“Insurgente” se inscribe en el club de películas sandwich que Hollywood inventó para sacarles el jugo a las sagas literarias juveniles. Al que no vio “Divergente”, la primera parte, le resultará casi imposible entender lo que pasa, y el final es un cliffhanger: uno de esos desenlaces abiertos que prolongan el suspenso y la frustración del espectador hasta el próximo capítulo, que se estrenará el 18 de marzo de 2016. Y habrá un cuarto episodio, porque el modus operandi impone dividir el último libro en dos. Paciencia.
Así como Suzanne Collins se hizo rica gracias a “Los juegos del hambre”, Veronica Roth la pegó con “Divergente”. Dos mujeres puestas a escribir distopías sci-fi coincidieron en la elección de una heroína posadolecente para llevar el pulso de las historias. Katniss Everdeen y Tris Prior son caras de la misma moneda, con la diferencia de que Jennifer Lawrence irradia mucha más fuerza, enojo y magnetismo que Shailene Woodley cuando las papas queman.
Woodley se corta el pelo como un soldado para salir a cazar a la malvada Jeanine (Kate Winslet), pero en el camino se cruzará con otra dama de armas llevar e intenciones bien ocultas (Naomi Watts). Todas son líderes y atienden su juego. El de Tris apunta, en buena medida, a vengar a su madre (Ashley Judd), otra pieza clave en este puzzle de chicas superpoderosas dispuestas a todo.
La naturaleza sandwich de “Insurgente” se nota en los puntos muertos a los que llevan diálogos insustanciales y escenas estiradas al máximo, dominantes en la hora y media inicial. Después, el alemán Robert Schwentke (el mismo de “Red” y “Plan de vuelo”) recupera algo de la tensión y el dinamismo que constituían el capital de “Divergente”. Y cuando las cosas se ponen realmente buenas... fundido a negro y hasta la próxima.
Miles Teller (el baterista de “Whiplash”) sobresale en un reparto cotizado. Los personajes entran y salen de la historia sin demasiado tratamiento, otra característica de la saga. Todo pasa por esperar lo que viene.