River no es el River que venía deslumbrando. Cambió. Ahora es como la diosa de un boliche que atrae todas las miradas, pero que no le gusta que se le acerquen y, muchos menos, que la arrinconen y que la traten mal. El “millonario” sufrió todo eso contra Quilmes y terminó empatando 2 a 2.
Pareciera que los rivales le tomaron la mano al estilo de juego de Marcelo Gallardo. Los adversarios no le dan espacio, lo encierran en su campo y le instalan una pared en las puertas de sus áreas para que sus delanteros no tengan la libertad de marcar. Así quedó claro en Bolivia (San José lo derrotó 2 a 0 por la Copa Libertadores) y ayer lo sufrió con Quilmes.
Empezó mejor River. Encerró al “cervecero”, pero con el correr de los minutos, fue chocando con la dura marca de Quilmes y terminó entrando en la desesperación. Pero la angustia pareció morir cuando Teófilo Gutiérrez abrió el marcador. Sin embargo, la alegría le duró poco. Diego Buonanotte cumplió con la ley del ex y estableció empate. Leonardo Ponzio volvió a desnivelar y Sebastián Romero terminó de enterrar las ilusiones de los “millonarios”.
Y lo hizo porque el equipo que dirige Gallardo se olvidó de jugar bien al fútbol y terminó en una histeria generalizada. Esto le impidió soñar con quedarse con el triunfo que lo deje en lo más alto de la tabla de posiciones. A no desesperarse, aún queda mucho por jugar.