El último mensaje de José Alperovich como gobernador de tres ciclos consecutivos puede llegar a ser un balance integral de casi 12 años de gestión. Pero la cuestión central pasa por una pregunta: ¿qué le dejará Alperovich a su sucesor? Desde el punto de vista político, el poder institucional suele no compartirse. Una vez que el actual mandatario entregue simbólicamente los atributos al nuevo gobernador, se habrá despojado de gran parte de su capital electoral. Nadie toma un cargo prestado por cuatro años. Todos piensan en la continuidad. Lo ha hecho Alperovich y lo seguirán haciendo todos aquellos que lleguen a conducir el Poder Ejecutivo de Tucumán. Está en la esencia del animal político. El fantasma del “ya no ser” le ha dado escalofríos a todos los que dejaron la Casa de Gobierno. No hubo excepciones y es posible que no la haya en el futuro mediato. Alperovich tendrá que acostumbrarse a transitar los pasillos y las oficinas del Senado de la Nación, el lugar que elegirá para sostenerse en el escenario electoral. Mientras tanto, su sucesor sembrará para cosechar apoyos políticos.
Los padrinos de ayer serán los ausentes del mañana. Alperovich lo tiene claro. Por eso, las bendiciones no son tan explícitas como debieran ser a estas alturas del partido. La proliferación de candidaturas es otra clara señal de que no todos quieren correr con el caballo del comisario. Creen que pueden imponer su impronta electoral. La que se viene tal vez sea la más difícil contienda política del oficialismo. La dispersión del voto puede estar dada en virtud de las intransigencias de los sectores en pugna. La política ha demostrado ser una plataforma de lanzamiento, en la que no cabe ese equipaje que llevaban -a todos lados- aquellos dirigentes que sostenían sus ideales. Hoy es más fácil sostener un “ismo” que los principios de un partido político. Los primeros suelen tener fecha de vencimiento. Los otros se han sostenido a lo largo de la historia.
Mientras tanto, la oposición se da tiempo para efectuar innumerables ensayos. Tucumán no ha dejado de ser un laboratorio electoral donde las fórmulas surgen como por arte de magia. Y quien sabe que en muy poco tiempo surja una que aglutine el pensamiento contrario al alperovichismo. Tiempo al tiempo, dicen los que impulsan un binomio multipartidario.
Sea quien sea el nuevo gobernador, como mínimo, debería recibir una provincia ordenada desde el punto de vista fiscal. Si las cifras difundidas por el Ministerio de Economía de la Nación se mantienen, la próxima gestión debería arrancar con un saldo favorable de unos $ 1.500 millones, que serían parte del ahorro efectuado en el último lustro. La deuda pública no es tan pesada: $ 4.062 millones, de acuerdo con las cifras consolidadas a noviembre pasada que figuran en la web oficial de Economía. En un presupuesto de más de $ 23.000 millones, aquel endeudamiento puede ser disminuido gradualmente. Sin embargo, no es sencillo: dependerá de que la Casa Rosada decida “venderle” parte del pasivo a la Provincia como una manera de ir recuperando la independencia financiera.
Un dato preocupante para el sucesor: la fuente de financiamiento se está agotando. Durante los últimos cuatro años el nivel de ingresos tributarios provinciales ha crecido a un ritmo vertiginoso, a tal punto de constituirse en un 25% de la masa total de recursos que cuenta el Estado provincial. Eso fue a base de reajustes impositivos, muchos de ellos resistidos por el sector privado, que considera que el Gobierno sigue exprimiendo a la actividad económica, con una presión fiscal que se hace insostenible. Pero la clave del gasto público pasa por los gastos corrientes, en particular, el vinculado al sostenimiento del personal de la administración pública provincial. Según cifras que publica el Ministerio de Economía de la Nación, en Tucumán el gasto en Personal pasó del 42,8% del total de erogaciones de la provincia a casi un 56% hasta el año anterior. En paralelo, la Inversión Real Directa (bienes y obras públicas) ha decrecido del 14,4% al 8,7% en el mismo período. El margen de maniobra presupuestaria se ha ido acotando. El desafío de la próxima administración será el de elaborar una reingeniería financiera, de tal manera de que el Estado puede financiar más obras con fondos propios, sin depender demasiado de la ayuda federal, que implica pagar altos intereses políticos.