El pequeño, sencillo y genial Mario Benedetti nos recita desde el más allá: “la lluvia está cansada de llover/ yo cansado de verla en mi ventana/ es como si lavara las promesas/ y el goce de vivir y la esperanza”.
¿Qué esperanzas puede sentir un tucumano cuando el paisaje que asoma en sus narices se descompone en el desinterés, el egoísmo y la impericia de los funcionarios y políticos que han elegido para administrar la cosa pública?
La noche del viernes convirtió las calles en torrentosos ríos que llevaban por delante lo que se les cruzara. Las casas de los que menos padecieron se quedaron sin luz, sin agua o sin internet. En el peor de los casos, estuvieron a merced de la caída de algún árbol que vio debilitada su robustez al ahogarse sus raíces. Pero hubo otros que esa madrugada vieron la misma película de siempre. El barro empantanó sus destinos. Sus techos dejaron de proteger y el piso se movió hasta desbarrancarse en algunos casos. Ninguna novedad, ninguna sorpresa.
“La lluvia acribilla los silencios/ es un telón sin tiempo y sin colores/ y a tal punto oscurece los espacios que puede confundirse con la noche”.
El agua en su desmesura opaca las conductas y oscurece el corazón de los políticos.
La primera reacción de pocos –no de muchos- fue salir a socorrer a aquellos que tenían el agua hasta el cuello y la calidad de vida en el piso. Mientras iban camino a las calamidades pensaron en los culpables. A juzgar por las acostumbradas declaraciones o por ejemplos como el que dio el gobernador cordobés José Manuel De la Sota, que en sus agendas anotaron algunas responsabilidades. 1) La inusitada tormenta. 2) La tala indiscriminada. 3) La soja. 4) El otro: léase las obras o tareas de empresas constructoras, de agua o de energía que alteraron el paisaje urbano. 5) El cambio climático. 6) El enemigo político. Todo cierto, pero olvidaron ponerse en primer lugar a ellos mismos.
En la Capital tuvieron especial cuidado en discriminar cuál perjuicio tenía como protagonista principal una obra o un funcionario provincial. Lo mismo ocurrió desde el Poder Ejecutivo en su mirada escrutadora de la Capital. Hubo quien recordó que meses atrás se advirtió desde el municipio de San Miguel de Tucumán que Obras Públicas de la provincia tenía algunas cuestiones pendientes. En Yerba Buena, el intendente anduvo corriendo de un lado a otro prometiendo una solución y salidas habitacionales a quienes el agua los había denigrado. En el sur de la provincia, Juan Pablo Juárez no aparecía. Lo buscaban desesperadamente. A este adolescente de 15 años se lo había visto por última vez cuando entró a bañarse en el río Marapa junto a cuatro amigos, que en cambio, sí lograron regresar a sus humildes viviendas. Esta es una historia más de las cientos de tristes anécdotas que recuerdan y vivieron los habitantes de La Madrid.
Muchos de los protagonistas y conductores de la política y de la vida actual saben que la ciudad ha cambiado. Cuando eran niños no había tantos edificios, ni paseos ni cordones cuneta ni soluciones habitacionales. Deben recordar que el cine Metro, el 25 de Mayo o el Candilejas convocaban multitudes y tal vez que no había peatonales. Ni hablar de los que vivían en Yerba Buena que jamás imaginaron que pudiera haber semáforo o asfalto en sus calles. Sin embargo, en los últimos 30 años nadie puede decir que no haya habido inundados, evacuados y hasta muertos por las tormentas. En los mismos lugares. Ni hablar de La Madrid donde la ruta 157 adquirió mayoría de edad y se volvió importante y transitada, pero los ríos siguen sin respetar al pueblo. Pasaron funcionarios y políticos de todos los colores e ideologías y la historia vuelve a repetirse. No deberían tener perdón, ni aún por un bolsón.
“Ojalá que el sagrado manantial/ aburrido suspenda el manso riego/ y gracias a la brisa sequemos/ a la espera del próximo aguacero”.
En Tucumán no se esperó ni se escuchó la voz del vate uruguayo. Las obras no alcanzaron a pesar de que los millones sobraron. Los pronósticos no se escucharon a pesar de que alertaron. La inveterada costumbre de echarles la culpa a los que estuvieron antes no cuaja esta vez. Hace 12 años que son casi los mismos los que conducen los destinos de estas tierras. Ayer cuando todo era un parte de guerra no pudieron reunirse para buscar soluciones para planificar el mañana; para que La Madrid no mate más gente; para que en el Canal Norte no saquen a secar la pobreza; para que el Canal Sur no se lleve todo, para que se acuerden que también existe; para que el río Muerto se muera definitivamente en su lecho de Yerba Buena.
No hubo reuniones entre propios, tampoco encuentros con la oposición. Tampoco aquellos líderes que quieren tomar las riendas no golpearon las puertas del poder para ofrecer aunque sea un técnico de los tantos que dicen que tienen para gobernar mañana. La lluvia destapó todo, incluso la soberbia y el egoísmo del ser humano. En 2001 cuando la Argentina era un manojo de desechos se levantó con unión, comunión, convicción y esfuerzos. Estuvieron los unos y los otros. Ayer, en Tucumán, ni lo uno ni lo otro.
“Lo extraño es que no sólo llueve afuera/ otra lluvia enigmática y sin agua/ nos toma de sorpresa/ y de sorpresa llueve en el corazón/ llueve en el alma”.
Rojo y amarillo
Los candidatos tienen la cabeza en otra cosa. José López se puso rojo cuando la Presidenta ante el Congreso nombró más veces a Juan Manzur que a él que siempre está esperanzado en recibir la bendición de Cristina. Por eso rápido mudó el color rojo vergüenza por el amarillo chino y al terminar la semana juntó a empresarios orientales con los tucumanos. Es el terreno que le da más comodidad porque los territorios peronistas ya se los ha tomado el alperovichismo. Ni en su Concepción natal le sonríen multitudes.
Peleando con su sombra
Domingo Amaya se subió al ring para pelear con Alperovich y eso le reditúa taquilla. Lo mismo le pasó durante años al radical José Cano, que sacó rédito por ser el único que se le animaba al gobernador. Pero el intendente de Capital tiene mensajes contradictorios que le quitan nitidez a su imagen de candidato cuando los amayistas siguen levantando la mano como cualquier “sijosesista”. Alperovich ha dado la orden de no pelear con Amaya. No quiere ninguna victimización del lord mayor.
Obsecuencia en la encrucijada
Juan Manzur está a sus anchas. Siente que el hombre que lo inventó está tranquilo con las encuestas y, por lo tanto, sonríe hasta cuando lo critican. Cristina y José lo han entrampado. La Presidenta sigue apostando por Florencio Randazzo y en Tucumán se han definido por Daniel Scioli. Sobre quien desparramará su fidelidad el candidato oficialista. Su decisión algún problema le va a ocasionar.
El retrato de Dorian Gray
Algo parecido, aunque más complicado, vive José Cano. El radical insiste con un súper acuerdo donde se anoten peronistas disidentes, los massistas, los macristas y los radicales. Sin embargo, las dos semanas que separan las elecciones provinciales de las PASO nacionales hacen imposible semejante alianza. El almanaque le ha puesto una barricada al radical. Cano pone su sonrisa para los afiches que sean necesarios para sumar votos. Lo que nunca esperó es que iba a recrear el Retrato de Dorian Gray del genial Oscar Wilde. Desde que posó con Gerónimo Vargas Aignasse, su imagen ha envejecido más de lo que esperaba. Es que el legislador le asegura votos de territorios peronistas, pero desencanta en la clase media, media alta, que alguna vez conquistó Cano con sus denuncias de corrupción alperovichista. El 15 del corriente en Gualeguaychú se analizará si el radicalismo cierra su acuerdo con el PRO. Cano, al igual que su alter ego senatorial, Gerardo Morales, intentará lograr que ese pacto no excluya al massismo en las provincias. Los estrategas de Cano aseguran que el discurso del candidato tiene provincializarse al máximo, de lo contrario sus contradicciones serán peor que las de Amaya o las de Manzur.
Cuenta regresiva
La cuenta regresiva ya se ha puesto en marcha desde que el Poder Ejecutivo convocó a los comicios y mientras se definen las candidaturas, los políticos empiezan a juntar fondos para sumar por lo menos un centenar de millones para llegar al poder. Son dineros para seducir por las imágenes y el carisma (si es que están) no alcanzan. En el oficialismo calculan el doble y creen que $200 millones serán suficientes para ganar. Calculan unos $5 millones en los principales municipios del interior y un millón por comuna rural. El resto es para la esquiva Capital. Esos números no figuran ni en la imaginación de los opositores. Como a las tormentas, tendrán que afrontar todo con lo que hay.
Si Gabriel García Márquez no nos hubiera dicho adiós, ayer hubiera levantado su copa para brindar por su cumpleaños. En la Mala Hora, en Los Funerales de la Mamá Grande, en Cien años de Soledad o en cuanto libro nos dejó las tormentas se suceden como si su Macondo fuera nuestro Tucumán. Setenta años antes, la literatura y una imaginación prodigiosa previno lo que podría pasarnos, algo que los políticos de este siglo no pueden hacer.