos. Hay cargas económicas adicionales que causan más necesidades que deseos de concretar proyectos. “De todos modos, lo primero que hay que decir es que no hay un patrón de comportamiento, porque dependerá del momento del ciclo de la vida en que se encuentre la persona”, afirma. “Lo segundo que se percibe -acota- es una orientación hacia el bienestar como tendencia de conducta en el trabajador, es decir, en la inversión que realiza en las cosas que le hacen bien”.
Molinari considera que las nuevas generaciones laborales abandonaron la vieja idea de proyectar comprarse una casa o un auto dentro de 10 años, como la existente hasta la Generación X. “En vez de ahorrar, ahora los jóvenes prefieren disfrutar el hoy viajando a la India o a Machu Pichu. Por allí pasa su bienestar”, agrega.
El otro valor
Más allá de las cuestiones netamente económicas, el dinero también tiene un componente emocional. “El dinero es una especie de sustituto del afecto; quiero a una persona y le regalo $ 500; no tengo tanta cercanía con ella, y le doy $ 100. Lo malo es que se está imponiendo eso de que las cosas nos jerarquizan como personas”, considera Graciela Chamut, Master Ejecutivo en Dirección de Empresas. En ese sentido, coincide con Tetaz en que, generalmente, en el lugar de trabajo solemos tratar de mostrar con aquellas cosas lo que creemos que valemos. “El marketing hace su parte y tiende a satisfacer más los deseos que nuestras necesidades”, observa. Y alimenta conductas de consumo que nos llevan a gastar más sin aferrarnos a nuestro presupuesto, acota la psicóloga:
Lo quiero todo y lo quiero ya. Se está privilegiando el parecer y el tener sobre el ser.
Voy a ser feliz cuando tenga lo que no tengo. “Entonces el dinero no suele alcanzarnos porque nos fijamos metas que tienen que ver más con los deseos que con las necesidades”, explica. La ambición lógica y humana es tener otra cosa más.
Yo no soy menos que nadie. Es otra de las competencias en la que suelen entrar las personas. “Lo negativo –indica Chamut- es que lo decimos respecto de las cosas, no de los conocimientos o de los valores”.
Dios nos ha creado para que amemos a las personas y usemos las cosas. “En el mundo de hoy, indica la experta, a la sociedad le pasa que ama más las cosas y usa las personas”.
¿Por qué no nos alcanza el salario? Como pudo observarse, el interrogante plantea distintas respuestas. Las paritarias y el aguinaldo suelen ser salvavidas financieros en momentos de necesidades económicas. O bien contribuyen a satisfacer nuestros deseos de consumo. Pero a esas situaciones hay que agregarle otros componentes. Por ejemplo, la cuestión impositiva. Mientras el salario siga siendo considerado como ganancias, el fisco se quedará, al año, con el equivalente a una remuneración mensual. O, si cobra más de $ 17.000 de salario bruto, es posible que se lleve hasta dos sueldos en un año. Esa ya es la necesidad y el deseo del Estado por recaudar.