Las violentas tormentas de este verano con sus secuelas de inundaciones, destrozos, evacuados y graves daños a la infraestructura y a las personas han puesto bajo un panorama de incertidumbre, dolor y zozobra a miles de tucumanos y han significado un fuerte cachetazo para la cancina y austera gestión que venía realizando el Gobierno provincial para enfrentar el duro fenómeno climático. Sólo en las últimas horas, pero más precisamente, después de la madrugada del sábado, cuando la furiosa lluvia de esas horas desnudó la endeblez de las construcciones y de los recursos que estaban destinados a soportar estas contingencias, la reacción de la administración tuvo características de operativo de cobertura, atención y socorro.
Ocurre que la virulencia, y continuidad de las lluvias venía siendo anticipado por los servicios meteorológicos, y, como se fue conociendo, por la devastación que estaba generando en provincias como las de Santa Fe, Córdoba, Catamarca y Santiago del Estero. Ciertamente, los efectos no están siendo los mismos aquí en Tucumán que los vividos por los pobladores de otros distritos, pero al fin y al cabo, esos pronósticos pudieron haber servido como una práctica de anticipación para que los organismos y reparticiones competentes hubieran podido tomar todos los recaudos frente a lo que se descontaba iba a ocurrir.
Inevitable, como se venía evidenciando, el aluvión de agua que caía del cielo y que se fue transformando en torrentes imparables, mas temprano que tarde iba a impactar dramáticamente en los sistemas de contención de los diques y en las defensas de los ríos, arroyos y canales e iba a terminar anegando a pueblos y barrios próximos a esos cursos de agua, además de puentes, rutas y caminos, como efectiva y lamentablemente sucedió.
¿Había que esperar a que la presión del agua imponga la apertura de las compuertas del dique Escaba para organizar apuradamente el desalojo de los pobladores de La Madrid y Graneros y de otras villas levantadas en las márgenes de los ríos y riachos que ven incrementados radicalmente su caudal con el desbloqueo de la presa? ¿Que pasó con los planes de atención de emergencias y de crisis, que los distintos funcionarios, desde el propio gobernador hacia abajo, se han encargado de difundir con bombos y platillos? Probablemente, la misión de esos programas hayan estado concentrados en la cobertura de damnificados por las inundaciones o los aguaceros; es decir, en la ayuda asistencial básica y reparadora de la urgencia, pero todo indica que no se ha elaborado una planificación o una organización lo suficientemente coordinada y ensayada para poner a salvo a la población ante la inminencia de una catástrofe. Una vez que se desencadenaron los dramas familiares y sociales que llegan con las crecientes de los ríos y anegamiento de las viviendas la reacción oficial viene siendo la misma desde hace años. La historia de Tucumán, sobre todo la reciente, está cubierta de esas imágenes que forman parte de los desastres ambientales que vienen repitiéndose. Aunque es cierto que está cayendo agua como muy pocas veces llovió, y que se reaccionó para atender las circunstancias, también es cierto que la infraestructura no ha respondido como se esperaba. ¿Será porque los planes de sistematización de las cuencas quedaron en el olvido, que los trabajos de limpiezas de los cauces es mínimo, que el descontrol en la tala de árboles es grande y que las consecuencias de tanto descuido reaparecen ahora?